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ARTÍCULO ORIGINAL

Las “filosofías especulativas de la historia” en un mundo“sin historia”. Su relación con las prácticas políticas actuales y su importancia en la formación del historiador

(Speculative philosophy of history” in a world “without history”. Its relation with the current political practices and its importance in the historian formation)

Leonardo Rodrigo Ferrario*

* ­ Universidad Nacional de Salta - Avda. Bolivia 5150 - CP 4400 – Salta - Argentina. Correo Electrónico: leoferrario@hotmail.com

RESUMEN

          Parece un hecho consumado en nuestro tiempo, “la desaparición” de las llamadas “Filosofías Especulativas de la Historia” –por los menos dentro de los ámbitos de discusión políticos y académicos- y la consecuente aparición en el escenario académico de una “Nueva filosofía de la historia”, la cual, abandonando las pretensiones y las contaminaciones metafísicas de los filósofos especulativos, recupera como objeto de estudio, cuestiones propia de la filosofía de las ciencias y el análisis del lenguaje, interesada además por el estatus epistemológico y las formas en que se construyen los relatos históricos.
          Vivimos épocas políticamente afectadas por diversos tipos de conflictos: Invasiones económicas y militares, fundamentalismos -religiosos y políticos-, imperialismos –económicos, culturales, militares-, milenarismos, que no hacen más que mostrarnos que, irónicamente del llamado: “fin del mundo metafísico”, la geopolítica parece no haberse enterado. Todo ocurre como si, la metafísica hubiese alcanzado su fin sólo en los relatos y en las narraciones, pero no en las prácticas políticas y en sus fundamentos.
          Intentaremos en el siguiente trabajo, discutir el papel de la Filosofía Especulativa de la Historia y sus posibles aportes al historiador y la historiografía, en un mundo atravesado por nuevas formas de “relatos históricos”, aparentemente “vacíos” de supuestos metafísicos.
          La importancia de este estudio, no es meramente anecdótica, puede ayudar a los investigadores preocupados por la historia, a descubrir que aun hoy -en el llamado “mundo del final de la metafísica”- perviven supuestos subyacentes a las acciones humanas, que influyen directamente sobre las praxis sociales, transformándolas, mutándolas y atravesándolas. Y Aquellos supuestos deben ser leídos e interpretados desde su función y origen.

Palabras Clave: Historia; Historiografía; Metafísica; Política; Relatos.

ABSTRACT

          In our times, the disappearance of the so called Speculative Philosophies of History seems to be a fact, at least in the political an academic discussion fields, and the consequent apparition of a new philosophy of History. This new philosophy leaves aside the speculative pretensions and the metaphysical pollution of the speculative philosophers, and recovers was an object of study, typical aspects of the philosophy of Sciences and the analysis af language, being also interested in the epistemological status and the construction of historical tales.
          We live in political periods affected by different kinds of conflicts: economic and military invasions religious and political fundamentalisms, economic, cultural, military and imperialisms, milenarisms, which indicate “the end of the metaphysical- world” from which geopolitics seems not to have learned about.
          It all happens as if metaphysic would have reached its point only in the speeches and narrative texts, but not in the political world and its believes.
          In this world, we will try to discuss the role of speculative Philosophy of History an its possible contributions to historians and historiography, in a world affected (trespassed) by new ways of “historical tales”, apparently empty of metaphysical assumptions.
          The importance of such study is not merely anecdotic. It can help scientists who are concerned in history, discover that, indeed today –in this so called world of the final metaphysic- the apparently assumptions of human actions are still alive and they directly influence over the social praxis, changing them, transforming them, mutating them.
          And those assumptions have to be read and understood from their own origin and function.

Key Words: History; Historiography; Metaphysical; Political; Tales.

          Todas las indagaciones teóricas y filosóficas expuestas a continuación, surgen de una problemática concreta. La Filosofía de la Historia -en tanto disciplina de reflexión filosófica y en tanto espacio de formación de profesionales investigadores y escritores de historia-, ha experimentado en los ámbitos académicos un cambio radical en sus contenidos en tanto área de formación, principalmente a partir del llamado Giro lingüístico de los años sesenta, favorecida además, con el fortalecimiento posterior de las llamadas filosofías analíticas, preocupadas éstas últimas en general, por cuestiones tales como: la forma del discurso histórico, las narrativas históricas y el uso del lenguaje histórico.
          Las filosofías Analíticas, además de contar con el apoyo del “Giro lingüístico” se vieron sustentadas con su contemporáneo el “Giro epistemológico” -de mediados del siglo XX-, Éste invirtió la mirada de las filosofías de las ciencias, que comenzaron a observar antiguos temas tales como: la “objetividad en la historia”, el objeto de la historia, “los hechos históricos”, “el sujeto de la historia”, “el estatus epistemológico de las ciencias históricas”, entre otros, como cuestiones también contenidas en problemáticas asociadas al discurso, la narración y la lógica.
          Así, mientras el Giro lingüístico y epistemológico, comenzaba a ganar lugar a las disciplinas metafísicas en los ámbitos académicos, por otro lado y desde las ocurrencias sociales, desde las prácticas “reales” políticas, las cosas parecían ocurrir de otro modo.
          El llamado “Mundo posmetafísico” –expresión acuñada por Martín Heidegger-, el mundo que renuncia a los fundamentos últimos y a la verdad entendida como absoluta, el mundo en el que “Dios ha muerto” (Nietzsche, 1995), ha renunciado a las pretensiones filosóficas de intentar fundamentar la totalidad recurriendo a entidades trascendentes tales como: “Dioses”, “valores absolutos”, “Mitos”, “creencias científicas”, “Naturalezas”, etc. El “mundo del final de la metafísica”, que pretende haber puesto ¡al fin los pies sobre la tierra!, parece olvidar que la renuncia intelectual a la metafísica no implica una renuncia real en el ámbito de las praxis sociales.
          Todo esto resulta en un doble juego, por un lado los científicos sociales, imbuidos del relato del fin de la metafísica y del giro lingüístico, renuncian a las pretensiones de brindar “explicaciones totales” y/o “universales”, refugiándose en muchos casos en los instantes, en los breves acontecimientos, en los particularismos. Surgen así corrientes historiográficas como: las breves historias, la historia de los acontecimientos, las historias locales, de los grupos sociales, de géneros, de marginados, etc.
          Todas estas cuestiones ponen una señal de alerta, sobre la implicancia del “olvido” dé la Filosofía especulativa de la historia de los medios de formación académica. La enseñanza de la Filosofía Especulativa de la historia es esencial en la formación de futuros historiadores, sin importar la corriente a la que al fin decidan inclinarse al momento de escribir historia, puesto que la Filosofía puede ayudar a consolidar historiadores “menos ingenuos”, capaces de leer entre líneas, aquellos relatos o discursos fundamentales que atraviesan las prácticas sociales y políticas. Investigadores preparados para reconocer que en todos los acontecimientos sociales, económicos y políticos, existen explícita o implícitamente, contenidos metafísicos de fondo, y que conocerlos implica la posibilidad de estar alerta a los discursos que pretenden invisibilizarlos.
          Preguntas: ¿Es acaso posible pretender la comprensión de un acontecimiento militar en medio oriente, sin tener presente a la hora de su análisis, los fundamentalismos religiosos, el imperialismo económico y los milenarismos que participan de él? O ¿Si pensamos en las crisis económicas Latinoamericanas, podríamos renunciar a pensar el aparato fundamentador que el discurso del neoliberalismo esconde tras la idea metafísica de “libertad”, y como ésta se transforma al fin en la herramienta de una nueva forma de imperialismo?
          En resumen, de lo expresado hasta aquí, es necesario sin dudas re-pensar y poner en evidencia el valor y la necesidad de recuperar la enseñanza de la Filosofía Especulativa de la Historia en los ámbitos académicos, volviendo la mirada nuevamente sobre aquellas ideas que cómo el marxismo, el cristianismo, el islamismo, los milenarismo, la visión hegeliana del mundo, las teleologías, los eschaton históricos, etc. Continúan presentes en las praxis y los discursos sociales.

La filosofía de la historia y el final de la metafísica

          En 1978 podíamos leer en el libro de Walsh “Introducción a la Filosofía de la Historia”:

“Quien escriba sobre filosofía de la historia tiene que empezar, al menos en Gran Bretaña, por justificar la existencia misma de dicha materia (…) Se está de acuerdo en que la Filosofía de la ciencia, en algún sentido, es una empresa legítima. Pero no existe un acuerdo semejante en lo que afecta a la Filosofía de la Historia”. (Walsh, 1978)

          Lo dicho por Walsh, nos pone en alerta sobre un hecho que parece consumado en nuestro tiempo, “la muerte y desaparición” de las llamadas “Filosofías Especulativas de la historia” (1). Desaparición ocurrida dentro de las prácticas filosóficas contemporáneas, y especialmente en las prácticas académicas. Junto a esta desaparición, podemos observar la consecuente aparición de la llamada “Nueva filosofía de la historia”, que abandonando las pretensiones especulativas, y las contaminaciones metafísicas de los filósofos especulativos en torno a la historia, recuperó en relación a la discusión filosófica referida a la historia, un conjunto de problemáticas propias de la filosofía de las ciencias y del análisis filosófico en torno al lenguaje.
          Una de las razones del descrédito de las filosofías especulativas de la historia, al menos en Gran Bretaña y en buena parte de Europa continental, fue la irrupción del modelo de las ciencias físico-naturales del siglo XVI y principios del XVIII, a partir de allí y desde entonces, la conexión de la filosofía con el modelo de las ciencias naturales no se interrumpió.
          El conocimiento físico-matemático -la forma de conocimiento que más se había desarrollado en los últimos siglos- dejaba a la metafísica y la teología relegadas al ámbito de simples especulaciones estériles, al menos en cuanto a fuentes de conocimiento propiamente “científicas”. Durante aquel periodo –S. XVII y XVIII- las ciencias históricas atravesaron una profunda crisis asociada principalmente a su estatus epistemológico. La pretensión de la historia de alcanzar el modelo de las ciencias naturales la condujo a alejar su mirada de la especulación metafísica en busca de un ideal positivista, un ejemplo de esto; el historicismo.
          Hay en la historia de la filosofía de la historia un largo camino de secularización y abandono de la metafísica, este proceso ataca por dos flancos, el de las corrientes filosóficas hermenéuticas del siglo XIX que se afianza a mediados del siglo XX con el llamado “mundo posmetafísico”, y el de las corrientes analíticas de la filosofía, que toman fuerza a partir del llamado “giro lingüístico” de mediados del siglo XX.
          Según Gianni Vattimo, la historia de la filosofía occidental puede ser comprendida como un camino de disolución-debilitamiento, de las estructuras rígidas de la metafísica platónica de la presencia. Para el filósofo del pensamiento débil, La sentencia nietzscheana “No hay hechos, solo interpretaciones” junto al anuncio de la muerte de Dios, representan el fin de un camino histórico del pensamiento que da lugar al llamado mundo pos-metafísico que se concreta en la filosofía de Martín Heidegger.
          Este camino de disolución de las estructuras fuertes de la metafísica de la presencia es rotulada por el filósofo italiano con el concepto de nihilismo, en cuya base se encuentra la propia hermenéutica filosófica. La ya mencionada expresión nietzscheana “no hay hechos solo interpretaciones” es poseedora desde su sentido inmediato de una fuerte carga hermenéutica, que anuncia la desaparición del hecho como fuente y fundamento de la verdad y la aparición consecuente, junto con ello, de la interpretación como única posibilidad de acceso a la misma, no en un sentido de absoluto sino de una posible forma de darse de lo verdadero.
          La disolución de la metafísica occidental es metaforizada por Heidegger como el “ocaso de occidente” -Abendland- (Vattimo, 1992), reforzando esta idea bajo una descripción del desarrollo del pensamiento filosófico en términos de disolución de las estructuras rígidas del ser entendido como presencia. Esta disolución tendrá sin dudas, fuertes consecuencias sobre la historia y para el historicismo, en tanto el hecho tiende a diluirse frente a una experiencia de la historia que se constituye como donación de sentido, en relación del historiador con su tradición y a través del lenguaje.
          Los leiv motiv fundadores de la modernidad: “progreso” e “historicidad”, caen derrumbados bajo el peso de una historia que se disuelve frente a una forma de entender el ser en términos de acontecimiento épocal. El progreso y la unidireccionalidad de la historia fueron la raíz de una concepción del tiempo histórico cristiano y positivo, que culminó en una apropiación de la historia por parte de una cultura que se miró a sí misma como hegemónica y como fin ejemplar del ideal del progreso. Esta idea llegó a fundar y legitimar un conjunto de prácticas políticas que desencadenaron verdaderos actos terroríficos en nombre de “conceptos bondadosos” tales como: desarrollo, evolución -racial o cultural-, mundialización de la “civilización” –donde civilización fue sinónimo de europeo y cristiano- y por sobre todo la idea de la necesidad de concreción final de un proyecto al que algunas culturas “todavía no desarrolladas” se oponían.
          Para el hombre de mediados del siglo XX, las catastróficas experiencias vividas en un mundo sostenido por supuestos metafísicos, se le presentaron negativamente como algo que necesariamente debía ser superado y abandonado, el fin de un error que terminó por transformarse en terror a la metafísica, la cual se expresó en las praxis políticas siempre en forma de violencia. Durante éste periodo de frustración, fuertemente marcado por las guerras, las experiencias de los campos de concentración y las persecuciones políticas, el abandono de la metafísica platónica-cristiana de la presencia parece tener que ver más que un devenir causal natural, con una necesidad.
          A partir de los años 60, es F. Lyotard (1986) el que lanza otro ataque contra la metafísica, cuando anuncia el final o la muerte de los grandes relatos, relatos que funcionaron como fundamento y sustento del pensamiento, por ejemplo el cristianismo, el marxismo, la modernidad. El fin de estos relatos es sin dudas un golpe mortal también y por derecho de filiación, a las ideas modernas de progreso, desarrollo causal e Historia universal.
          Las llamadas filosofías deconstructivas, también tuvieron parte en este proceso de disolución y muerte de las filosofías especulativas de la historia. La deconstrucción gracias a su capacidad de sacar a la luz los supuestos y presupuestos que subyacen y se apropian de los discursos, puso al descubierto lo relativo de las verdades que los fundamentan, y en este sentido desacreditaron no solo al fundamento sino también al discurso histórico. La propia ciencia histórica quedó en entredicho, puesto que la ciencia es un “relato” y el texto histórico sólo un “discurso”.
          A propósito de la metafísica y su fin, Wittgenstein tuvo razón en el Tractatus, cuando anunciaba, -al modo de un posmoderno- y como buen europeo, primero: “patear la escalera” –acción simbólicamente de olvido y desprendimiento- y luego, “De lo que no se puede hablar hay que callar” (Wittgenstein, 1973). Ocurre que el silencio no es una refutación ni mucho menos, tampoco significa de que aquello de lo que no hablamos no “exista”, simplemente de que no podemos hablar de algo que el lenguaje lógico no puede dar cuenta -Por supuesto si pensamos que el pensamiento en su forma lógica es el único posible-. Porque, si es posible pensar algo, es posible también decirlo, y la metafísica no sólo fue pensada, sino que también fue dicha. Por lo que para muchos filósofos pormetafísicos escapar de la metafísica significaba además dejar de utilizar el lenguaje metafísico.
          Y por más que reconocemos que el lenguaje nos pone “trampas” haciéndonos caer en lugares en los que no hemos querido caer –por ejemplo la metafísica-. Deberíamos explorar las raíces de dichas ideas –metafísicas-, las cuales se cuelan y se seguirán colando en los discursos, no por descuido inocente, ni por la eficacia de una “trampa para bobos” –el lenguaje-, sino en muchos casos por complicidad o por el solo hecho de ser hombres y ser históricos.
          A propósito, cito a Vattimo en una crítica a Lyotard por haber incurrido en una trampa imperdonable del lenguaje:

“…Por tomar ejemplos más recientes: la tesis de Lyotard sobre el final de los grandes relatos, esto es, de las grandes interpretaciones de la historia que están en la base de las ideologías dominantes de nuestro siglo, está también a su vez (y quizás inconscientemente) fundada en un gran relato, el que reconoce que ha sido la transformación posmoderna de las condiciones de existencia la que ha vaciado los grandes relatos ideológicos de su credibilidad…”(Vattimo, 2003)

          Por supuesto que la posición de Vattimo deja cierto velo de misericordia sobre Lyotard cuando sugiere el hecho “inconsciente” de su uso lingüístico. Por supuesto que Vattimo es un pensador de raíz antimetafísica, cuyo principal objetivo filosófico parece recaer en la necesidad de abandonar toda forma de fundamentación ultima. La violencia de la metafísica a la que hacíamos referencia no será del todo aniquilada hasta que no abandonemos las pretensiones de fundamentación últimas que subyacen en los discursos.

“…la esencia violenta de la metafísica está totalmente desvelada. Esto significa que no será posible una superación de la modernidad mediante instrumentos que sigan siendo metafísicos; por tanto, no será posible a través de un pensamiento fundador…” (Vattimo, 2003)

          ¿Es que acaso, la serpiente se enrosca tanto que termina por morderse la cola? No es acaso la posmodernidad un “pensamiento fundador”, cosa que Vattimo le recrimina a Lyotard. Y no es también el “pensamiento débil” un pensamiento fundador?.
          Creo que la filosofía no ha podido abandonar la metafísica, por el contrario, ha intentado por todos los medios olvidarla; observo que el olvido en este caso es también violencia impuesta sobre el pensamiento, por lo que considero más honesto intentar volver a hablar de aquello que supuestamente no podemos hablar, que censurar todo ese complejo de ideas que por lo profundo de las tramas discursivas nunca han dejado de transitar ni de imponer verdades. La inocencia y el descuido favorecen en el mayor de los casos al poder.

Las filosofías analíticas y la renuncia al fundamento último metafísico

          El segundo flanco de ataque, lo podemos identificar en el llamado “giro lingüístico”, el cual, fortalecido también a mediados del siglo XX por la irrupción del problema del lenguaje en los ámbitos académicos y filosóficos, dirigió otro golpe mortal contra la filosofía especulativa de la historia.
          El sentido general del giro lingüístico, lo describe claramente Richard Rorty cuando afirma que aquella forma de filosofía parte del supuesto general de considerar que los problemas filosóficos, de raíz metafísica si no encuentran una forma de ser resueltos, pueden al menos ser disueltos en el análisis del lenguaje.
          Tal y como el mismo Rorty afirma, durante algún tiempo estuvo fuertemente influenciado por la filosofía del lenguaje, aunque esta simpatía, le duraría poco, tal como afirma en la siguiente frase:

“Lo que Gustav Bergmann denominó «el giro lingüístico» fue más bien un desesperado intento por mantener la filosofía como disciplina de sillón. El propósito era delimitar un espacio para el conocimiento a priori en el que no pudiesen entrar ni la sociología ni la historia ni el arte ni la ciencia natural. Fue el intento por encontrar un sustituto a la «perspectiva transcendental» de Kant. La sustitución de «mente» o «experiencia» por «significado» pretendía asegurar la pureza y autonomía de la filosofía (…)”(Rorty, 1993, pp 79-99)

          Hay sin dudas, una fuerte impronta antimetafísica y anti-especulativa en los principios del giro lingüístico. Una de las bases de éste impronta antimetafísica en la filosofía del lenguaje, la encontramos en el “atomismo lógico”, promovido principalmente por Bertrand Russell. El criterio general de validez que marcó el carácter de esta escuela filosófica, afirma un contenido verificacionista de la verdad. Según esta forma de analítica filosófica, una proposición tiene sentido si encuentra una instancia de verificación posible en la realidad.
          Instalando como un a priori trascendental a la lógica, las implicancias antimetafísicas del atomismo lógico, excluían cualquier forma de conocimiento en torno a la historia, del ámbito del sentido.

“Russell dio el nombre de Atomismo Lógico al sistema que formuló por primera vez en 1918 en una serie de conferencias en Londres. Cuando estas se publicaron por vez primera hizo notar en el prefacio que desarrolló ideas que debía a su amigo y discípulo Wittgenstein (y buena prueba de ello es que el Atomismo Lógico de Russell está próximo de muchas maneras al del “Tractatus”, como habitualmente se reconoce). (…) una proposición es un símbolo complejo que se refiere a hechos complejos. Como consecuencia, los componentes de una proposición son los símbolos cuya comprensión es necesaria para su comprensión y los componentes del hecho constituyen el significado de estos símbolos (…) También el concepto general de verdad en Russell mantiene la aristotélica y tradicional distinción entre el sujeto y el objeto, de tal forma que, lo mismo que Aristóteles, Russell defiende una teoría adecuacionista de la verdad, en el sentido de que la verdad de una proposición es tal en la medida en que describe o se corresponde con un hecho, con un estado de cosas de la realidad objetiva (el hecho) (…)”(Noriega, 2007)

          La fuerte influencia wittgensteiniana le sirvió a Russell para relegar al conocimiento de la Historia fuera del ámbito de las ciencias logicas, colocando a aquella en el conjunto de los llamados conocimientos metafísicos y en el ámbito del sin sentido. Relegada al ámbito del conocimiento metafísico, la Filosofía especulativa de la Historia poco a poco fue ocupando un lugar en el anecdotario o museo de la filosofía, cediendo su lugar cada vez más contundentemente a la epistemología de las ciencias históricas y a la filosofía de las ciencias. Los problemas en torno al status epistemológico del discurso histórico, al objeto, el sujeto, el método de la historia se convirtieron en el motivo central de la Filosofía de la Historia, la cual olvidó su intención primera de alcanzar una mirada comprensiva de la “totalidad” de la historia.
          En este contexto de desarrollo de las filosofías analíticas, la filosofía de las ciencias históricas comenzó a preocuparse por cuestiones tales como la de restituir el conocimiento histórico al ámbito del conocimiento científico -cuyo modelo paradigmático continuaba siendo el de las ciencias naturales-. La pregunta central en este intento de restitución de la historia ciencia por el recto camino del “verdadero” conocimiento, fue el de la posibilidad o no de que la historia encontrase un “modelo explicativo efectivo” adecuado a su objeto (los hechos pasados).
          El modelo explicativo propio de las ciencias naturales se encontraba fundado principalmente bajo el método nomológico deductivo, el cual tenía como objeto principal, la formulación de leyes generales de naturaleza empírica, las cuales le permitan al científico, deducir y predecir acontecimientos o hechos futuros, de la misma manera, y a la vez, la ley “universal” científica permitía una explicación causal de los acontecimientos naturales. Según éste modelo de explicación científica, explicar, es acceder a un conjunto de argumentos fundados en leyes generales que permitan una inferencia necesaria -en mayor medida- de la conclusión, ésta conclusión debería poder ofrecer una descripción acertada del hecho a explicar. Aquí impera una relación causal entre argumentos –proposiciones- apoyadas en leyes generales de explicación, que hacen o no, mas plausible una relación entre hechos. Las leyes científicas operan dentro de este modelo bautizado por W. Dray como el Covering Law Model, como una suerte de marco “legal” que le permite al historiador dar cuenta en término de necesidad de la ocurrencia de los hechos.
Afirma Danto:

“El modelo nomológico –deductivo de explicación es conocido también como “modelo de cobertura legal”, (…) cuya intención subraya que: ofrecer una explicación es subsumir lo que queremos explicar bajo una ley general (…) En opinión de Hempel, el objetivo del historiador es mostrar, de manera similar al científico, que un determinado acontecimiento no se dio por azar, sino que podía ser esperado en función de ciertos antecedentes o condiciones simultáneas (…) (Danto, 1989)

          Si bien la cita es de Danto, será éste quien intente un modelo de superación del “modelo de cobertura legal”, reafirmando el lugar del narrador en la historia y la necesidad de prestar atención al lenguaje histórico. Según Danto, el discurso histórico contiene expresiones que van más allá de la descripción de hechos pasados, trascendiendo su intención de ser descripciones con una relación intrínseca entre el futuro y el pasado del acontecimiento. La pregunta central en la teoría de Danto gira en torno a las “oraciones narrativas” en cuanto las mismas constituyen un “vehículo de producción de significado”. El discurso histórico no es una imitación del pasado –“la historia vivida”-, sino una construcción con significado.
          La atención puesta por Danto en las llamadas oraciones narrativas y en el discurso histórico como un discurso explicativo, no imitativo del pasado, despertará un conjunto de posiciones diversas en torno al conocimiento histórico.
          Desde posiciones extremas y moderadas, se afirma que la historia es una creación discursiva del historiador. G. Duby, concede por ejemplo, un alto grado de imaginación histórica en el proceso de construcción del discurso por parte del historiador, construcción que hace posible que existan un número infinito de posibles edades medias (G. Duby, 1986). Si bien la posición de Duby no es extrema, porque afirma que existen “datos” de los cuales el historiador no puede escapar ni prescindir, a riesgo de caer en los límites de identificar el discurso histórico con la literatura.
          A partir de los años 70, en Francia, se reivindica la historia como un producto propiamente narrativo, entre la ficción y la “realidad”. En este contexto son representativos los trabajos de Paul Veyne (1972) y Michel de Certeau (1993).

Para Veyne, la historia sería: “un relato verídico que narra acontecimientos cuyo actor es el hombre, de acuerdo a los procedimientos del género narrativo”. La labor del investigador, entonces, se reduciría a un ejercicio comprensivo, con una especial vocación explicativa y documentada, alejada de la tarea de producción de conceptos y del método científico.
Michel De Certeau retoma y complejiza este modo de comprender la práctica historiográfica, como una práctica de escritura, desde su extraordinaria formación pluridisciplinar. Especialista en la historia del cristianismo, investigador del misticismo de los siglos XVI y XVII, psicoanalista lacaniano, estudioso de la condición epistémica de la historia, De Certeau era –como decía Ricoeur- un “outsider del interior”, siempre a distancia de las fronteras disciplinarias y, al mismo tiempo, ajeno a cualquier posición marginal (…)(Castro O. 2010)

          La posición de Certeau (1993), oscila entre un quehacer del historiador en relación con los documentos y la posibilidad de encontrar modelos que permitan su explicación (modelos económicos, políticos, culturales, etc.), aquí se impone un trabajo pluridisciplinar del investigador, que luego encontrará en su camino la necesidad de establecer un puente que lo ayude a “resucitar” el pasado a través de las huellas que dejó, pero esta actividad implica la aparición de un género literario propio, que es el relato.
          La filosofía de la historia, comienza sin recelo a dedicar toda su atención a la narración histórica y su posible status epistemológico. Las aspiraciones de reivindicar a la historia como una conocimiento “científico” tout court pierden peso dentro de los ámbitos académicos, y en los pasillos de las universidades es posible escuchar gritos “posmos”, que declaran sueltamente que la historia es una ficción literaria más.
          En el momento histórico actual, ha aparecido con el rótulo muchas veces visto de “nueva”, una forma de acercamiento a la historia que parece promover un enfoque diferente al del análisis discursivo y literario de la historia entendida como relato. La llamada “nueva filosofía de la historia” ha irrumpido en los ámbitos académicos, a través de los impulsos de las ideas de H. Withe y F. Ankersmit.
          El rasgo característico de la llamada “nueva filosofía de la historia” es su rechazo al modelo esencialista de las ciencias humanas, modelo interesado en alcanzar una supuesta esencia del pasado. Otra característica importante de la nueva filosofía de la historia es su abandono de temáticas puramente epistemológicas, tales como: la causalidad, el problema de la verdad, los criterios de justificación, la explicación en la historia, etc. Por supuesto que con este desarraigo se deja de lado también el modelo de cobertura legal hempeliano.
          El acercamiento a la historia se da desde un punto de vista bastante novedoso, el de la estética, recurriendo constantemente al concepto de “representación” para referirse a la forma propia de ser del discurso histórico. Representación es un concepto sin duda muy fuertemente cargado de sentido por la filosofía, en el caso de la nueva filosofía de la historia, entiende “representar” casi en una forma directa, y de acuerdo con la forma en que Ricoeur la entiende, como aquello que encarna en sí mismo lo representado. Tal como un representante es a lo representado es el discurso histórico en relación a la historia. Hay entre el arte y la historiografía una relación intrínseca, en el hecho de que ambos son una forma de representación del mundo. El texto histórico posee en su carácter íntimo el hecho de ser “representacional”, no es posible hacer una lectura referencialista del texto histórico, puesto que su validez no depende de algo externo sino de algo intrínseco al propio discurso, a la narración y sus reglas.
          Si afirmamos que el pasado, el cual constituye, -por definición- una realidad que no es, su sustituto -el representante- el discurso histórico, posee sus propios principios formales que lo definen y a partir del cual puede ser juzgado. “Sólo las proposiciones individuales, aislables, que integran el discurso del historiador pueden ser pasibles de una adjudicación de verdad o falsedad”, mientras que el conglomerado de significados que representa el texto en su trama, es lo que hace de una obra histórica ser más o menos convincente. A éste respecto sería útil recuperar el concepto de Ricoeur de “trama” ya que la trama es la que -según el filósofo francés-, dona de sentido al texto histórico.

…La trama es la representación de la acción (Aristóteles). Este texto será en lo sucesivo nuestro guía. Él nos exige pensar juntos y definir recíprocamente la imitación o la representación de la acción y la disposición de los hechos. En principio, esta equivalencia excluye cualquier interpretación de la mimesis de Aristóteles en términos de copia, de réplica de lo idéntico. La imitación o la representación es una actividad mimética en cuanto produce algo: precisamente, la disposición de los hechos mediante la construcción de la trama” (Ricoeur, 2004)

          Obsérvese que la trama excluye la idea de “réplica de lo idéntico” o de “copia” (mimesis), en este sentido nos obliga Ricoeur a eliminar de la idea de representación estos supuestos. Quien al igual que Roger Chartier entiende la representación como un hacer ver, lo otro, lo representado, que está presente en la representación, pero este “otro” –presente- adquiere a la luz de su representante un valor y un nuevo sentido.

CONCLUSIONES

          Nuestra intención, que es más una preocupación, tiene que ver con el descrédito de las filosofías especulativas de la historia en la actualidad. Descrédito que es más una desacreditación (una acción realizada contra la filosofía de la historia), que ha colonizado todos los rincones del mundo académico. Intelectuales, estudiantes, curiosos, solo parecen encontrar en las especulaciones de Vico, Agustín, Hegel, Marx, (entre otros) sobre la Historia, sólo un repertorio de curiosidades que funcionan como confirmación del absurdo de suponer detrás de la historia trascendentes históricos (llámense dichos trascendentes Dios, Naturaleza o Espíritu). Ya no son un problema central en la filosofía de la historia las teleologías, teogonías, predicciones históricas, profecías, escatologías, milenarismos, mesianismos, etc. La posmodernidad consideró que estas prácticas metafísicas, debían abandonarse por obsoletas y en desuso. La humanidad “racional” y “emancipada”, moviliza su historia desde la lógica del diálogo y el consenso sin apelar a supuestos sin sentido.
          Vivimos épocas políticas fuertemente atravesadas por conflictos entre naciones, estados y capitales económicos. Las invasiones -económicas o militares-, los fundamentalismos -en sus aspectos religiosos y políticos-, los imperialismos -económicos, culturales, militares-, los milenarismos -en que algunos pueblos se encuentran aun sumergidos-, están más latentes que nunca, la geopolítica parece no haberse enterado del fin del mundo metafísico, ni de un orden “racional” del discurso.
          La Historia, el historiador, el filósofo, deben estar alerta frente a nuevas formas de “relatos” que se diluyen en prácticas aparentemente “vacías” de supuestos, prácticas que operan sobre la “realidad” y en favor de poderes hegemónicos, buscando lo “útil” para todos, apelando al fundamento de la universalidad -concepto metafísico por excelencia- de acuerdo a las circunstancias.
          El relato histórico se escribe sobre prácticas, que aparentemente no conservan ningún residuo metafísico, siendo o haciéndose éste último invisible al investigador. No es posible comprender la política y la historia del medio oriente por ejemplo, dejando de lado los presupuestos religiosos, los milenarismos y los discursos económicos en versiones emancipatorias que los atraviesan.
          El aparente universo de discursos vacíos de residuos metafísicos, aparece frente al observador atento más contaminado que nunca, plagado de supuestos que operan desde la oscuridad y la liviandad de prácticas que afirman la falsa inocencia de ser solo “presentes” y no estar dirigidas ni al pasado ni al futuro, de no ser ideológicas, excusándose bajo un manto de cordero de ser “democráticas” -¿Es que, la democracia en su práctica capitalista neoliberal de mercado, no se ha transformado en un relato, en el “gran relato occidental”? No se apela en su nombre para fundamentar y justificar acciones políticas de extrema violencia?
          La importancia del estudio de las filosofías especulativas de la historia, no es meramente anecdótica, desde una función propedéutica ayuda a los investigadores preocupados por la historia, a descubrir y poner en evidencia los supuestos que ordenan y gobiernan el curso de los acontecimientos, supuestos que perviven y se han transformado o han mutado atravesando el gran conjunto de prácticas sociales y políticas.
          Comprendemos el problema que gira en torno al discurso científico y la narración histórica, el problema de la objetividad, del sujeto, del método. Estamos de acuerdo en gran medida en el hecho de que la historia es un producto interpretativo y narrativo, fruto -en parte- de la imaginación del historiador. Reconocemos en el lenguaje su impronta subjetiva, la cual dota al discurso histórico de múltiples significados posibles. Pero también denunciamos la existencia de supuestos metafísicos perviviendo en la historia, de nuevos relatos, y de políticas cuyos principios van mucho más allá del mero hecho o acontecimiento particular. La historia es un hecho universal que tiene que ver con prácticas asociadas en el tiempo a un sin número de creencias y supuestos, que no deben ser olvidados por temor a desconocer que el conjunto de prácticas humanas -si esto es la historia- tienen un origen en un lugar mucho más profundo que el presente inmediato.

NOTAS

1) El concepto de “Filosofía Especulativa de la Historia” en Walsh hace referencia al conjunto de filosofías que entendieron la Historia como una totalidad de sentido, que intuyeron un “eschaton” o “teleología” intrínsecas a las mismas. A propósito de esto, Arthur Danto en “Historia y Narración” (1965) distingue entre filosofías “substantivas y analíticas” de la historia, en el primer caso hace referencia a las filosofías que han especulado en torno “al conjunto de la historia”, cita como ejemplo las filosofías de San Agustín; Marx, Hegel entre otras.

BIBLIOGRAFÍA

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5 LYOTARD, JF (1986) La posmodernidad (explicada para niños). Barcelona, Gedisa.

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8 VEYNE, P (1972) Como se escribe la historia. Madrid, Fragua.

9 CASTRO ORELLANA, R (2010) Universidad Complutense de Madrid, INGENIUM. Revista de historia del pensamiento moderno Nº 4 (METODOLOGÍA), julio-diciembre, pp. 107-124.

10 DANTO, A (1989) Historia y narración. Ensayos de filosofía analítica de la historia. España, Paidós.

11 DUBY, G (1986) Diálogos sobre la historia, Madrid, Alianza.

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15 WITTGENSTEIN, L (1973) Tractatus logio-philosophicus. Madrid, Alianza.

16 CHARTIER, R (1992) El Mundo como Representación. Historia Cultural: entre práctica y representación. Barcelona, Gedisa.

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