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ARTÍCULO ORIGINAL

Tesoro de Lagunismos: arqueología lingüística de la puna catamarqueña

(‘Lagunismos’ Thesaurus: linguistic archaeology of the puna of catamarca.)

Daniel D. Delfino*

* Instituto Interdisciplinario Puneño. Universidad Nacional de Catamarca. Maximio Victoria N° 55. (4700) San Fernando del Valle de Catamarca. Arqueología. Correo Electrónico: dddelfino@yahoo.com.ar

 

RESUMEN

            Desde 1992 venimos realizando una compilación lexicográfica en el Distrito Laguna Blanca (Dpto. Belén - Catamarca) reuniendo cerca de 900 términos, de los cuales más de 800 están relacionados con troncos lingüísticos originarios. Estos registros son reflejados en una onomástica que entendemos como muestra de una expresión mestiza -en el sentido “ch’ixi” de Rivera Cusicanqui (2010:69-70), y que localmente llamaremos “chesche”. El conjunto de vocablos testimonialmente podría aportar a la comprensión de una historia que nos remite a complejos procesos que pueden remontarse a más de seis o siete siglos atrás, trazados desde relaciones sociales, políticas, religiosas y económicas. Así los procesos, cruzados por apropiaciones, traducciones, resignificaciones, implicaron un variado repertorio de relaciones socioculturales, asumiendo el resultado de múltiples interacciones transregionales apoyados en una diversidad de motivos (migraciones, alianzas sociales/parentales, adopciones tecnológicas como la agricultura, relaciones de intercambio de ideas y bienes, influencias ideológicas, irrupciones de carácter político-religioso, etc.), muchos de los cuales, incluso, no estuvieron exentos de distintos tipos de violencia colonial. Siendo arqueólogo -y quizás por ello-, nos servimos de las palabras como “objetos” de representación de los procesos sociales. Para esta suerte de arqueología lingüística, las palabras representan indicios que entrañan tanto aspectos dinámicos identitarios, como temporalidades y en este sentido pasarán a formar parte del material que nos posibilitará adentrarnos en las preguntas que desde hace tiempo atrás nos hemos venido formulando.

Palabras Clave: Laguna Blanca; Puna; Mestizaje; Arqueología Lingüística.

ABSTRACT

            Since 1992, we are creating a lexicographic compilation in the Laguna Blanca District (Dept. Belén - Catamarca) gathering nearly 900 terms, of which 800 are associated with native linguistic roots. These terms are translated into an onomastics which we consider as a sign of a mestizo expression - in the “ch’ixi” sense of Rivera Cusicanqui (2010:69-70), and locally called “chesche”. The set of words, as testimonies, could contribute to the understanding of a story that reminds us of complex processes that can be traced back more than six or seven centuries ago, drawn from social, political, religious and economic relations. Thus the processes, crossed by appropriations, translations, re-significations, involved a varied repertoire of socio-cultural relations, assuming the result of multiple trans-regional interactions supported by a variety of reasons (migrations, social and parental alliances, technological adoption as agriculture, relations of exchange of ideas and goods, ideological influences, irruptions of political-religious nature, etc.), many of which were not even exempt from different types of colonial violence. As archaeologist, and perhaps for this reason, we use words like 'objects' of representation of social processes. For this sort of linguistic archaeology, words are signs that imply dynamic aspects of identity, such as temporalities and in this sense will become part of the material that will allow us to delve into the questions that we have come by asking for some time.

Key Words: Laguna Blanca; Puna; Miscegenation; Linguistic Archaeology.

TASANDO UN TESORO

            Para este trabajo se ha recurrido a un título (Tesoro de Lagunismos (1)) que en su paráfrasis queda en deuda con el precursor de los estudios lingüísticos en Catamarca (autor del primer estudio filológico sistemático de la lengua kakana), Don Samuel Alexander Lafone Quevedo. Caminador incansable, se afanó por entender los paisajes interiores de las gentes que habitaron los espacios rurales de la Provincia. Para finales del siglo XIX llevó al papel una vasta experiencia acumulada de testimonios que desahogaban sus preocupaciones filológicas, ayudado en sostenidas búsquedas de archivo. Casi obsesionado con salvar del olvido una de las “lenguas arrinconadas” que el proceso de conquista europea –posterior a la incásica- tuvo por desenlace, se propuso hacer todo cuanto estuviera en sus manos para restaurar lo perdido, y con pasión arqueológica intentó recomponer con entrañable celo una gramática que resultó esquiva. Lafone Quevedo sorteó con habilidad cualquier elección caprichosa, cuando en el título de su obra escogió tan cuidadosamente la palabra tesoro como medio para representar, tanto descriptiva como poéticamente, la obra que se había propuesto. De este modo, unos cuantos cientos de términos inconexos, vestigios fragmentarios de una lengua ya en desuso, se transformaron en parte de su “tesoro”. Mas el nombre dado a su compendiosa tarea encerraba también una otra acepción derivada del latín thesaurus, para referir al listado de palabras o términos reunidos en ese almacén o tesorería.
            Es justo reconocer sin embargo que su célebre “Tesoro de Catamarqueñismos” (1898ª, 1898b) obedeció a una motivación determinada, y distinta de la nuestra. En la medida que mantuvo por destino último rescatar del olvido los vestigios de la lengua cacana atesorándolos para una posteridad, nuestra motivación se aleja de ese punto, para coincidir sólo parcialmente con la de él. Por nuestra parte, lejos de ver esta lista como una búsqueda asintótica de alguna totalidad, o haber intentado generar un espacio desde dónde comprender mejor las reglas comunicativas de una sociedad (aunque no negamos la posibilidad de encontrar alguna pista sobre esta cuestión), preferimos mirar el conjunto de palabras reunidas como manifestaciones de expresiones mestizas en el sentido “ch’ixi” de Rivera Cusicanqui (2010, 2011). Poniéndonos en la pista sobre esta noción, la autora dirá que “obedece a la idea aymara de algo que es y no es a la vez, es decir, a la lógica del tercero incluido. Un color gris ch’ixi es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y también es negro, su contrario (2). La potencia de lo indiferenciado es que conjuga los opuestos. Así como el allqamari conjuga el blanco y el negro en simétrica perfección, lo ch’ixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse nunca con él”. (…) “La noción de ch’ixi,…plantea la coexistencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan o se complementan. Cada una se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa” (Rivera Cusicanqui, 2010:69-70). Lejos de suponer el proceso “ch’ixi” o “chesche” discurriendo a espaldas de los conflictos, el contacto lingüístico absorbió también las cargas de la violencia colonial. “Efectivamente, desde la llegada de los españoles al continente americano, los contactos han sido caracterizados por la dicotomía entre dos sistemas sociales que proyectan el mundo de una manera muy diferente no solo desde el punto de vista cultural, sino también desde la naturaleza del mundo físico. Las relaciones entre estos dos sistemas han sido y siguen siendo jerárquicas y asimétricas. En esta situación, el español se encuentra en posición dominante frente al quechua, que se encuentra en una posición dominada” (Merma Molina, 2007:11). La imposición colonial fue resistida localmente a través de un conjunto de estrategias que parecieron ocultar la violencia y que posibilitaron soportar las ofensivas de imposición cultural y social. El lenguaje -los modos de nombrar y concebir- afianzó las conductas de pertenencia al subrayar elusivamente las significaciones de un territorio, entendido como un gran soporte de memoria articulado desde la oralidad en una dialéctica entre la materialidad del espacio y la praxis histórica.
            Desde estos fundamentos sostenemos que este conjunto de vocablos representa el testimonio de relaciones sociales, políticas, religiosas o económicas -de las buscadas y de las forzadas-, que dieron como consecuencia un mestizaje (3) espejado en los cientos de términos simples y complejos, los que van mostrando particularidades de la fecundidad comunicativa, un mestizaje que recoge los sentidos inspiradores y los ubica en el lugar y momento de cada acto del devenir. En principio quedamos satisfechos con asomarnos a la tarea de dejar atestiguados aspectos de la impronta de los mestizajes originados por consecuencia de los complejos procesos sociopolíticos acaecidos a partir de los diez últimos siglos en el Distrito Laguna Blanca (Norte del Departamento Belén en la Provincia de Catamarca). El recurso lingüístico probablemente sea solo otra de esos tantas muestras de la exuberancia del mestizaje sociocultural que esta porción de la Puna catamarqueña tiene para mostrar, donde el mismo mestizaje “lagunist@(4) reafirma también la insignificancia de los esencialismos. En este sentido, su fertilidad lingüística representa una magnífica invitación para pensar en las causalidades históricas que le dieron fundamento. Un campo semántico construido por hablantes que enfrentaron como supieron -o pudieron- a partir de las diferentes maneras de nombrar y concebir, velocidades de cambio sociocultural acompasado y concomitantemente con estas modificaciones lingüísticas. Estos procesos, cruzados por apropiaciones, traducciones, re-significaciones, implicaron un variado repertorio de relaciones socioculturales, asumiendo el resultado de múltiples interacciones transregionales apoyadas en una diversidad de motivos (migraciones, alianzas sociales/parentales, adopciones tecnológicas como la agricultura (5), relaciones de intercambio de ideas y bienes, influencias ideológicas, irrupciones de carácter político-religioso, etc.), muchos de los cuales, incluso, no estuvieron exentos de distintos tipos de violencia. Solo por señalar los más evidentes recordaremos los sucesivos procesos de colonialismo externo (imperialismo incaico, español), e interno (nacionalismo unitarista) reforzados por la silenciosa labor del proyecto educativo nacional de disciplinamiento iniciado por la Generación del ’80 (del siglo XIX, y sucedáneos en los siglos XX y XXI), que tuvieron por consecuencia la pérdida de gramáticas y de diversidad lingüística de otros modos del nombrar y concebir pre-existentes.
            Debemos decir que no somos lingüistas -no es nuestro cometido-, en principio solo nos hemos asomado a una tarea de recopilación de términos cuyos significados intentamos esclarecer sirviéndonos de los aportes de quienes hacen de su compresión un objetivo disciplinar. Siendo arqueólogos -y quizás por ello-, nos hemos servido de las “palabras” -como si se tratara de “objetos”- en tanto productos de una especificidad histórica de los procesos sociales. Así las palabras, “hablan” de las relaciones sociales, de la historia, de lo que pesa y de lo que importa, hablan de lo que no debía o podía olvidarse, predican sobre un mundo que está allí a la mano, donde aún lo presuntamente intrascendente sigue allí, indicando elusivamente... Para esta suerte de arqueología lingüística, lo que las unidades léxicas representan como indicios de lo dicho, forman parte constitutiva del material contextual que creemos contribuye a ponernos en la pista de las respuestas a muchos de los interrogantes que nos venimos planteando desde hace ya tiempo atrás. Al reconocer en las unidades léxicas cualidades de objetos históricos, viéndolos como significantes de cultura en alusión a una realidad presente -en el sentido dado por Walter Benjamin (6)-, son el resultado de una causalidad histórica (7) donde cada una de ellas por su parte, y la estructuración en su conjunto conforman un contexto de sentido cuyo potencial de información podría resultar equiparable y complementario con el que provee el registro arqueológico y las fuentes etnohistóricas. Restos materiales de distintos tiempos, algunos viejos documentos y vocablos mayormente inconexos de sus respectivas gramáticas, materiales de naturaleza diversa y una tarea común: recomponer los trazos de una historia, de una pragmática con entrecruzamientos, justificaciones propias y –presumimos- razones comunes… Estos fragmentos -los restos del lenguaje-, poseen a modo de marcas genealógicas, una historia que recapitula aspectos pasados y que, mediante un proceso semiótico a través de su tránsito sintáctico nos permite producir un sentido causal. El análisis de este compendio lexicográfico como totalidad, contiene -creemos-, significaciones atinentes a procesos que de algún modo impactaron regionalmente. Por esta razón, los pensamos como un territorio de representación donde el proceso de producción de sentido abre el campo para entender cómo se vinieron desplegando las relaciones de poder -y por lo tanto-, los conflictos expresados en el nivel de las manifestaciones sociales y de las prácticas. A este presente llegamos con fragmentos de pasado, muchos de ellos ininteligibles, inconexos, que han “pasado” a formar parte de recuerdos de pasados sin memoria, para los que la oralidad no alcanzó a auxiliar. Estas capas de historias sedimentadas de manera desordenada, atentadas por el tiempo, por los años, por las muertes y por olvidos oportunos ante el oprobio de los vasallajes disruptivos de las dinámicas locales, dejaron lo que quedó, lo que encontramos, un poco acá en la región vueltos materialidad de antiguos, vueltos palabras viejas puestas en rostros ancianos. Otro tanto, en cambio, a distancia, una distancia geográfica -y seguramente conceptual-, donde la preeminencia de otros estilos de registro privilegiaron soportes o corporalidades de memoria diferentes (v.g. imágenes fotográficas o acuarelas, materiales de archivo, periódicos), palabras dichas/escritas en otras lenguas, núcleos de validación extra-local, extra-regional, extra-tradicional, extra-nacional… a pesar de sus diferencias, los distintos registros siguieron teniendo por denominador común un mismo destino: una difusión de causalidad, casi una pulverización (a pesar de lo cual, este proceso de fundirse en el polvo de los tiempos debe encontrar su método de comprensión estratigráfico…).
            La tarea de juntar las partes de este vocabulario lagunisto comenzó casi como un “juego” de conocimiento. En un intento por ir dando sentido a los nombres desconocidos del territorio pronto avizoramos posibles valores indiciarios en los topónimos, los que entendimos como marcas (8) del espacio a través de los procesos de nominación de un pasado que inscribió con sentido el territorio (la semantización de la materialidad del espacio). Casi inmediatamente recurrimos también a esclarecer muchos biónimos y así fueron entrando también, algunas de las referencias a prácticas tradicionales. La vigencia de muchos términos de Laguna Blanca, y su contracara de caducidad de varios de ellos tanto en espacios urbanos próximos, como en otros sectores rurales no muy distantes, nos fueron invitando a intentar encontrar las causas de su presencia local. En esta suerte de palimpsesto se fueron expresando calidades de información que provenían desde distintos pasados, pasados no lineales, que parecían entrar y salir del habla (probablemente más de una vez). La articulación de términos -o fragmentos de estos- fueron formando un corpus que incluye, entre otros, algunos que por su origen quedaron emparentados con varias lenguas indígenas de América y otros muchos que subrayan la perduración de arcaísmos léxicos del español.
            Así como un sitio arqueológico está en permanente construcción/destrucción, donde una serie de eventos hacen que esté en formación, puede decirse que el lenguaje -como el registro arqueológico- también se está formando, está sujeto a un proceso dinámico de cambios, refuerzos, dilaciones, olvidos que devuelven en el momento del habla algo que vendrá a fungir como un estado histórico del lenguaje. Confiamos en que la propuesta de una arqueología lingüística, articulando la reunión de un vocabulario regional particular con cierta materialidad registrada desde la arqueología –en tanto ciencia social-, junto a unos pocos apuntes etnohistóricos, abonarán el camino para que podamos ajustarlos en un complemento que nos arroje sobre una historia lateral, un murmullo que, parado en lo cotidiano sin pretensiones de algún derecho de autor/a, nos susurre una historia entre dientes, y a la vez -y tal vez por ello-, finalmente instituida en una monumentalización discusiva. El camino de esta praxis gnoseológica pone en perspectiva nuestro interés político al tratar de escudriñar al interior de las relaciones de poder y dominación. Para ello nos reconocemos mirando algunas claves del paradigma indiciario (Ginsburg, 1989), y el valor metodológico de herramientas que ponen el acento “en lo secundario, en los datos marginales considerados reveladores. Así los datos que habitualmente se consideran poco importantes, o sencillamente triviales, ‘bajos’, proporcionan la clave para tener acceso a las más elevadas realizaciones (…)” (op.cit., p. 143). “Lo que caracteriza a este tipo de saber es su capacidad de remontarse desde datos experimentales aparentemente secundarios a una realidad compleja, no experimentada en forma directa” (op.cit., p. 144).
            Así también nos vemos coincidiendo con lo expresado por Norman Fairclough (2008:172) al considerar el uso lingüístico como una práctica social por lo que se está implicando, en primer lugar, que es un modo de acción (Austin, 1962; Levinson, 1983 en Fairclough, 2008), y, en segundo lugar que,“siempre es un modo de acción situado histórica y socialmente, en una relación dialéctica con otros aspectos de ‘lo social’ (su ‘contexto social’) –que está configurado socialmente, pero también, que es constitutivo de lo social, en tanto contribuye a configurar lo social. El uso lingüístico, aunque con diferentes grados de prominencia según los diferentes casos, siempre es simultáneamente constitutivo de (i) las identidades sociales, (ii) las relaciones sociales y (iii) los sistemas de conocimiento y de creencias”.
            Como fuera señalado, el trabajo se ha cimentado en la propuesta de una arqueología lingüística soportada en una metodología etnográfica; así nos servimos de tradiciones claramente inscriptas en la antropología para dirigirnos hacia nuestro objetivo central cual es, contribuir a la historia de esta región puneña. En razón de ello, debemos decir que este trabajo lexicográfico fue la consecuencia de incontables jornadas compartidas con nuestr@s amig@s en Laguna Blanca desde comienzos de los ’90 y hasta el presente. Los registros efectuados fueron una consecuencia colateral del desarrollo de una investigación acción-participativa de tipo longitudinal, signada por distintos intereses científicos particulares (etno-arqueológicos, museológicos, arqueológicos). Una permanencia necesaria para transformar las sorpresas provocadas por ignorar las peculiaridades de este mundo puneño, en sucesos algo más cotidianos y habituales. Empero resulta necesario no perder de vista que esta compilación solo fue posible justamente por la intervención de los habitantes de la región, por ello, en tanto “socios” del conocimiento, debe tenerse este por un trabajo colectivo, y así ver que la compilación tiene tant@s autor@s, como lagunist@s. Estas interlocuciones tuvieron lugar en contextos espontáneos, situados en actividades cotidianas cruzadas por los trabajos que dan sentido y posibilitan lo doméstico, tanto como lo comunitario. Los términos inadvertidamente fueron fluyendo en momentos donde nos avocábamos a realizar las tareas más habituales, de allí manaban los nombres para aludir a las íntimas habilidades específicas. Así por ejemplo mientras algun@s lagunist@s aportaron términos propios de actividades culinarias, otras unidades léxicas provinieron de referencias a actividades tan diversas como la agricultura, la alfarería, la cría de ganado, los juegos, o actividades caravaneras de intercambio o contrabando. Mas conviene tener presente que la “aparición” de cada término que fue a componer el vocabulario respondió, en parte, a su casi inevitable carácter inesperado y “espontáneo” de aparición (9), pero también a que nuestras oportunidades estuvieron condicionadas por el propio encuadre de posibilidades dialógicas y particularidades referenciales de nuestro rol de interlocución. Muchos de estos condicionantes estuvieron signados por el hecho de ser varón, foráneo, de referencia universitaria, y algunos otros reflejos identitarios (culturales, sociales, políticos, etc.), algunos de las cuales fueron mudando acompasadamente con el paso de los años (v.g. edad, paternidad, etc.), pero que seguramente incidieron y fueron decisivos a la hora de poder entrar a, o quedar excluidos de ciertos espacios de interacción (y de intimidad) en el que se podrían haber dado otras posibilidades discursivas. Finalmente la sumatoria de todos estos aspectos fue a dar contra las propias limitaciones metodológicas y de capacidades personales…
            La estrategia de contextualizar distintas calidades de datos puede habilitarnos de mejor forma para tratar de entender la co-ocurrencia de las manifestaciones lingüísticas registradas. Sin apasionarnos especialmente con el cacán como Lafone Quevedo (1898b), ni con el cunza como Pais (1955), esta compilación devuelve la concurrencia de cinco troncos principales en una espesura de ramas entrecruzadas, cuatro que nacieron recostadas sobre el Ande -quechua, aymara, cunza y cacán-, entramadas prepotentemente por la lengua española (la que vale recordar, tras de sí arrastraba las complejidades de su propio proceso de mestizaje, siendo ella misma la muestra de las alteraciones lingüísticas originadas en ocho siglos de sometimiento islámico).
            Hemos reunido cerca de 900 términos empleados en la región, de los cuales más de 800 están relacionados con los troncos lingüísticos originarios, el resto –de filiación española- no suele emplearse en el lenguaje corriente (ni en ámbitos urbanos ni en otras regiones rurales de nuestro país). Los mismos remiten a una onomástica con referencia a topónimos (orónimos e hidrónimos), antropónimos (apellidos) y biónimos (fitónimos y zoónimos), así como a actividades productivas, rituales o aspectos de estas prácticas, nombres de alimentos, partes anatómicas, instrumentos, de la farmacopea y para referir a dolencias médicas.

CARGAS LINGÜÍSTICAS Y ARQUEOLÓGICAS PARA DESANDAR EL CAMINO

            Durante más de un siglo de historia disciplinar desde mediados del XIX fueron profusos los planteamientos que bañaron la literatura arqueológica sobre relaciones genético-causales entre cultura material -preponderantemente iconográfica-, lengua, territorio y etnicidad, por ello trataremos de ser prudentes al trazar confluencias desde distintas calidades de información. Simplificaciones reduccionistas por el estilo, han ocasionado más de un equívoco al tratar de legitimar paralelismos en los que se cruzaba información proveniente de contextos arqueológicos, con datos lingüísticos para dar cuerpo a entidades etnográficas, soportadas por lecturas ingenuas y lineales de fuentes paleo-lingüísticas. En una correspondencia disuelta en aquel viejo concepto que asimilaba un pueblo a una lengua y a una cultura, sobre una identidad de territorio, el quechua fue atribuido de manera cerrada como la lengua de los Incas. Lejos de resultar exacta la asociación, en consonancia con su proyecto imperial, ni siquiera puede sostenerse “su asignación como lengua primordial de los incas” (Cerrón-Palomino y Kaulicke, 2010:10; Cerrón-Palomino, 2004b). Advertidos por los ecos de esas letanías, nos abocaremos entonces a una tarea prudente de urdido y entramado para armonizar las texturas de esta historia.

LOS RASTROS DE LA QUICHUIZACIÓN y AYMARIZACIÓN

            Muy recientemente ha podido apreciarse un debate sostenido para afinar las características del proceso que dio por resultado la configuración regional de los grupos quechua y aymara hablantes en los Andes Centrales. Las referencias a sus vinculaciones, contingencias y particularidades, las especificidades de su expansión, quedan sujetas a discusiones controversiales. Parecen superados los asertos que atribuyen las expansiones del quechua y del aymara como herencia de los incas y los tiahuanacotas, respectivamente (Beresford-Jones y Heggarty, 2010:63). No por ello el territorio de las discusiones puede tergiversar la afirmación de que las familias lingüísticas muestren necesariamente aspectos de los últimos procesos expansivos, cuya huella también debe manifestar los reflejos en el registro de la cultura material. Inspirados en el concepto de horizonte estilo de los cuadros de periodificación que ordenan los procesos socioculturales en los Andes, Beresford-Jones y Heggarty (2010) sostienen que, mientras el registro arqueológico muestra tres horizontes estilo, la expansión de las familias idiomáticas aymara o quechua obedece a dos dispersiones principales, descartando por ello al Horizonte Tardío por considerarlo muy reciente como para dar cuenta de una difusión geográfica amplia (op. cit.). En relación con lo anterior, los autores sostienen (op. cit., 2010:69) que “existen fuertes indicios de que los incas bien podrían haber hablado originalmente aymara, y que habrían cambiado al quechua como su idioma ‘oficial’ imperial relativamente más tarde en su trayectoria de expansión imperial, durante el reinado de Tupac Inca Yupanqui (1471-1493)”(cf. Cerrón Palomino, 2004b).
            La compilación de nuestro “tesoro” permitió visualizar en la región una abrumadora mayoría de términos cuyo origen se remite al multifacético proceso de quichuización, seguidos numéricamente por los términos de origen aymara (10). Las influencias de estos dos troncos lingüísticos sobre los modos de nombrar preexistieron a la conquista imperial incaica, sobre todo si consideramos la posibilidad -al menos especulativamente-, de que los procesos sociales acaecidos en lo que actualmente conocemos como el territorio del NOA hayan funcionado interconectadamente y que, incluso como fuera planteado reiteradas veces, las sociedades que habitaban en el NOA hubieran participado de algún modo de un sustrato ideológico común. Un proceso que comenzó antes de la llegada de los Incas (11), que se fue consolidando con su irrupción en el NOA, terminó siendo reforzado por los conquistadores europeos hasta bien entrada la Colonia española (Heggarty y Beresford-Jones 2010:44). En ese sentido, Cerrón-Palomino (2004a:1) recuerda que “La ordenanza dictada por el virrey Toledo en Arequipa, el 10 de septiembre de 1575, otorgando indirectamente el estatuto de lengua oficial a dichas entidades (sobre todo para los efectos de la evangelización) (cf. Toledo, [1575] 1986:57)”; concomitantemente el Obispo de Tucumán, Don Fray Fernando de Trejo y Sanabria, en 1597 aprobó en las “Constituciones y Declaraciones” del primer Sínodo algunas medidas que siguieron estos designios (Levillier, 1926:9). Mientras en los primeros siglos de la colonización española los administradores recurrieron a una estrategia de apropiación de la lingüística indígena, posteriormente en la consolidación de este proceso se sirvieron de políticas de adoctrinamiento re-direccionándolas hacia su negación. El 28 de Noviembre de 1773 llegan a la ciudad de Tucumán las instrucciones del Gobernador Matorras donde se señala: “Que en cada parroquia se ponga una escuela pública donde los niños aprendan a leer en castellano y que en el mismo idioma sean instruidos en la doctrina sin permitir que el maestro les hable en otro ni que los niños entre sí se traten usando del nativo... Que los caciques, alcaldes, fiscales y demás mandones de las parroquias, para entrar a ejercer (sic.) estos oficios sepan precisamente la lengua castellana y con ella se manejen en todos los asuntos propios de su ministerio, procurando para hacerse entender de los indios instruir a éstos por sí mismos. Que bajo alguna pena se mande en la ciudad que los padres de familia y madres, así de los verdaderos españoles principales y de distinción como de los plebeyos y mestizos, en sus casas hablen siempre a sus hijos y sirvientes en la lengua española para todas las cosas domésticas y no les permitan responder en ningún caso en quíchua ni que ellos entre sí se traten en él” (Morínigo, 1958). Sin embargo, como bien señalaba Lafone Quevedo (1898a:XXIV), “Verdad es que hasta mediados de este siglo [XIX] los Curas aún confesaban en ‘la lengua’ [quichua] y el comercio con el alto Perú conservaba la tradición del Cuzco más puro”. En concordancia con lo indicado cabe recordar que, justamente a mediados del siglo XIX fue entronizada la primera capilla en Laguna Blanca. Asimismo, recientemente se ha reconocido -y documentado- la relación económica que había entre estos espacios productivos puneños y su enlace de intercambio y comercio con lo que fuera referido como el “Alto Perú”; en numerosas menciones se señala, por ejemplo, el gran potencial de las pasturas de Laguna Blanca, razón por la que -una y otra vez- es referido tanto como potrero de engorde de hacienda, como para cubrir las necesidades de mulares en los emprendimientos potosinos (Delfino et al., 2007; Quiroga, 2003, 2004).
            A pesar del cambio de estrategia colonizadora intentando la invisibilización lingüística de las sociedades originarias, los indicios de la quichuización del NOA se siguieron proyectando hasta tiempos recientes (12).

LOS RASTROS PUROS Y DUROS DE LA ARQUEOLOGÍA

            Plantados ya en la interpretación de lo local, y sobre pistas ciertas de que aproximadamente unos 70 años antes de la Conquista Española los Incas habían llegado al Noroeste argentino movidos por diversos intereses, es tiempo de mostrar las evidencias de que Laguna Blanca habría despertado alguno de estos (Delfino, 1999; Delfino y Pisani, 2010, 2012; Pisani, 2012). Su presencia ha sido constatada en un conjunto distintivo de estructuras arquitectónicas, implantaciones que discurren en puntos apartados del Distrito Laguna Blanca, aunque concentrados en la porción sur del piedemonte oriental de la Sierra homónima. Entre las estructuras más destacadas puede mencionarse Caranchi Tambok (13), una instalación de administración local cuyo diseño arquitectónico muestra un núcleo central que responde a la definición de un “Rectángulo Perimetral Compuesto” (RPC sensu Madrazo y Ottonello, 1966:12), conformando a partir de varios recintos entre los que se distingue una estructura asociable a una pequeña “kallanca(14) (Delfino, 1999). Además se relevaron varios otros sitios entre los que se cuenta Festejos de los Indios, enclavado entre los campos de cultivo de la vieja aldea cuyas primeras modelaciones arquitectónicas tuvieron lugar hace cerca de dos mil años, y que fuera denominada Piedra Negra. En esa aldea también se localizó un “enclave productivo” (Pisani, 2012) formado por la proximidad de asentamientos constituidos por varias bases residenciales siguiendo diseños de autonomía funcional (recintos rectangulares integrados a un patio cerrado y algunas collcas (15)) y puestos, todos ellos asociados al momento incaico (Pin 28, Pin 29, Pin 76, 80, Pin 81), mientras otros sitios se distribuyen más espaciadamente (Pin 22 (16), Pin 45 (17), Pin 32, Pin 47, Pin 52, Pin 65, Pin 66, Pin 67, Pin 82, Pin 115 y Pin 121). En las proximidades se halló una plataforma ceremonial (Pin 47), una sobre-elevación limitada por un muro perimetral donde se entronizó un monolito de pegmatita de 1,63 metros de altura (Delfino, 2005). Como fuera ampliamente reconocido, la conquista incaica se apoyó en una estrategia material y simbólica. Pusieron empeño en dejar los rastros estatales de su llegada en la re-semantización de los rasgos territoriales, esta tarea de “re-construcción” se proyectó incluso donde la materialidad resultaba esquiva, o solo tangible, indirectamente. Una de estas estrategias (sensu Bourdieu, 2011) fue la conquista y re-significación del -probablemente- omnipresente dios tutelar local, el Nevado de Laguna Blanca (18). Así en el punto más destacado de la Sierra, a 6.032 m.s.n.m. hemos hallado la plataforma ceremonial IA 02 acompañada por maderas de varias especies para ser empleadas como leña. Algunos cientos de metros más abajo (4.765 m.s.n.m.), se emplaza otra instalación de altura, la IA 01 (19) que fuera resuelta mediante muros dobles, distinguiéndose tres recintos de planta rectangular, un patio y siete collcas. La coerción se apoyó en la imposición de normas, valores, estéticas y todo un conjunto de estrategias articuladoras de la dialéctica materialidad/ideología. En ese camino se inscribieron las estrategias de disciplinamiento de un espacio -inicialmente extraño- pero que iba siendo incorporado a partir de actos “bautismales” de verbalización, apuntando justamente a construir desde los topónimos, otro territorio. Así acompañando a aquellas casi sutiles inscripciones arquitectónicas significantes -y quizás inimaginablemente más efectiva que ella-, se inscribió la prolija re-nominación de rasgos del espacio. La lengua, los modos de ser nombrados los hitos, tradujeron un ámbito inicialmente desconocido de primeras personas, pero en la mira de las intenciones imperiales, transformando un territorio ignoto, en un mapa familiar sumiso, al menos nominalmente (Andermann, 2000).

PISTAS INCOMPLETAS PARA VALORAR EL TESORO DE LA QUICHUIZACIÓN

            Basándonos en el Vocabulario Políglota Incaico (1905), hemos tratado de precisar su correspondencia -siempre que fuera posible- con las variaciones dialectales designadas con los nombres de cuatro ciudades peruanas: Cuzco, Ayacucho, Junín y Ancash, sobre todo pensando en que pueden corresponderse con las clasificaciones que derivan en dos subfamilias: Quechua I o B o lengua quechua central (Junín y Ancash) y Quechua II o A o lengua quechua periférica (Cuzco y Ayacucho). Asimismo la “abundancia” de términos quechua nos obliga a detenernos en algunos aspectos peculiares de la lengua, ya que la misma presenta recursos singulares que ameritan ser explicitados. Entre otros podemos constatar el uso frecuente de un recurso que en lengua española se denomina reduplicación. Así, por ejemplo son frecuentes las denominaciones a partir de la repetición del mismo término, por ejemplo: “copa-copa”, “culi-culi”, “cusiya-cusiya”, “chupi-chupi”, “gira-gira”, “goto-goto”, “muna-muna”, “muña-muña”, “rica-rica”, “suelda-suelda”, “tisca-tisca”, “vira-vira”, “yapa-yapa”. Esta repetición -o reduplicación- es un procedimiento bastante común en el quechua y en aymara para denotar la abundancia o cantidad del elemento referido (Cerrón-Palomino, 2004a:14).
            Otra de las maneras bastante usuales de uso en la lengua quechua es la presencia del sufijo “-na”. El mismo se emplea para formar un sustantivo derivado de temas verbales con el significado de instrumento apto para realizar la acción significada por el radical verbal; así por ejemplo el término derivado de “pichay”, “pichana” refiere al instrumento que sirve para barrer -escoba, escobilla, escobón, etc.- (Quechua en Cochabamba, 1997). Hay una amplia lista de términos que en la región así lo ejemplifican, por ejemplo: “guatana”, “cutana”, “copana”, “conchana”, “cuncuna”, “conana”, “pecana”, “muyuna”, “charcona”, “ichuna”, “pascana”, “pintuna”, “quipana”, y tantos otros.
            También podemos reconocer otra perduración gramatical en la desinencia de términos tales como “tistincha” (ó “tijtincha”) y “tolencha” donde, según el Diccionario Simi Taqe (2005:41), la partícula añadida “cha. Gram. Sin acentuar” forma los diminutivos y “Según el sentido de la frase puede tener significación despectiva. EJEM: urpicha, palomita; t’ikacha, florecita (diminutivos); waynacha, jovenzuelo; warmicha, mujerzuela (despectivos)”.
            Abordando someramente el tema de la fonética, diremos que al acudir a referencias bibliográficas para contrastar las formas específicas de consignación ortográfica de los términos hemos encontrado maneras polimorfas de escritura, a pesar de que en la República de Bolivia, como señala Mario Lara López (Lara, 2001:15), desde 1984 fue aprobado por decreto un Alfabeto Único Oficial para los idiomas Aymara y Quechua. Por ello han sido muchas las discusiones que se nos han presentado alrededor de la elección ortográfica; así por ejemplo en la obra citada (Lara, 2001:46-52), el autor da cuenta de los problemas a que se vio sujeto la escritura con el paso del tiempo. Por otra parte, hemos registrado pequeñas diferencias en la pronunciación de muchos de los términos en cuestión, diferencias que se desmarcan de la posibilidad de agruparlos bajo criterios generacionales, micro-regionales, de género o de procedencia. Una de las dificultades que en algunos casos debimos superar fue la versatilidad con la que se cambiaba la fonética en ejercicios de repregunta. Frecuentemente ante una solicitud de reiteración del término con vistas a su registro, la nueva enunciación podía contener pequeñas variaciones fonéticas respecto de la formulación original, situación que podía repetirse más de una vez. Por ejemplo, registramos el topónimo español indistintamente como “Casa y Pared(20), como “Casa’i Pader”, “Casa de Pared” y “Casa Pared”, dependiendo de los hablantes. Situaciones semejantes se registraron en términos donde pareció legítimo el empleo de pronunciaciones algo distintas, entre estos puede remitirse a los términos: “chancua” o “chaunca”, “colpa” o “coypa”, “chaquimpuca” o “chacampuca”, “guacho/a” o “guascho/a”, “janiaschu”, “janiascho” o “añaschu”, “llita”, “llijta”, “illita” o “yicta”, “mishmir” o “mishmear”, “paique” o “paico”, “pilpinto” o “pilpiento”, “poposa” o “pupusa”, o en “quipana”, “quirpana” o “quilpana”.

RASTROS DEL SOL DE MAÑANA

            Ahora bien, la abundancia de términos de filiación quechua y aymara no opaca la presencia de algunos otros asignables a distintos troncos lingüísticos. Tal es el caso de unos pocos asimilables a la lengua del pueblo Lickan Antai o Atacameño, el cunza. Para ello una referencia obligada son los escritos de Federico E. País, precursor de los registros lingüísticos para la región. En su “Viaje a Laguna Blanca” (1955) puede leerse: “Laguna Blanca resultaría así una especie de lugar de cruce y confluencia de diversas corrientes espirituales y culturales, donde quedan en virtud de las propias características geográficas de la zona, vestigios muy arcaicos de todas ellas (op. cit., 1955:28-29). “…la ‘tonada lagunista’, netamente diferenciada de la de Belén, Santa María, Catamarca, etc., probaría que la lengua que allí se habló no fue el ‘cacán’ (lengua de diaguitas y calchaquíes), ni el quichua. Nos queda la posibilidad de que hayan sido o el cunza (lengua atacameña) o el aimara (lengua de la civilización primitiva de Tiahuanacu, en Bolivia)” (op. cit., 1955:29). Entre los pocos términos registrados se cuenta la desinencia “-ara” (cf. “Negroara”, “Suriara”, “Terreara”; presente incluso en un mestizaje lingüístico mediante el recurso del diminutivo español, “Aritas”) que País (1955) traduce como “morada o casa”, coincidentemente Vaïsse et al. (1896:12-13) refieren “Ara: por Hara: -alojamiento - En combinacion pierde la H aspirada”; por el contrario San Román (1890:19) indica que “casa” se diría “tturi”. Además se cuentan algunos biónimos cunza; entre ellos arbustos como el “checal” (Fabiana densa), la “copa” (Artemisia copa), la “illicoma” (Parastrephia quadrangularis), o la “charcoma” (Proustia cuneifolia D. Don. var. cuneifolia), aves como el “colán” (Tinamidae sp.), mamíferos como la vicuña, “huisla” (Vicugna vicugna), topónimos como “Copapo”, “Antofalla”, entre otros.
            Ello no es de extrañar a juzgar por algunos de nuestros hallazgos, que subrayan la hipótesis de vinculaciones con los pueblos del Oeste. Entre ellos mencionaremos el hallazgo de restos cerámicos que efectuáramos en el sitio LB 08 (21), en donde su iconografía y factura resultan claramente asimilables a las entidades Diaguita Chilena y Taltape. Otra de las evidencias incuestionables de contactos queda testimoniada por la presencia de valvas de Argopecten purpuratus, un molusco cuyo hábitat corresponde a las aguas poco profundas del Océano Pacífico en una distribución que corre del Norte de Chile al Sur del Perú. Así también, cabe destacar que en la Provincia de Salta uno de los pasos montanos que comunican con el Norte del Distrito Laguna Blanca recibe el nombre de “Abra de Atacamara”, cuya traducción en cunza referiría a “morada de los atacamas” (Pais 1955). Otro de los datos que podemos aportar para reforzar contextualmente la aparición de términos cunza, proviene de los registros históricos de tributación de indígenas originarios de Laguna Blanca en los ayllus de San Pedro de Atacama, y de atacameños en Laguna Blanca (Hidalgo Lehuedé, 1984; Gentile Lafaille, 1986; Delfino et al., 2007).

RELACIONES ABAJEÑAS

            Como señaláramos al comienzo en este trabajo, fue Samuel Lafone Quevedo quien estuvo detrás del primer estudio filológico sistemático de la lengua kakana. El lingüista de Pilciao, no pudo permanecer ajeno de las gravitantes discusiones sobre la filiación que esa lengua guardaba con el quechua. Pasadas las tribulaciones iniciales que en un comienzo lo llevaron a aproximar coincidencias con Martín de Moussy, y cuando sus dudas fueron despejadas para pasar a dar preeminencia a las menciones sobre un vocabulario realizado en el siglo XVI por miembros de la Orden de la Compañía de Jesús, el padre Alonso de Barzana -o Bárcena, se afianzó finalmente en la idea de que el kaka (o caca, o kakán, entre otras nomenclaturas) era una lengua por derecho propio. Este derrotero quedó documentado, por ejemplo, en las cartas enviadas entre los años 1883 y 1885 para ser publicadas por el periódico dirigido por Bartolomé Mitre, La Nación, y que luego terminó compilado en su célebre Londres y Catamarca (1888). Mientras Lafone Quevedo inicialmente expresa que, “(…) ocupémonos en averiguar algo acerca de la lengua que hablaban los Diaguitas de Andalgalá. Lozano nos dice terminantemente, en su obra ya citada, que estos y las demás parcialidades de que se componía la nación Calchaquí ‘todos usaban la lengua Kaká, por extremos revesada, pues se forman sus voces en solo el paladar’ y mas abajo, en el Lib. III, Cap. XVII y §5, mas ó menos repite lo mismo en estas palabras: ‘todos hablaban un mismo idioma, Kaká, extrañamente difícil, por ser muy gutural, que apenas le percibe quien no le mamó con la leche, aunque los Diaguitas y Yacampis le usaban mas (sic)  corrupto, pero ingualmente (sic) imperceptible’” (Lafone Quevedo, 1888:92).”. Y casi a renglón seguido subsume esta autonomía diciendo que, “El dato mas (sic) seguro que he hallado para conocer lo que pudo ser esa lengua Cacana, es el Padron (sic) de los Indios Calchaquinos conservado en el Archivo Nacional de Buenos Aires. Por él se ve que el Cacá era dialecto del Quíchua, si bien con ciertas modificaciones de que se tratará en un apéndice” (op. cit. 1888:93). Finalmente, se terminó apartando definitivamente de planteos que trazaran alguna vinculación del cacán con el quechua, como quedó reflejado en distintas publicaciones desde su célebre Tesoro (cf. Lafone Quevedo, 1898a y b).
            Se constataron varias referencias en fuentes documentales que dan cuenta para tiempos históricos de relaciones entre Laguna Blanca y los valles bajos mesotermales (Delfino et al., 2007). Ello podría contribuir a entender porqué encontramos una numerosa serie de vocablos cuyo origen, según Samuel Lafone Quevedo, se correspondería con el tronco lingüístico cacán. Por nuestra parte, la historia que devuelven la profusión de evidencias de alfarerías arqueológicas nos aportan argumentos suficientes como para vincular la región puneña de Laguna Blanca, muy directamente con valles como el de Hualfín o el de Yocavil, en donde ya desde momentos tempranos hay una iconografía cerámica compartida (en entidades Ciénaga, Condorhuasi y La Aguada), o el correlato en la iconografía belén y santamariana atribuida a los más tardíos rastros de los llamados Diaguitas históricos del NOA, los que según Lafone Quevedo deberían ser reconocidos como hablantes de lengua cacana.
            Lo cierto es que la gramática cacana no pudo ser recompuesta, probablemente ello se explique, en concordancia con lo sostenido por Giudicelli (2013:13), “(…) que al ser el kakán ante todo la lengua del enemigo, su uso se restringió progresivamente a dos campos especializados (…), que remiten ambos al programa de sumisión y de transformación social que el poder colonial estaba implementando: la vigilancia y el control militar por un lado, la misión por el otro”. A pesar de los ingentes esfuerzos de restar eficacia histórica a los Diaguitas, desde hace varios años se aprecia un proceso de revitalización étnica (comprendida también la región de Laguna Blanca).

ASPECTOS DE LA HISPANIZACIÓN

            Puede que la influencia de la lengua española en la región haya sido tan temprana como la propia colonización. Si damos crédito a las interpretaciones de Adan Quiroga sobre el derrotero de uno de los primeros conquistadores españoles, el autor de Calchaquí sostiene: “En octubre de 1535 salió de Cuzco la expedición de Almagro (Diego de), la que al siguiente año llegó a Chile, después de tantas contingencias” (Quiroga 1992, [1897]:96). “No bien en Tupisa, según Garcilaso, Almagro no quiso seguir el itinerario de Atacama y la costa del océano, como le indicaban sus guías, sino hacer la entrada a Chile por nuestro país”. “De Jujuy, a cuyo país entró por la puna, pasó naturalmente, a Salta, llegando a Chicoana, y de allí por Escoipe cruzaría en valle de Calchaquí, más o menos a la altura de Cachi, y tomando, sin duda, por los Páramos de la Laguna Blanca, buscarían el portillo para cruzar la cordillera y pasar a Chile” (op.cit., lo remarcado nos corresponde).
            “Respecto al itinerario que dejo señalado, hay que observar que el camino real del Perú al Tucumán seguía el mismo derrotero, pero más o menos en la Laguna Blanca bajaba por el río de Corral Quemado, o San Fernando, al valle que es hoy de Belén, cuyo río se pierde en los bañados de Tucumanao” (op.cit., lo remarcado nos corresponde).
            Un tema que puede resultar complicado justificar está referido a porqué hemos seleccionado solo algunos términos en español, y ¿porqué estos?, ¿a qué ha obedecido esta selección? En principio la mayoría de estos términos tienen en común que parecen no emplearse en el lenguaje corriente de otras regiones, se trate de ámbitos urbanos o incluso tampoco en otros territorios rurales de nuestro país. Muchos de ellos pueden ser tomados como “arcaísmos léxicos”, en sus dos tipos, los de expresión y los de contenido (Strömberg, 2002:187). Para Corrales Zumbado, 1984:141 (en Strömberg, 2002:186) estos últimos son “llamados así porque en las normas americanas se ha conservado la voz con su significado original, aunque en la norma castellana la voz sufrió un cambio de valor”, en cambio el tipo de arcaísmo léxico de expresión (op.cit., 187), son los que “varían el contenido, con relación al punto de partida, mientras la expresión en sí permanece invariable”, implicando palabras de un determinado origen (hispánico, indígenas) “que en muchos casos sufrieron cambios semánticos, para ser adaptadas a la nueva realidad”. Puede notarse que muchos de estos términos están emparentados con un origen árabe (v.g.alcuza”, “aldabo”), mientras otros lo están con el francés.
            Otro caso lo constituye el empleo de voces españolas regionales. Por ejemplo señalaremos que, el término “chambao” no aparece en el DRAE y solo se lo emplea regionalmente en las provincias de Almería y Granada (España), invitándonos a explorar la posibilidad de una pista sobre la procedencia de las corrientes locales de conquista… 

LA SOMBRA QUE OCULTA LA NEGRITUD

            Incluso cuando la materialidad de las evidencias arqueológicas pueda resultar inicialmente esquiva, sea por razones metodológicas (problemas de muestreo), sea por sucumbir a intenciones de mantenerla invisible (22) de borrar sus rastros, los sucesos de la historia pueden comenzar a manifestarse a través de otros soportes de memoria. En este sentido, damos cuenta de ciertas formas lingüísticas halladas en la región que podrían estar relacionadas con las consecuencias de la esclavitud de poblaciones africanas y descendientes al predicar claramente sobre la negritud. Ejemplo de ello son los orónimos “Alto el Mulato”, “Negro de Catte” y “Negroara” (este último traducido como “morada o casa del negro”), o como los topónimos que podrían encontrarse correlatos entre algunas lenguas bantúes tales como “Abra de Luyingo” este último término puede hallarse en referencias swahili, o “Baíto Dentro” posible referencia a una de las lenguas del Alto Zaire, el soko o soko-kele (Beltrán 1982:56), y también como “Mashinga” -empleado localmente como sobrenombre- que puede encontrarse en filiaciones zulúes de Sudáfrica.  En todo caso los vocablos referidos solo vienen a reforzar los datos censales registrados para Belén (según el de 1778 (23) había 136 esclavos y 2.479 libres, mientras en el censo de 1812 había 228 esclavos y 704 libres. Guzmán, 2007:271).
            Así también, cabe señalar que en la actualidad puede constatarse un considerable componente poblacional afro-descendiente en esta región puneña. Sin embargo, aún no tenemos precisiones de los mecanismos específicos intervinientes para explicar su presencia y/o los vocablos señalados. Sea que esta presencia se relacione con las necesidades de mano de obra para el cuidado del ganado en los potreros de engorde, sea la posibilidad de que haya formado parte del eje de tránsito desde la Gobernación del Tucumán colonial guardando relación con las demandas de mano de obra esclava para las mineras de Potosí (Guzmán, 2006), no debería descartarse la posibilidad de que pueda vincularse causalmente con fugas/refugios de población hacia un espacio liminar tenido por frontera como la que presumimos representaba otrora la región de Laguna Blanca.

RECAPITULANDO...

            Finalmente, la compilación lexicográfica nos invita a reflexionar sobre el porqué de su vigencia. Podríamos recurrir a razonamientos tradicionales y “demostrar” a través de la persistencia de este conjunto de términos cómo la región de Laguna Blanca resulta un espacio aislado, arrinconado en el sentido de José Cruz (1967). Sin embargo, pensamos que su vigencia -el glosario actual- no hace más que reforzar la idea del conjunto de elecciones que llevan a legitimar los actos del habla. No podemos ser sordos a lo que el lenguaje nos está diciendo. Este Tesoro, nos está hablando de procesos sociales de conquista, de una sumatoria de actos de violencia material y simbólica, nos habla de distintos recursos de las conquistas imperiales, del traslado forzado de personas (los mitimaes incaicos, apreciables también a través de la cultura material -alfarerías-), y nos habla también de la esclavitud de africanos, nos habla de la violencia de los estados nacionales, y muestra la pretensión de invisibilización como acto de discriminación (Kleidermacher, 2011), procesos que fueron resistidos también a través de la lengua. Nuestra propuesta no debe tomarse de manera concluyente, sino solo como un punto en el camino (método). En este sentido reivindicamos los significados que en el uso le han dado l@s lagunist@s. Así, puestos en la tarea de “tasar este tesoro, parece justo detenerse en explicitar el terreno sobre el que pretende plantarse el objetivo de este trabajo. Este corpus -como la fotografía de una totalidad-, tiene otro valor potencial, encierra el secreto de un cruce de procesos del devenir histórico, y aquí comienza el desafío de echar a andar la rueda de las interpretaciones de la historia: migraciones, intercambios, alianzas, conquistas, sumisiones, imperialismos, producciones, esclavismos, disciplinamientos, carencias, oportunidades, entre tribulaciones y perplejidades… Pero, ¿qué hacemos con todo esto?, ¿qué utilidad puede tener? Quizás pueda aportar pistas de reflexión para abordar una pregunta que sigue rondando entre l@s lagunist@s involucrad@s en medio de los procesos de etnogénesis: “¿qué somos nosotr@s?” (Una respuesta que definitivamente no nos corresponde dar, mientras compartimos con ell@s este intento de comprender “qué sucedió en la historia” de esta porción de la Puna catamarqueña).

NOTAS

1) Una versión preliminar de este trabajo fue subida a través de un portal web en 2003, http://www.unca.edu.ar/LB/Tesoros-Lagunismos-A.htm
2) Idénticas notas descriptivas registramos en Laguna Blanca al preguntar por el color gris, solo que desde la dominancia del proceso de quichuización, los pobladores lo refieren como “chesche”.
3) Concepto distante del de hibridación, tal como fuera planteado por Lafone Quevedo (1898b) y por Adán Quiroga (1992 [1897]:19).
4) O “laguch@s”, como muchas veces gustan autoreferirse l@s oriund@s del lugar -o también son llamad@s por otr@s-, la apelación a un lugar que siendo, antes que nada, está allí, contiene y quizás nos contenga a tod@s l@s que también allí estamos, sin interpelarnos por nuestros orígenes, sin importar quiénes seamos, sencillamente porque estamos allí; así en lugar de aludir al ser/no-ser lagunist@, puede pensarse en la fertilidad y consecuencias para la práctica social el tomar posición ontológica (siguiendo a Kusch 1986), desde un estar lagunist@
5) Por ejemplo Isbell (2010:200) enfatiza la vinculación entre la agricultura del maíz y la expansión de la familia lingüística quechua, y Beresford-Jones y Heggarty (2010:78), relacionan la propagación inicial del quechua hacia el Norte durante el Horizonte Medio Huari, con un umbral de intensificación agrícola expansionista basado en el maíz.
6) Recortado en el sentido de la VII Tesis sobre la Filosofía de la Historia (“No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”).
7) Cabe señalar la distancia que nos separa de algún acercamiento glotocronológico, en una aproximación conceptual que débilmente podríamos denominar en todo caso, “glotokairológica”…
8) En el sentido de Jelin y Langland (2003), es decir como “emprendedores de memoria, de sujetos activos, en un escenario político del presente, que ligan en su accionar el pasado y el futuro”.
9) Si existía, no pudimos hallar un camino que me permitiera abrirnos camino selectivamente a la clase de información que perseguíamos dentro del corpus lingüístico naturalizado en las comunidades; habiendo desistido de ello, ante la imposibilidad de inquirir selectivamente sobre ciertos datos para obtener un resultado específico, solo resto dar paso a que la extrañeza se exprese casi como constituyéndonos en pescadores de oportunidades…
10) Aunque no queda descartada la hipótesis de influjos aymaras directos anteriores en el tiempo, muy probable su presencia se relacione con la llegada de los Incas y obedezca a la contingencia de grupos mitimaes desplazados por estos últimos.
11) Como ha sido sostenido recientemente (Covey, 2003 en Marchegiani et al., 2009:70), es probable que antes de la presencia física de los Incas -una presencia de ocupación-, el conocimiento de sus designios se haya adelantado, provocando reacciones.
12) Nardi (1962) sostenía que: “En la Argentina quedan en la actualidad dos áreas donde se habla quichua”, una en Santiago del Estero y la otra en la Puna.
13) Por vías independientes este emplazamiento pudo ser asimilado a tiempos del incario; sumado a los perceptibles cambios arquitectónicos y la distinción de sus alfarerías, se realizó un fechado de 14C partir de una muestra de carbón vegetal obtenida en una estructura de combustión que arrojó una edad de 560 ± 60 AP (LP- 788) [cal. AD 1397: cal. AD 1444].
14)Kallanca”, es traducido tanto en el dialecto quechua del Cuzco como en el de Ancash del Vocabulario Políglota Incaico (1905:419) como “sillería”.
15)Ccollcca” (o “pirhua”) es traducido en el quechua del Cuzco como “troje” (Vocabulario Políglota Incaico, 1905:455).
16) Fechado de 14C: 530 ± 50 años AP (LP- 2454) [cal. AD 1408: cal. AD 1449].
17) Fechado de 14C: 550 ± 40 años AP (LP- 2626) [cal. AD 1406: cal. AD 1438].
18) Aunque presumiblemente en términos ideológicos andinos la estructuración topo-religiosa incluyó también su antítesis femenina: la “cocha” (Laguna Blanca), aún no hemos hallado marcas arqueológicas evidentes al respecto.
19) Con un fechado radiocarbónico que inscribe estas voluntades claramente en los momentos de avanzada incaica, obteniendo la muestra a partir del carbón de una estructura de combustión con el que se realizó el fechado 14C que arrojó una edad de 420 ± 60 AP (LP- 1479) [cal. AD 1435: cal. AD 1616].
20) En clara alusión a la lengua cacana Lafone Quevedo expresa (1888:386): “Esta y es signo posesivo y parece que corresponde á la primera época del idioma. El Catamarcano moderno aun considera que la y representa la partícula de, pues dice, cara-y-perro, por cara de perro, y aun extiende la confusión á la preposición, porque en vez de decir, así ha de ser, pone así hay ser”.
21) Fechado de 14C: 870 ± 60 años AP. (LP- 2691). [cal. AD 1163: cal. AD 1169]. [cal. AD 1175: cal. AD 1270].
22) Por caso distante, pero que de manera evidente lo atestigua baste de ejemplo las destrucciones edilicias de los Centros Clandestinos de Detención que formaron parte de sistema concentracionario durante la última dictadura militar argentina.
23) En este mismo Censo General del Obispado del Tucumán de l778, publicado por el P. Antonio Larrouy, se mostraba que el 52% de la población de la ciudad de Catamarca estaba representada por negros, mulatos, pardos, y zambos (Guzmán, 2007:265).

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