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ARTÍCULO ORIGINAL

Releyendo a Ferdinand De Saussure: el signo lingüístico

(Re-Reading Ferdinand De Saussure: the language sign)

Viviana Cárdenas*

* Universidad Nacional de Salta - Barrio Castañares - Grupo 648 - Manzana 19 - Casa 9 - CP 4400 – Salta – Argentina. Correo Electrónico: vcardena@unsa.edu.ar

 

RESUMEN

          El propósito de este trabajo es volver sobre la noción saussureana de signo lingüístico, fundada en la asociación entre significante y significado, sobre la base del descubrimiento de los manuscritos de Saussure en la casa familiar de Ginebra en 1996.
          Interesa discutir las dobles conceptualizaciones respecto del signo. Por una parte, es considerado como una unidad cerrada en el Curso de Lingüística General, pero la negatividad que está en la base de las relaciones entre significantes y significados habilita un principio de contextualidad que ha sido puesto de relieve por François Rastier. Por otra parte, el signo lingüístico es el resultado de un proceso de abstracción y descontextualización que lo recorta de su base material. Sin embargo, la prosodia, la voz y los sonidos se imponen y conforman el sentido en una situación comunicativa.

Palabras Clave: Ferdinand de Saussure; Signo lingüístico; Asociación; Contextualidad; Prosodia.

ABSTRACT

          The purpose of this paper is to re-examine the Saussurean notion of linguistic sign, based on the association between signifier and signified. Such reflection has been enhanced by the discovery of Saussure’s manuscripts in his family home in Geneva in 1996.
          It is interesting to re-discuss the double conceptualizations as regards the sign. On the one hand, it is considered as a closed unit in the Course of General Linguistics, but the negativity that is at the basis of the relations between signifiers and meanings enables a principle of contextuality that has been emphasized by François Rastier. On the other hand, the linguistic sign is the result of a process of abstraction and decontextualization that cuts it off from its material base. However, prosody, voice and sounds impose themselves and shape the meaning in a communicative situation.

Key Words: Ferdinand de Saussure; Language sign; Association; Contextuality; Prosody.

Como no hay ninguna unidad (del orden o la naturaleza que se quiera) que no se base en diferencias, en realidad la unidad es siempre imaginaria, sólo la diferencia existe. Sin embargo, nos vemos obligados a proceder ayudados de unidades positivas si no queremos desde el principio vernos incapaces de dominar la masa de los hechos

Ferdinand de Saussure, Escritos de Lingüística General

Pero así como el juego de ajedrez está todo entero en la combinación de las diferentes piezas, así también la lengua tiene el carácter de un sistema basado completamente en la oposición de sus unidades concretas. No podemos ni dispensarnos de conocerlas ni dar un paso sin recurrir a ellas; y sin embargo, su deslindamiento es un problema tan delicado, que nos preguntamos si tales unidades existen en realidad.

Ferdinand de Saussure, Curso de Lingüística General

          Mi intención en el presente trabajo es volver a la noción de signo de Ferdinand de Saussure, sobre la base de las discusiones que se han dado a partir del descubrimiento de nuevas fuentes manuscritas a fines del siglo XX. Todos conocemos la importancia de la innovación que supuso este lingüista para su disciplina. Focalizo la noción de signo en particular, no sólo porque es uno de los temas fundamentales para los estudios del lenguaje, sino porque es una noción que parece sencilla y en verdad entraña muchas facetas problemáticas. De hecho, es una de las pruebas de que para de Saussure el lenguaje puede ser observado desde distintos puntos de vista, incluso desde puntos de vista aparentemente opuestos.
          Parece una unidad constitutiva estable, una unidad constitutiva de la lengua y, sin embargo, no es una unidad, en tanto no está delimitada en sí misma, sino que se delimita en el juego de las oposiciones con lo que no es ella. Desde esa perspectiva, la noción de valor se impone sobre toda la discusión, “recubre las [nociones] de unidad, de entidad concreta y de realidad” (1993 [1916]: 184).
          Se puede pensar que es una unidad concreta, tangible en tanto “las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro” (1993 [1916]: 79). Sin embargo, también es una unidad abstracta, ya que como toda unidad lingüística debe ser establecida por el análisis. En efecto, las unidades deben ser deslindadas, porque no son perceptibles a primera vista, y uno de los problemas más importantes en el estudio del lenguaje radica en las premisas desde las cuales se realiza este análisis. El signo es una unidad que suele ser establecida por lo que François Rastier llama “tradición lógico-gramatical” que este lingüista considera opuesta a la “tradición retórica-hermenéutica”. Puesto que es una unidad de la lengua y la lengua es un “principio de clasificación”, los signos serían unidades discretas e isonómicas, en tanto están definidas desde normas homogéneas y ello exige un proceso de descontextualización. Se opondría así a unidades más amplias, como el texto, menos uniformes, variables, conformadas sobre la base de distintas normas.
          Eso también nos pone ante el desafío de pensar cuál es el segmento de la lengua al que corresponde el signo, porque cuando de Saussure ejemplifica la noción, parece que el signo corresponde a la palabra. Sin embargo, el signo también corresponde a unidades menores a la palabra con significado, como el morfema. Asimismo, el lingüista sostiene que hay unidades mayores que las palabras: “compuestos (portaplumas), locuciones (por favor), las formas de flexión (ha sido), etc.) (1993 [1916]: 178); pero sus reflexiones superan muchas veces esta clase de unidades pluriverbales. En efecto, en ocasiones para reflexionar sobre el alcance de un signo se extiende hasta el enunciado, hasta las otras unidades que ese signo selecciona o con las que suele combinarse, tal como en “la luna se levanta, la luna decrece, luna nueva, pasarán muchas lunas” (2004 [2002]: 76) o “la flor de la nobleza vs. la flor del naranjo” “adoptar una moda vs. adoptar un niño” (1993 [1916]: 178).
          Finalmente, me parece necesario reflexionar acerca de aquello que no es signo, pero es soporte del signo. Me refiero a la materialidad propia del lenguaje, el sonido, sobre cuya base se recortan las unidades de la lengua y que, finalmente, las sobredetermina, en tanto transmiten información sobre el hablante y sobre la relación que establece con lo que está diciendo.
          En este análisis tendré en cuenta no sólo el Curso de Lingüística General (1916), de cuya publicación han pasado ya cien años, sino también los manuscritos encontrados en 1996 en la casa de la familia de Ginebra y publicados en 2002 como Escritos de Lingüística General. Tal edición incluye textos autógrafos de este autor que ya habían sido publicados por Engler, pero como parte de una edición crítica del CLG (Bulea, 2010). El descubrimiento ha hecho que en las últimas décadas se vuelva a discutir acerca de sus propuestas teóricas, que no sólo han cambiado los estudios sobre el lenguaje en la primera mitad del siglo pasado sino que también han impactado en las ciencias sociales.
          Como bien sabemos, uno de los principales problemas es que ninguna de las dos publicaciones se debe al mismo Ferdinand de Saussure, puesto que el Curso de Lingüística General fue redactado por Charles Bally y Albert Séchehaye sobre la base de apuntes de estudiantes que habían asistido a los cursos de Lingüística General dictados por el profesor ginebrino en 1907, 1909 y 1911. Sin embargo, éste ha sido, sin lugar a dudas, el texto fundacional de la lingüística del siglo XX en Europa. En Norteamérica, sin embargo, no ha tenido la misma influencia, razón por la cual esta lingüística ha seguido un desarrollo independiente y distinto del de la europea. En cuanto a la segunda publicación, los Escritos de Lingüística General, se puede sin duda afirmar que su principal virtud, el hecho de que sean notas manuscritas del mismo Ferdinand de Saussure, no clausura la interpretación sino que la abre y la potencia debido a su carácter fragmentario. Así, parece justo sostener que no se puede dejar de lado ninguna de las fuentes de las que disponemos en la actualidad cuando se reflexiona sobre las ideas de este lingüista, decisión que exige una actitud crítica permanente.
          Debido al tema del que me ocupo, no tendré en cuenta las publicaciones de de Saussure en vida, a saber, artículos estrechamente vinculados con la escuela neogramática a la que pertenecía y la Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européenes, el escrito que ya mostraba una perspectiva sistémica de análisis distinta de la del atomismo propio del comparatismo de la época (Bulea, 2010).
          Según de Saussure, “el fenómeno primordial del lenguaje es la asociación del pensamiento con un signo” (2004 [2002]: 51). En el Curso de Lingüística General el lingüista objeta ya estas denominaciones, pues sostiene que se suele utilizar la palabra “signo” para nombrar la imagen acústica, pero ésta siempre entraña ya el concepto. Por tanto, propone la palabra “signo” para “designar la combinación del concepto y la imagen acústica” y reemplazar estos términos por “significado” y “significante”, respectivamente (1993 [1916]: 139). Estas denominaciones son cambiantes en los manuscritos, “significaciones” y “formas”, o “sentido” y “formas”, o “significaciones” y “signos”, o “pensamientos” y “signos”. La definición asociativa de signo es sencilla y ha sido tantas veces repetida, que parece innecesario volver sobre ella. Sin embargo, hay todavía mucho para discutir.
          En primer lugar, es ineludible volver sobre el hecho siempre subrayado de que se trata de una noción de signo totalmente psicológica. De Saussure sienta así la separación estricta entre lenguaje y realidad, porque el signo lingüístico no tiene nada que ver ni con la cosa significada ni con el sonido. Los signos, entonces, no se “aplican” a objetos definidos y por ello las diferencias internas al sistema no se corresponden a las relaciones entre las cosas. Así sostiene:

De modo que la existencia de hechos materiales es, como la existencia de hechos de otro orden, indiferente a la lengua. Siempre avanza y se mueve gracias a la máquina formidable de sus categorías negativas, verdaderamente desligado de todo hecho concreto, y por eso mismo inmediatamente preparadas para almacenar cualquier idea que venga a añadirse a las precedentes” (2004 (2002): 78)

          En segundo lugar, es ineludible mencionar que, en su momento, la novedad teórica fue la definición del signo en términos asociativos y no representativos. Por eso sostiene Jean Claude Milner que el signo es un primitivo en la teoría saussureana, en tanto un signo sólo existe como tal en virtud de la asociación entre dos órdenes disímiles, que se definen tautológicamente: un significante sólo es tal en tanto está asociado a un significado y viceversa, un significado sólo es tal en tanto está asociado a un significante. Esta concepción lo distancia de las teorías representativas, que sostienen que A representa B, pero esto no implica que B represente A. En una teoría asociacionista, si A está asociado a B, B está asociado a A (Milner, 2003: 30).
          No hay jerarquías entre A y B; por esa razón puede producirse un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante, uno de los fenómenos más frecuentes en la historia de la lengua y estudiados a conciencia por la escuela a la que pertenecía de Saussure. A pesar de todo, él discutía la clasificación de los tipos de cambio en fonéticos y semánticos, porque sostenía que no se podía seguir una significación en sí misma a lo largo del tiempo, una tarea no lingüística, y tampoco se podía seguir la significación en relación con una forma, porque cuando la forma cambia, cambian todas las demás y entonces también cambian todas las significaciones (2004 (2002: 45). De ese modo, él advierte un desplazamiento de la relación entre significado y significante en la transformación de necāre “matar” en latín clásico en anegar en castellano y noyer “ahogar” en francés (1993 [1916]: 147). Nunca hubiera categorizado estas transformaciones como cambios fonéticos asociados a cambios semánticos.
          Tales desplazamientos no sólo se dan en la historia de las lenguas sino también en el discurso de los hablantes y entonces incluso dan lugar a la formación de no signos o de insólitas asociaciones entre significantes y otros significados.
          Así, por ejemplo, es sabido que en los enunciados de los niños

 se advierten tanto formulaciones gramaticales como enunciados totalmente anómalos. Estos enunciados son sígnicos pero muestran asociaciones extrañas entre significantes -posibles en la lengua incluso por los aspectos morfológicos, pero inexistentes en el uso de los hablantes-, y significados difusos, que sólo a través de una interpretación tentativa de los significantes son llevados a un plano comunicativo por el adulto. (Desinano, 2016)

          La investigación de Norma Desinano ha probado que esas formulaciones son frecuentes no sólo en el habla de los niños, sino también en la de adultos y jóvenes e incluso no sólo en el habla sino en la escritura. Nuestro equipo de investigación también ha relevado muchísimos efectos de lexicalidad en el discurso oral y escrito de jóvenes en situaciones escolares de reformulación de textos académicos. La sonoridad juega un papel fundamental en estas sustituciones o intercambios de palabras. Por ejemplo, al exponer un parágrafo de Eugenio Coseriu los estudiantes de primer año de la universidad pueden decir “sintonía” por “sintópico”, “dios/trópico” por “diastrático”, “siniátrico” por “sinestrático”, (Segovia, 2013: 62). Tal como se advierte, el desplazamiento tiene una lógica sonora y semántica, pues las formas nuevas, que probablemente no tendrán ninguna otra ocurrencia, se parecen a palabras conocidas, propias del discurso cotidiano.
          Un modo de analizar este problema es pensar que los signos están conformados no sólo en la lengua sino también en el discurso (y esto es algo evidente en este ejemplo perteneciente al discurso especializado) y no sólo en su dimensión semántica, como sostiene Bronckart (1996) sino también en su dimensión fónica. De hecho, se advierte que a los estudiantes no les es sencillo acceder a los significados reducidos de los signos del discurso especializado, pero tampoco son accesibles los significantes. Estos fenómenos son propios también de las situaciones de habla cotidiana en tanto están vinculados con la relación entre el sujeto y la lengua, pero se vuelven más recurrentes cuando el hablante no funciona como tal en un discurso que le es ajeno. Entonces, un significante convoca otro significante de un modo que parece azaroso, conformando un no-signo en una no-lengua; pero, como explicaba Desinano, eso no interrumpe la comunicación debido al rol que juega la interpretación del interlocutor.
          Del mismo modo sucede con los desplazamientos de la relación entre significado y significante a lo largo del tiempo, que, sin duda, alteran la lengua, pero no impiden la comunicación; pues, como sostenía de Saussure, para el sujeto y la comunidad hablante la sucesión de la lengua en el tiempo es inexistente: siempre están ante un estado (1993 [1916]:161).
          Entonces, tal como sostiene de Saussure, la asociación entre significante y significado es, por tanto, impensable sin el habla de una comunidad que estabiliza y fija la relación hasta un punto en que parece constituida. Tal asociación sólo puede ser generada en y por una lengua determinada. Es arbitraria y, por tanto, parece libre al punto en que habilita desplazamientos. Sin embargo, no es libre porque sólo existe en virtud de una colectividad hablante, “porque una palabra sólo existe verdaderamente, y sea cual sea el punto de vista desde el que nos situemos, por la aprobación que recibe en cada momento por parte de quienes la usan” (2004 [2002]:84). Se suma, además, el efecto del tiempo, que es el que genera la continuidad de las lenguas, en tanto una lengua es siempre herencia de una época precedente. En la dialéctica entre historia e interacción en la comunidad se conforman de modo dinámico las diferencias en el sistema:

La lengua, como las otras clases de signos, es ante todo un sistema de valores, y esto pone el fenómeno en su lugar. En efecto, toda clase de valor, aunque recurra a elementos muy diversos, solamente tiene su base en el medio y la potencia sociales. Es la colectividad la que es creadora del valor, lo cual significa que éste no existe antes y fuera de aquella, ni en sus elementos descompuestos ni en los individuos (2002:54).

          Ahora bien, el habla tiene un rol importante, pues, como sostiene de Saussure, “le signe, préalablement doublé par l’asociation intérieure qu’il comporte et doublé par son existence en deux systèmes, est livré à une manutention double” (2002: 299). La cita está en francés, porque no voy a seguir la traducción al español de Clara Lorda Mur en el último segmento: “experimenta una doble manipulación”. Desde mi punto de vista, este fragmento se podría traducir así: “el signo, previamente doble por la asociación interna que contiene y por su existencia en dos sistemas está librado a un doble soporte (manutention) [el de la lengua y el del habla]” (2004 [2002]: 261).
          Se advierte aquí ya el desdoblamiento del signo que propuso casi una década después la Escuela de Praga cuando estableció la división entre el significante en la lengua, objeto de estudio de lo que Troubetzkoy denominó fonología y el significante en el habla, objeto de estudio de la fonética. Más adelante Eugenio Coseriu denominaría “significado” al plano del contenido en una lengua histórica y “sentido” al plano del contenido en el discurso.
          Este doble soporte hace que la asociación que conforma el signo sea, a la vez que estable, muy inestable. Me detendré todavía un poco más en esta aparente paradoja. Recordemos que el signo ha sido gráficamente representado por de Saussure en el CLG (p. 138) como un círculo cerrado cuya parte superior está ocupada por el significado y la inferior por el significante. Una mónada semiótica que manifiesta la ontología de lo pleno, sostiene François Rastier:

Gráfico 1. El signo en el Curso de Lingüística General (1993 [1916]: 138)

          Sin embargo, el mismo de Saussure advierte:

Cuando afirmo simplemente que una palabra significa tal cosa, cuando me atengo a la asociación de la imagen acústica con el concepto, hago una operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo expreso el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud (1993 [1916]: 191).

          Esta frase que cierra el capítulo del valor, al parecer, no tiene correlato en las fuentes manuscritas de los alumnos, pero se desprende de lo que de Saussure expresa en ese capítulo. De hecho, incluso en ese capítulo el esquema del signo es diferente. Ciertamente, sostiene que la combinación de significado y significante es un hecho positivo. Por eso mantiene el círculo cerrado e indica con flechas la relación de oposición entre los signos. Sin embargo, el gráfico recuerda que están en juego no sólo las relaciones diferenciales entre las asociaciones de significados y significantes, sino también las relaciones diferenciales negativas entre significados y las relaciones diferenciales negativas entre significantes:

Gráfico 2.  La lengua como sistema y valor en el Curso de
Lingüística General (1993 [1916]: 188)

          El signo, entonces, no se puede comprender fuera del proceso de diferenciación de un significado respecto de otros significados, de un significante respecto de otros significantes y de la oposición de un signo respecto de otros signos. De ahí esa frase clásica: “en la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos”. Los signos se determinan mutuamente y por ello sólo se explican en el marco de una teoría del valor. De Saussure sostiene, en consonancia, en los Escritos de Lingüística General: “De modo que no hay nunca nada más en esa palabra que lo que previamente no existía fuera de ella, y esa palabra puede contener y encierra en germen todo lo que no está fuera de ella”. (2004 [2002]: 76
          Sin esas diferencias, sostiene de Saussure, los términos del lenguaje serían vacíos e indeterminados. Así, una forma, sostiene de Saussure, no es “una determinada entidad positiva de cualquier orden, sino una entidad a la vez negativa y compleja: resulta de la diferencia respecto de otras formas combinada con la diferencia de significación de otras formas” (2002: 40).
          Ahora bien, los esquemas gráficos que de Saussure presenta en los Escritos de Lingüística General se alejan todavía más del signo como una asociación cerrada e implican mayor apertura y dinamismo. Así, en el primer fragmento del que se da cuenta en la sección “Nuevos ítem”, de Saussure sostiene que no es que existe, por una parte, una palabra, como “ver” y, por otra parte, una significación asociada, sino que “es la propia asociación la que hace la palabra y que fuera de ella no hay nada”. De ese modo, este lingüista sitúa en el centro de la escena lo único que se puede constatar, a saber, “el kenoma ∩ y el sema asociativo ”(2005 [2002]:93).
          Es sorprendente que de Saussure mencione el kenoma cuando habla del signo porque la palabra sin lugar a dudas proviene del griego kenos, “vacío”. Sin embargo, es compatible con la idea saussureana de que ningún elemento del lenguaje existe en sí, puesto que su esencia es puramente negativa, diferencial. Si se está de acuerdo con Rastier en que el kenoma, “tiene que ver con el significado abierto hacia significantes indeterminados” (2007:16), se podría entender que de Saussure sostiene que el signo no está nunca dado como tal de antemano. A primera vista parece una síntesis de los estudios del siglo XIX que mostraron que la relación entre significado y significante está en perpetuo movimiento a lo largo del tiempo y del espacio; así, un mismo significado se puede decir de muchas maneras a lo largo del tiempo (pater en latín, padre en español) o del espacio (elote en México, maíz en España, choclo en el norte de Argentina). De hecho, de Saussure asociaba la dimensión vertical, que es la que el gráfico de kenoma también recupera, con el fenómeno socio-histórico, que supone el “torbellino de los signos [] que impide que podamos hacer de la lengua un fenómeno fijo, ya que es el resultado incesante de la acción social, impuesto fuera de toda elección” (2004 [2002]: 98). Sin embargo, el dibujo también puede ser interpretado sobre la base de que el signo está vacío en tanto está en perpetua dependencia del sistema completo de la lengua. De hecho, en una nota del curso de 1908, Saussure afirma que la naturaleza del signo no puede verse más que en la lengua (Rastier, 2003: 56)
          Al mismo tiempo, la direccionalidad del diagrama del sema asociativo señala, como bien indica François Rastier, los contextos anterior y posterior del signo, es decir, el signo en la cadena del habla, abierto a los efectos del discurso. Por ello, interpreta el sema asociativo en conjunción con el tercer gráfico de los escritos, a saber:

Gráfico 3.  Valor-Colectividad en Escritos de Lingüística General (2004 [2002]: 254)

          Rastier sostiene, como lo hacía de Saussure, que hay una relación no sólo vertical al interior del mismo signo, en el que el significante remite al significado y viceversa, sino que también hay una relación en el mismo plano entre signos distintos: significado a y significado b, significante a y significante b. Esta relación debe ser pensada en el texto. Así, retomando un ejemplo tomado de Dos Passos por Christine Chollier (2010: 99) en “poor little rich boy”, la presencia de “rich” anula la interpretación de “poor” en términos económicos y finalmente la vinculación de “little” con “compasión” domina por propagación a “poor”. De ese modo, se puede conformar un marco que da lugar a fenómenos propios del discurso, tales como las relaciones entre significantes, como las isofonías, o las relaciones entre los significados, como las isotopías que se pueden conformar cuando se lee. Incluso Rastier recupera la relación entre distintos planos del lenguaje entre signos distintos, siguiendo las líneas del gráfico saussureano: el significado a puede impactar en el significante b y el significante a puede impactar en el significado b. Así, encuentran un lugar las relaciones que pueden cruzar los planos, tales como las que describe Roman Jakobson en Lingüística y Poética: “en poesía, toda semejanza perceptible de sonido se evalúa con relación a la semejanza y/o desemejanza de significado”.
          Volveré a modo de ejemplo sobre un fragmento de un poema que trabajé tiempo atrás (Cárdenas, 1991), Noche oscura, de San Juan de la Cruz. En su lira central, la armonía de la unión amorosa, la paz y sosiego, es indisociable de la armonía vocálica

¡Oh, noche que guiaste!
¡Oh, noche amable más que la alborada!
¡Oh, noche que juntaste
Amada con amado
Amada en el amado transformada!

          Los acentos caen solamente sobre dos vocales, la a y la o. La a, la vocal más abierta y central del sistema vocálico español, se impone progresivamente sobre la o y ya solamente ella ocupa los puntos de apoyo rítmico de los dos últimos versos. A su vez, la aliteración de la m y d y la paronomasia en amada transformada sostiene, desde el sonido, la total asimilación de los amantes. En esta lira domina, además, la entonación exclamativa que canta en el máximo grado de expresividad la unión nunca narrada.
          Y es entonces cuando se advierte que la noción de significante ha sido totalmente rebasada. Si bien el sonido es portado por signos, su ámbito de acción excede el signo y actúa en un fragmento de texto. Podríamos hablar de significante, como lo hace Rastier, pero sabemos que no está actuando exactamente el significante, sino zonas salientes del sonido efectivo. No estamos en el plano del significante sino en uno anterior. Podríamos tomarnos la libertad de utilizar para estos casos la palabra que el mismo Rastier usa: phorie. El lingüista parece reservarla sólo para la prosodia (acento, entonación), porque utiliza la palabra significante para las isofonías (asonancia, aliteración) y las alofonías (contrastes significativos). La palabra foria tiene como base el verbo griego phérō, probablemente porque es la materialidad que porta, que lleva: es el soporte del signo.
          Lo poético nos pone frente al hecho de que el signo se recorta sobre la materialidad del sonido y sobre el sentido. Estos fenómenos, si bien están conformados por las diferencias que generan los signos, funcionan sobre la base de unidades menores que el signo, como en el caso de la aliteración, que genera un fondo fónico que evoca un concepto, o, como en el caso de la rima, cuando una semejanza fónica genera conexiones de significado en dos signos diferentes o, como en el ritmo, construido sobre la base de los acentos. Desde mi punto de vista, se trata de fenómenos que se localizan en la foria.
          Sobre el sonido de Saussure había reflexionado largamente; recordemos que la escuela a la que pertenecía había estudiado sobre todo el cambio fonético. Este lingüista conocía, por tanto, el valor relativo de la dimensión fonética. Sabía que los sonidos sólo existen en las formas y por eso “sostenía que la lengua sólo tiene conciencia del sonido como signo” (ELG: 161, 162). Sin embargo, incluso en las correspondencias de zonas de sonido con zonas de sentido, hay, como sostiene Raúl Dorra, una “modulación” que “rodea o envuelve a las articulaciones fonológicas” y que “agrega sentido a las palabras que se pronuncian en un momento determinado” (Dorra, 2005: 38). La materialidad del lenguaje tiene una importancia fundamental en el lenguaje en la dimensión comunicativa. Probablemente por esta razón Raúl Dorra siempre ha sostenido que la voz

Se organiza como forma pero como una forma no despojada, sino por el contrario impregnada, de elementos sensibles: altura, intensidad, registro, tiempo, pero antes que nada textura, pues la voz se hace presente en el momento en que toca y es tocada: “mi voz buscaba el viento para tocar su oído”: he ahí una relación de tales propiedades reveladas en un verso de Pablo Neruda. (Dorra: 2005, 40)

          La foria es, entonces, constituyente en el orden del sentido, como lo indica la selección de Raúl Dorra del término forma para la voz. La voz condensaría así las redes de elementos sensibles que organizan la materia y se imponen sobre la lengua. Por ello puede dar más fuerza a lo dicho o incluso contradecirlo. El signo no deja de ser el resultado de una abstracción, de descontextualización, de un proceso de categorización, que se recorta sobre una base que tiene otra naturaleza, la corporeidad, que, sin embargo, no deja de emerger. Como sostiene Raúl Dorra, “debido a que la voz es un excedente lingüístico, ella se presenta antes, durante y aun después de que el sujeto esté en dominio de las articulaciones del signo lingüístico” (Dorra: 2005, 39). Finalmente, lo continuo es más permanente, más constituyente que lo discreto.
Ahora bien, de Saussure era totalmente consciente de que, si bien se podía pensar el signo desde la lengua, los lazos que conforman el significado se tejen en el discurso:

La lengua sólo se ha creado para el discurso […] el discurso consiste, aunque sea rudimentariamente y por vías que ignoramos, en afirmar un lazo entre dos de los conceptos que se presentan revestidos de una forma lingüística, mientras que la lengua, previamente, sólo realiza conceptos aislados, que quedan en espera de ser relacionados entre ellos para que haya significación de pensamiento. (2004 [2002]: 245)

          Sólo en el discurso se ponen en relación los signos, éstos se vinculan efectivamente e inician un juego que hace que la lengua se ponga en acción. Incluso en el discurso, como vimos, deja de ser claro cuál es el alcance de un signo, que no se reduce a un morfema, ni a una palabra y que puede actuar sobre un fragmento o incluso sobre un texto completo. Recordemos que de Saussure había trabajado con gran atención la sustancia fónica de poemas griegos y latinos en vinculación con una palabra tema, una idea (Starobinsky, 1971). Rastier propone como alternativa al signo definido desde la tradición lógico-gramatical el constructo teórico de pasaje definido desde la tradición retórico-hermenéutica. Su concepción de signo como pasaje, palabra que alude a un fragmento de un texto o de una obra musical, sitúa al signo más cerca del periodo y del texto.
          Para cerrar, me gustaría volver a los epígrafes de este trabajo. Nada en la lengua está dado de antemano: ni siquiera el signo. Por tanto, menos aún está dado en el discurso, que habilita recorridos interpretativos y productivos. Es el intérprete quien hace signo y es el hablante quien establece el signo en su habla. Pueden hacerlo porque están conformados como tales en la comunidad y en la práctica discursiva en las que ese signo se sostiene, pero incluso así podrían no hacer signo. Desde este punto de vista, un signo es sólo un momento y también es sólo un lugar en el juego de diferencias que sostiene la asociación.

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15 STAROBINSKI, J (1996) Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure. Trad. por Lía Varela y Patricia Wilson. Barcelona: Gedisa.

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