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ARTICULO

La persistencia de una tradición política. Las huellas liberal-conservadoras en el diario La Nación en 1955 y 2015

(The persistence of a political tradition. The liberal-conservative footprints in the La Nación diary in 1955 and 2015)

Mauricio Schuttenberg*

* CONICET / IdIHCS- UNLP-UNAJ. 
ORCID https://orcid.org/0000-0002-5268-1712.
Correo Electrónico: mauricioschuttenberg@gmail.com

Recibido el 11/02/20
Aceptado el 13/05/20

Resumen

En los últimos años las derechas han sido abordadas por numerosos enfoques desde las ciencias sociales. Este trabajo propone reconstruir las continuidades en las lecturas que el diario La Nación, como expresión de la derecha liberal conservadora, construyó en los comienzos del gobierno de Macri y en el golpe de 1955. Esta hipótesis no significa plantear que la etapa el macrismo sea la continuidad lineal de la dictadura de 1955 o que el diario La Nación reproduzca sin más los argumentos esgrimidos en ese marco, sino más bien que en la lectura de ciertos actores clave en el campo ideológico existen tradiciones fundantes de los posicionamientos políticos que se reactivan en las distintas coyunturas. El objetivo central es entonces dar cuenta que las interpretaciones producidas en 2015 no constituyen una novedad sino que son parte de la conformación de un discurso y una memoria retórica argumental liberal que es posible reconstruir con el análisis comparado.

Palabras Clave: Argentina, Derechas, La Nación, Liberales.

Abstract

In recent years, rights have been addressed by numerous approaches from the social sciences. This work proposes to reconstruct the continuities in the readings that the newspaper La Nación, as an expression of the conservative-liberal right, built at the beginning of Macri’s government and in the coup of 1955. This hypothesis does not mean that the stage of Macrism is the linear continuity of the dictatorship of 1955 or that the newspaper La Nación simply reproduces the arguments put forward in this framework, but rather that in the reading of certain key actors in the ideological field there are founding traditions of the political positions that are reactivated in the different junctures. The main objective then is to realize that the interpretations produced in 2015 do not constitute a novelty but are part of the formation of a liberal discourse and rhetorical argumentative memory that can be reconstructed with comparative analysis.

Keywords: Argentina, Right, La Nación, Liberals.

Introducción

En los últimos años los idearios, memorias y discursos de derecha han sido retomados por diversos investigadores para responder y pensar acerca de la naturaleza política de la etapa que se abrió en 2015 con el triunfo electoral de una fuerza de derecha como es la alianza Cambiemos. De esta forma, algunos hablan de la conformación de una nueva derecha democrática, en tanto otros señalan las continuidades del actual gobierno con la dictadura de 1976. Este trabajo propone explorar una hipótesis que vincula las interpretaciones que el diario La Nación construyó en 2015 con el contexto de la dictadura de 1955 para mostrar la reemergencia de una memoria retórica argumental liberal conservadora cuyo eje central es la reacción frente a lo que denominan populismo. De esta forma, tomaremos al periódico como caso para ver la persistencia y reactualización de esas memorias liberal conservadoras1, en los comienzos de los dos procesos.
En sintonía con otros estudios históricos (Nallim, 2014) nuestra perspectiva pretende aportar evidencia empírica a la evolución y reactualización de las retóricas liberal conservadoras que son producto de procesos históricos, económicos y sociales que vienen de décadas anteriores. Así pretendemos mostrar cómo algunos de los elementos de la crítica al kirchnerismo tales como la concentración del poder, la intervención estatal, la apelación a la libertad, etc, se habían consolidado como cuerpo de ideas en 1955. Para ello tomamos como referencia el periódico La Nación que fue históricamente el difusor de ese pensamiento y porque además analizar la prensa escrita es central pues es un factor esencial en la constitución de la opinión pública en las sociedades modernas.
En este aspecto cabe señalar que las ciencias sociales han tendido a estudiar la posición de los medios escritos ante los golpes de Estado o ante ciertas coyunturas y procesos particulares y en menor medida se han trabajado las continuidades y las conformaciones de tradiciones y memorias retóricas. Existe entonces un campo vasto de explorar que es la continuidad y reactualización de los discursos y las memorias retórico argumentales (Vitale, 2015).
Es así que en los últimos años han surgido numerosos estudios sobre la prensa escrita que han hecho hincapié en las relaciones que los periódicos han establecido con los gobiernos de Cristina Fernández y luego Mauricio Macri. Algunos tendieron a explicar el rol de los medios como actores que reemplazaron en parte a los partidos políticos. Esta es una idea que se encuentra muy extendida en el campo (Natanson, 2010; Sorj, 2012; Cañizales, 2003; Abad, 2010; De Diego, 2014 y 2018). Para Rincón y Magrini (2010) el proceso cristalizó en el surgimiento de un “periodismo de suplantación” en el cual los medios de comunicación y los periodistas devinieron actores políticos (Vincent, 2009).
De la misma forma, existen trabajos de historia del periodismo que han aportado a la comprensión del posicionamiento de distintos periódicos en contextos particulares (Díaz, 2011 y Sidicaro, 1993). Teniendo en cuenta estos antecedentes, el trabajo busca reconstruir ese discurso a través de la comparación entre dos coyunturas diferentes pero que tienen un eje común que es el intento de construir un relato que deje atrás el peronismo/kirchnerismo.
Por ello, cabe aclarar que nuestra hipótesis no significa plantear que lo publicado en los comienzos de la etapa del macrismo sea la continuidad lineal de lo escrito en la dictadura de 1955 o que el diario La Nación reproduzca sin más los argumentos esgrimidos en ese marco, sino más bien que en la lectura de ciertos actores clave en el campo ideológico existen tradiciones fundantes de los posicionamientos políticos que se reactivan en las distintas coyunturas. De esta manera, intentaremos rastrear las concepciones sobre la historia, la forma de narrar los problemas del país y el significado que le otorgan al peronismo/kirchnerismo.
Nos interesa analizar los medios en tanto actores políticos que buscan legitimar y enviar una determinada concepción del mundo al debate social. Los medios construyen acontecimientos donde toman posición con el pasado y con un futuro deseado. El aspecto principal del discurso informativo es la generación de actualidad, lo que significa producción de la realidad social como experiencia colectiva (Verón, 1987 y Verón y Sigal, 2004). En este artículo se analiza el discurso del diario La Nación y la construcción de los primeros 100 días de gobierno de Mauricio Macri2 y de la autodenominada “Revolución Libertadora” en 1955. Si bien lógicamente son dos períodos distintos y separados por sesenta años, interesa cotejar como estos hechos fueron construidos y significados como el punto de partida de una nueva era política en donde el medio condensó sus expectativas sobre el cambio y futuro del país frente a dos gobiernos que marcaron en sus respectivas épocas profundos cambios en torno a los modelos económicos y la inclusión social. El trabajo pretende mostrar cómo es construida la idea de normalización del país luego de dos etapas que a grandes rasgos podríamos denominar de avance popular y qué implica ese proceso para el medio.
El objetivo central es entonces dar cuenta que las interpretaciones producidas en 2015 no constituyen una novedad sino que son parte de la conformación de un discurso y una memoria retórica argumental liberal que es posible reconstruir con el análisis. Así podremos analizar los principales argumentos que el diario La Nación como expresión del liberal conservadurismo esgrimió para justificar y otorgar legitimidad a los procesos abiertos en esas dos coyunturas como la reemergencia de un discurso anclado en una sólida tradición política. Y, si bien no se ignorarán referencias a otras etapas a lo largo del período, nos centraremos en el análisis comparativo de los 100 días posteriores al golpe de Estado de 1955 y al proceso político que se abre en 2015 con la asunción de Macri, ya que entendemos que el cotejo de dos experiencias tan distanciadas en el tiempo permite ver la persistencia de premisas tanto como las innovaciones políticas (Echeverría, 2018)

Metodología

En términos metodológicos el artículo se inscribe en lo que Vasilachis de Gialdino (2009) denomina como paradigma interpretativo, que deposita la mirada en los procesos de producción de sentido. En esta línea, se toman aportes de diversos campos disciplinares como el análisis del discurso, la teoría política y la comunicación social. Así el trabajo se basa en un análisis político del discurso (Van Dijk, 1999 y Laclau, 2005) desde una mirada teórica metodológica posfundacional. Esta perspectiva se construyó a partir de diversos autores y algunas categorías centrales de esta línea analítica. Conceptos como identidad, hegemonía, relato, significantes vacíos, fronteras identitarias, cadenas de equivalencias y articulación política fueron los que resultaron particularmente sensibles para abordar las fuentes y dar cuenta de los objetivos del trabajo.
Tomaremos la noción de memoria retórico-argumental (Vitale, 2015), con referencia a las estrategias persuasivas que en una serie discursiva tiene la función de provocar la adhesión en torno a cierta tesis. Estas retóricas operan como marcos interpretativos de los hechos, pues orientan su lectura en determinada dirección. La importancia de la construcción del pasado en las memorias retórico argumentales radica en que las representaciones sobre el pasado intervienen en el sentido de los grupos sociales y constituyen un factor en la lucha por la hegemonía en las sociedades industriales modernas.
Asimismo, se realiza una comparación histórica que se caracteriza por “examinar sistemáticamente, a partir del planteamiento de preguntas directrices, las semejanzas y las diferencias de dos o más fenómenos históricos” o sociales. La comparación histórica es, según Kocka (2002: 43), una relación espacio-temporal específica de sus objetos de estudio: “Los fenómenos que se comparan son aquéllos cuyo lugar está determinado o es determinable en el tiempo y en el espacio. También para Arostegui (1995: 310) es importante la comparación en historia “puesto que no es posible captar la naturaleza del movimiento histórico si no es por la comparación de sucesivos estados sociales”.
En este sentido, varios trabajos historiográficos han tomado la interpretación que las derechas construyeron sobre el peronismo como un enemigo polivalente. Estas lecturas mantendrían ese hondo menosprecio hacia los sectores populares, que lejos de atenuarse con el transcurso del tiempo, se profundizaría con la llegada del peronismo al poder y se convertiría en un complejo argumento político que movilizaría a las extremas derechas, a la derecha liberal y a amplios sectores sociales, culturales e intelectuales que encontrarían en el antiperonismo el elemento de cohesión que no habían hallado por vías políticas más convencionales. Dicho antiperonismo se nutre de dos postulados. Por un lado, la asociación del peronismo con el fascismo y el totalitarismo (Nallim, 2014). El segundo postulado identitario del antiperonismo hunde sus raíces en el desprecio hacia lo popular que había nacido, conjuntamente con la democracia de voto universal masculino y obligatorio. Según señala Morresi (2013), quienes conformaron (con sus actos de habla) a mediados del siglo XX el campo de la derecha en la Argentina, el concepto que ocupó el lugar de exterior constitutivo, o mito fundante, fue el populismo, entendido como un movimiento igualador o nivelador que ponía en peligro o directamente subvertía al orden (sea natural, económico, moral, social o político). Así, el populismo fue el factor aglutinante que les permitió a los liberal-conservadores alcanzar la hegemonía en el campo de la derecha.
Estas preguntas de investigación sobre las tradiciones políticas del liberal conservadurismo surgieron al calor del triunfo de Cambiemos que rompió con la histórica dificultad de la derecha argentina para acceder al poder por medios electorales. Interesa entonces analizar las interpretaciones que esta tradición construyó en el contexto histórico de llegada del nuevo gobierno de derecha. Los idearios que se ponen en escena tienen una larga tradición en el pensamiento argentino de la derecha y eso es lo que intentaremos recuperar a partir de tomar estos dos recortes temporales.
Se abordará el discurso de La Nación puesto que conforma una agenda y una línea editorial en busca de articular un colectivo de identificación, en tanto entidad marcada por la utilización del nosotros en el plano enunciativo que permite reforzar la relación entre el enunciador y el prodestinatario (Verón, 1987). En palabras de Tocqueville

“en los países democráticos sucede muchas veces que un gran número de hombres que tienen el deseo o la necesidad de asociarse, no pueden hacerlo, porque siendo todos muy pequeños y estando perdidos entre la multitud, no se ven ni saben en dónde encontrarse. Aparece un periódico, que expone a los ojos del público el sentimiento o la idea que se presentó simultáneamente y en forma separada a cada uno de ellos; entonces todos se dirigen hacia esta luz, y aquellos espíritus vacilantes que se buscaban hacía largo tiempo en las tinieblas, se encuentran al fin y se reúnen” (1957 (1835): 402)

Para esto, partimos de concebir al diario La Nación como un actor que interviene desde su propio núcleo de intereses, además de constituir un soporte y espacio difusión de las ideas políticas de los sectores conservadoresde nuestro país. A lo largo de la historia argentina, los periódicos han sido actores fundamentales para la divulgación masiva de las ideas y de los intereses políticos, económicos, sociales y culturales de diferentes sectores sociales (Quinteros, 2013). Jugando un rol político de articuladores de una perspectiva que partiendo de una representación de la sociedad y sus conflictos, presuponen una serie de acciones y medidas de gobierno con las cuales dar una respuesta programática.
El trabajo apunta además a construir un conocimiento sobre los discursos de “derecha” en la Argentina contemporánea e indagar cómo se resignifica el pasado en los posicionamientos del presente y la forma en que se construyen los relatos a partir de la reivindicación de distintos procesos históricos, tradiciones y figuras. Profundizar en las dinámicas políticas de estos espacios es fundamental a la hora de pensar el proceso en su conjunto. Como señala McGee Deutsch (2005) los investigadores se sienten más atraídos por las revoluciones que por los grupos que se oponen a ellas. Estas ideas y posicionamientos no han sido lo suficientemente indagados y resulta indispensable producir un conocimiento en esa área para dar cuenta del proceso abierto en 2015. El artículo analiza el discurso de unos de los tradicionales diarios liberal conservadores y su articulación discursiva en busca de legitimidad hegemónica.
El trabajo se centrará en los editoriales y notas de opinión de esos dos contextos históricos que consideramos son fundamentales para analizar la reactivación del discurso del diario. Como bien marcan Díaz (2009 y 2011), Sidicaro (1993) y De Diego (2014), la estructura discursiva del género editorial tiene particularidades que la distinguen de otras formas escritas de ejercer tareas “ideológicas”. La Nación explica que

“las columnas editoriales de un diario son el espacio reservado para que el director o el editor de la publicación exprese su opinión sobre temas de interés para la comunidad (...). Los diarios que incluyen editoriales poseen, por lo común, una mayor influencia sobre la opinión pública y los poderes oficiales y privados” (Hornos Paz y Nacimovich, 1997: 25)

De esta forma, el editorial interpreta al lector la noticia del día y señala su significado (Bond, 1965: 260) reforzando, de esta manera, el pacto de lectura existente entre el medio y su público (Miceli, 1999: 61). Lo central es que los editoriales constituyen formas de ver el mundo social (Fontcuberta, 1993).
El análisis de los 100 primeros días de los gobiernos (Schuttenberg, 2018 y Díaz y Giménez, 2018) tiene una tradición en la prensa argentina puesto que marcan la llegada de un proyecto político al Estado y representan un desafío fundamental que define la posibilidad de desarrollar las propuestas y concepciones ideológicas y programáticas. En ese momento los actos de gobierno son conducidos por un preciso plan de acción que busca producir efectos políticos concretos. Se pretende mostrar cómo es construida la idea de normalización del país y qué implica ese proceso para el medio. En ese plano se desarrollarán las argumentaciones ordenadas en torno a ejes que se construyeron a partir del análisis de las fuentes.

Desarrollo. La herencia populista

En septiembre de 1955 luego del golpe militar que derrocó la segunda presidencia de Perón, el general Lonardi juró como presidente provisional con el aval de numerosas asociaciones civiles, profesionales, religiosas y el apoyo público de todo el arco político partidario antiperonista. Rápidamente comenzaron las primeras medidas oficiales desperonizadoras que fueron quitar las denominaciones de Perón y Eva Perón, como así también las que hacían alusión a otras referencias partidarias, de calles, ciudades, plazas e instituciones diversas. Luego comenzaría la fase de represión y persecución política al peronismo. En ese marco, el diario La Nación tendió a explicar los supuestos excesos del peronismo y argumentando siempre a favor del sistema demoliberal y del retorno a la normalidad institucional3.
La herencia recibida será uno de los ejes del discurso del medio en la explicación del contexto tanto en 1955 como el 2015. En ambos casos la interpretación se articula en torno a la denuncia de una herencia muy difícil de sostener que se caracteriza por el haber elevado los niveles de vida y el gasto a niveles “no reales” lo que daba como resultante un sistema que debía reacomodarse con cierto nivel de ajuste. En este apartado exploraremos entonces las formas en las cuales la tradición liberal conservadora construye el diagnóstico de la Argentina luego de dos coyunturas populistas.
Desde el 10 de diciembre de 2015 el diario publicó una serie de editoriales y notas de opinión en donde el tema a desentrañar era la naturaleza del gobierno que acababa de dejar el poder. Las páginas del diario se centraron en destacar la interpretación del kirchnerismo como años de despilfarro, mala administración, mafias, etc. Las dos presidencias de Cristina Fernández se caracterizaron como corruptas en esencia. La corrupción no era de algunas situaciones o personajes del gobierno, sino que iba más allá, era constitutiva del kirchnerismo como movimiento político.

Es posible que allí radique la esperanza compartida por quienes votaron al nuevo gobierno en la primera vuelta y quienes lo hicieron en el ballotage: el piso mínimo de expectativas de quienes están convencidos de la necesidad de bloquear la continuidad del kirchnerismo no sólo para terminar con la destrucción del espacio público y los bienes comunes, tanto materiales como simbólicos, en la que aquél parecía empeñado, sino también para poner un freno al desarrollo de los mercados clandestinos cada vez más extendidos al amparo de los vínculos crecientemente estrechos entre política, fuerzas de seguridad y crimen organizado (Katz, 2015).

El kirchnerismo fue construido como una falta de republicanismo en la práctica política. A lo largo del período, según la visión del medio, la política de derechos humanos, la redistribución del ingreso y la integración de sectores excluidos de la vida socioeconómica, las nacionalizaciones y estatizaciones y, en suma, el resto de las políticas de Estado cumplieron la función de ser auxiliares de una retórica articulada para convencer y sumar voluntades sociales colectivas de la esfera pública, a un proyecto individual, con origen y destino en la esfera particular. En este marco, la construcción discursiva del kirchnerismo como anti-republicanismo autoritario, como un poder emancipado y no representativo de la voluntad popular fue constituyéndose como articulador de la argumentación.
Esta cadena equivalencial (Laclau, 2005)4 entre populismo y corrupción es un eje persistente en el medio. La operación discursiva que construyen señala como naturalmente corrupto al peronismo que se habría valido de algunas políticas para “engañar” a la sociedad con el fin de eternizarse en el poder. Esa articulación la podemos reconstruir como huella de 1955.

El general Lonardi aspira a enderezar la vida del país por cauces de auténtica democracia y cabal respeto de las instituciones que nos rigen. Bajo apariencias formalmente legales, el país ha vivido fuera de la ley. Volverlo a ella y a su imperio igualitario es la misión que espera a los hombres que afrontaron la dura faena de ese retorno a las tradiciones de la honradez y dignidad de la existencia argentina (La Nación, 1955a).

La corrupción política y de la moral pública son huellas persistentes de la memoria retórica liberal en los discursos actuales y que tienen su fundamento en 1955. De esta forma, sedimenta la visión que articula intervención del Estado, redistribución y corrupción. En este discurso el Pueblo es un sujeto absolutamente pasivo que es incapaz de percibir la supuesta maniobra de los gobernantes. Por ello, la “ingenuidad” fue un elemento exculpador de la ciudadanía en las interpretaciones posteriores.

El país está despertando apenas de un sueño preñado de horrorosas pesadillas. (…) Entretanto, la obra que espera al flamante gobierno es ardua y compleja. La existencia nacional ha sido sacada de quicio por dos largos lustros de demagogia y desorden administrativo. Las investigaciones abiertas dirán menos, sin duda, de lo que la opinión sabe o intuye sin posibilidades a veces de documentar las transgresiones denunciadas. Manejadas la economía y las finanzas del Estado sin otra publicidad que la que buscaba el efecto psicológico sobre las masas, basándose en noticias fragmentarias o alteradas, será preciso decir al pueblo la verdad cabal por dura que sea, y mostrarle hasta donde nos ha llevado el régimen que acaba de caer (La Nación, 1955b).

El despertar de una pesadilla es la metáfora que el editorial toma para dar cuenta del posicionamiento del medio. Así una vez recobrada la conciencia se podría observar todos los aspectos de la economía nacional. Así, “la inmoralidad real del régimen depuesto supera en tal forma toda construcción imaginativa, que impresiona por su amplitud, por la variedad insospechada de sus procedimientos, por el desenfreno con que se ejerció en detrimento material del país y en desmedro de su prestigio en el mundo” (La Nación, 1955c).
La acción reguladora del Estado es identificada en ambos contextos como naturalmente como corrupta o tendiente a ello, por esa razón debe limitarse a ciertas cuestiones.Allí, plantean con precisión los lineamientos económicos que el Estado debería seguir y vuelven a instalar la idea de un Estado que asfixia la actividad privada, por lo que el plan de acción debería consistir en liberar las fuerzas del mercado para que desarrollen el país. Además, el Estado populista, en esta lectura, trae consigo una tendencia al autoritarismo y a la corrupción. El significante corrupción se coloca en el punto nodal del discurso de los diversos sectores de la oposición y estructura una interpretación antipolítica de la política.

Hará falta mucho esfuerzo y delicadeza para desactivar la bomba de tiempo que deja el kirchnerismo en lo económico y social. También el desquicio que deja en lo cultural, en los modos y en las formas. Conseguir poner al país en la senda de la normalidad perdida es una meta razonable, aunque ciertamente difícil (La Nación, 2015a).

Como consecuencia del régimen de economía dirigida que vinieron a agravar los negociados que son del dominio público y cuya existencia resulta casi siempre inseparable del sistema, nuestro país atraviesa una difícil situación económica, de la cual se habrá de recuperar mediante el esfuerzo mancomunado del capital y del trabajo, desarrollado dentro de un ambiente de libertad que permita a todos obtener una producción cada vez mayor de artículos a más bajo costo (La Nación, 1955m).

El dirigismo económico genera una distorsión en el curso percibido como natural de la historia. De esta manera, la memoria retórica liberal concibe la intromisión en el libre juego de la oferta y la demanda trae como correlato un deterioro total de la economía y de la cultura “del trabajo”. Las causas de la decadencia del Estado dirigente se dan entonces por la baja de la producción debida al ausentismo del obrero, por la evasión fiscal, por la multiplicación de funcionarios, de intermediarios y de vendedores minoristas, por la escasez de bienes de consumo, por el aumento de los precios de la venta de los artículos fabricados, al favorecer la fabricación de lujo y al crear el mercado negro, al prodigar a los asalariados satisfacciones ilusorias que aumentan sus justas reivindicaciones e incitan a la huelga, constituye un admirable organizador de la vida cara y de penurias que agobian a los económicamente débiles y acrecientan escandalosamente la disparidad de los niveles de vida. Así “los hombres y las mujeres son solamente instrumentos del gobierno, los pueblos van todavía marchando en la obscuridad, llenos de miseria y de desesperación” (La Nación, 2015b). Es sin dudas el rumbo inexorable al cual lleva la gran mentira que ese Estado construye y que genera un apartamiento de las virtudes cívicas y ciudadanas.
En ese marco, el significante corrupción fue hegemonizando el discurso y la idea de un gobierno autoritario fue estructurando la significación que construyeron sobre el kirchnerismo y sobre el peronismo. Anudado a ello, la cuestión de una política de confrontación entre argentinos era el eje central de un populismo que había intentado ir por todo. Esa confrontación incluye necesariamente en la visión de La Nación la división de los argentinos, retomando la herencia que el populismo tendría del fascismo.

En esa concepción, el que piensa distinto no es visto como un diferente que aporta sino como un enemigo que amenaza. Hay monólogo, no diálogo; poder, no mediación; mayoría, no consenso. Ese pensamiento único militariza la política: el líder es el jefe; el militante, un soldado; el que cambia, un traidor; los objetivos son batallas; la meta es la victoria. (La Nación, 2015c).
Es en efecto, hora de poner término a cuanto abre abismos de encono entre los hijos de una misma patria. Las palabras y los gestos que dividen en bandos infranqueables a los argentinos deben desaparece para ceder el lugar, como en las grandes democracias, a la divergencia de ideas que esclarecen perspectivas y orientan, en el libre debate, hacia las soluciones patrióticas y las iniciativas progresistas (La Nación, 1955d).

Otro de los desafíos que aparecen en la visión del medio es la necesidad de unir a los argentinos. La grieta atribuida al peronismo y al kirchnerismo hacía necesario superarla por el bien de la comunidad. Este también es un aspecto central en lo que podríamos denominar el proceso de normalización del país. La lectura es que la política no debería considerarse conflictiva sino más bien como consenso sin conflicto (Conno, 2012 y Casullo, 2007). En este discurso, la política tiene que ver con el consenso como punto de partida, no como resultado de la lucha política. La memoria retórica liberal se construye a su misma como democrática conciliadora y superadora del conflicto. Pensar en estos términos implica una negación de la política y su reemplazo por una visión que vela los conflictos y la disputa de intereses. La conformación de un relato durante los años anteriores es vinculada a una visión sesgada que tiende a fracturar a las sociedades. Como reverso a esa lectura, está la búsqueda de valores y objetivos nacionales que contengan a la sociedad en su conjunto. Alemán (2016) da cuenta de esta operación discursiva caracterizada por la negación de lo político como instancia conflictiva, más allá de que en su enunciación la figura del populismo confrontativo es espectral, es decir está fuertemente presente, pero como telón de fondo no explicitado. El discurso de La Nación propone negar el conflicto y “cerrar la grieta” que los gobiernos peronistas y kirchneristas habrían abierto.
Al mismo tiempo, el populismo y su crítica se construyen en el discurso también en articulación a una corrupción que le sería constitutiva. A su vez, ese régimen sería lo opuesto al Estado de Derecho que es su reverso positivo. El relato en torno al poder es central y en esa cadena de significación el poder es concebido como un objeto con valor en sí mismo, es decir los gobernantes desearían el poder por el poder mismo. Esta forma de pensar el poder implica una despolitización de la acción política puesto que en esa práctica no habría lugar para las utopías, los proyectos de país, etc., sino sólo una acumulación del mismo. Partiendo de esta idea, las políticas desplegadas por el kirchnerismo y el peronismo no expresarían una convicción profunda de cambio social, sino que habían tenido una intención manipuladora y pragmática en la búsqueda de acrecentar su poder personal (Schuttenberg y Fontana, 2013). Esta visión del poder y la política se articulan en una tradición liberal sobre el rol del Estado.

El gobierno saliente hizo un culto de la distorsión de la verdad. Tuvo logros y errores, como tienen otros gobiernos. Pero degradó el “relato”, la narración de una historia real o ficticia, al “cuento del tío”, que es una forma de mentira sistemática (Galli, 2015).

Ha terminado el sistema de ocultación de la verdad. El país tiene que conocerla, por más que sea cruda y penosa. Diez años de irresponsabilidad y corrupción nos han llevado a la situación más desastrosa de nuestra historia económica (Lonardi, 1955).

Aquí podemos observar uno de los aspectos de este discurso en el cual el populismo en su faz peronista y kirchnerista tienen como eje común la construcción de un relato que ocultaría la verdadera realidad económica. Esta idea articuladora es la que permitirá construir la noción de ficción sobre las mejoras en las condiciones materiales que ambos gobiernos populares introdujeron.

Liberalismo económico

Otro de los aspectos que permiten visualizar un puente discursivo (Schuttenberg, 2014) es la defensa de la libertad económica y la lucha frente al intervencionismo. En ambos períodos, peronismo y kirchnerismo, fueron caracterizados como etapas de irracionalidad a partir del avance estatal. De esta forma, la construcción del peronismo y del kirchnerismo como desviaciones populistas les permite empezar a delinear tras ello el modelo económico que toman como el correcto. Así, la eliminación de las retenciones a las exportaciones o al IAPI en 1955, el poner fin a lo que denominan el cepo cambiario y liberar las operaciones de compraventa de moneda extranjera, contribuía a frenar la fuga de capitales, y permitir la llegada de inversiones.
La acción reguladora del Estado es identificada naturalmente como corrupta o tendiente a ello, por esa razón debe limitarse a ciertas cuestiones.Allí, plantean con precisión los lineamientos económicos que el Estado debería seguir y vuelve a instalar la idea de un Estado que asfixia la actividad privada, por lo que el plan de acción debería consistir en liberar las fuerzas del mercado para que desarrollen el país. Dar marcha atrás con el modelo económico intervencionista es central en la argumentación puesto que

“desde Diocleciano hasta la fecha han fracasado rotundamente todos los intentos de establecer “precios cuidados” (un eufemismo para precios máximos). El pretendido control de precios, aunque sea circunstancial, siempre produce cuatro efectos centrales que no sólo postergan la recuperación sino que agravan la situación (Benegas Lynch (h), 2016).

Es decir, la acción del Estado para regular los mercados siempre es nociva para el desarrollo económico y la prueba es la historia.La regulación del Estado es articulada en una cadena de equivalencia con el corporativismo y el fascismo.De esta forma, los acuerdos de precios y salarios propios de las políticas aplicadas por el kirchnerismo, en realidad son interpretadas en un ciclo histórico más amplio que viene desde los años treinta. Según esta lectura presente en numerosos artículos y editoriales, el tamaño de la gigantesca estructura gubernamental que carcome la productividad de todos.

En El espíritu de la Revolución Fascista, donde se recopilan los discursos de Mussolini, después de hacer una apología del corporativismo concretado en acuerdos de precios y salarios, el “Duce” sostiene que esa es la manera en que “hemos sepultado al Estado democrático [.]. A ese viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos sustituido por el Estado corporativo”. Esos acuerdos “entre el capital y el trabajo” son reiterados en el manifiesto fascista de Verona y copiados por los populismos de toda laya con los resultados conocidos (Benegas Lynch (h), 2016).

¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? Sencillamente por una desmedida intervención estatal en las actividades privadas que sólo sirvió para asfixiarlas y permitió la realización de operaciones perjudiciales para los verdaderos intereses del país, puesto que muchas veces beneficiaban a determinados círculos u hombres vinculados al gobierno depuesto. Hemos bregado continuamente por el retorno a la libertad económica, que consideramos base esencial de la prosperidad nacional y del bienestar individual y pilar fundamental de todo régimen auténticamente democrático. Un ejemplo claro de las consecuencias de la intervención del Estado en las actividades privadas se tiene en la comercialización de las cosechas realizadas por intermedio del IAPI, organismo de acción nefasta para la economía del país (La Nación, 1955e).

Democracia es libertad de mercado y regulación económica es sinónimo de fascismo. La historia sirve para

“aprender y no tropezar con la misma piedra, dados los repetidos antecedentes en materia de control de precios y absurdos acuerdos de precios y salarios, como si un grupo de capitostes reunidos en un cuarto, concentrando ignorancia, pudiera sustituir los millones de arreglos contractuales en un contexto de conocimiento disperso y fraccionado” (Benegas Lynch (h), 2016).

La frontera discursiva se construye articulando esa otredad contra la libertad de los miles de emprendedores que sin trabas “ficticias” conforman el mercado.En lugar de esa libertad, el diario trazaba un diagnóstico de la situación y señalaba que nunca antes el empleo público había tenido un crecimiento tan “descontrolado y de consecuencias tan gravosas para la economía del país como durante los últimos 12 años”. En el mismo sentido, denunciaron que “se han alimentado y mantenido plantas estatales de dimensiones elefantiásicas, llegando al ridículo de no poder explicar siquiera su relación proporcional respecto del total de la población en muchos puntos de nuestro territorio” (La Nación, 2016a). El sobre dimensionamiento del Estado es producto de las políticas tomadas y esto constituía el gran problema a abordar. La tarea del nuevo gobierno era contar con un Estado eficiente y para ello habría que imprimir un nuevo aire a la gestión.

“La economía ha sido hondamente perturbada durante diez años por un intenso proceso inflacionista que ha afectado todos sus sectores y por una excesiva intervención estatal que, además de quitar a la iniciativa privada los elementos necesarios para su expansión, ha significado la formación de una burocracia frondosa que ahora pesa sobre todos los contribuyentes” (La Nación,1955b).

El costo del populismo se marca en la conformación de un Estado altamente ineficiente y sobredimensionado que se constituye en el imposibilitador del desarrollo. Ese presente reciente les permitía identificar un pasado ideal en la etapa agroexportadora y los posicionaba fuertemente en el debate político económico de los últimos años. En este aspecto, la promoción de políticas de industrialización es interpretada como intromisiones al mercado y como el abandono de un destino histórico. Esa lectura se articula discursivamente con la idea moral, es decir, el abandono de nuestro rol primario implica la aparición de nuevos sujetos que rompen esa normalidad pretendida. Así el sindicalismo atenta contra los esforzados productores.

Las políticas industriales deben revisarse a la luz de las experiencias globales. En tiempos de flujos dinámicos, el proteccionismo debe utilizarse para facilitar las transformaciones con inclusión y no para conservar estructuras productivas poco competitivas que afectan a los consumidores. Las políticas deben ser acompañadas por una inteligente apertura de mercados en el marco de la reorganización mundial del comercio (Grobocopatel, 2015).

La República Argentina posee inmensas riquezas naturales que sólo esperan la acción fecunda del trabajo para convertirse en bienes aptos para satisfacer las necesidades de sus habitantes y de una gran parte del mundo, siempre que la acción coordinada del capital y del trabajo se desarrolle en un ambiente de amplia libertad, basada en el respeto de los derechos de todos y el cumplimiento de las obligaciones relativas. Sólo así el país podrá seguir su trayectoria de progreso y ocupar en el concierto de las naciones el lugar que por su tradición histórica le corresponde (La Nación, 1955f).

El intervencionismo condensa una serie de sentidos que ambos períodos comparten. La intromisión del Estado es el abandono del destino natural del sistema económico agroexportador. Ese apartamiento es percibido como algo absolutamente intolerable para el medio. Abandonar la ganadería y la agricultura, es entonces apartarse del destino histórico del país. La tradición liberal construye una cadena de significación en torno al modelo económico y a un supuesto lugar en la economía mundial que no debería alterarse.
La tarea por realizar es caracterizada como larga y complicada en ambas coyunturas históricas puesto que se deberá “extirpar la maraña de controles aduaneros, monetarios y administrativos creados por el Estado”. Para sostener esas argumentaciones toman las voces de distintos sectores representantes del establishment. Esos testimonios son las fuentes que otorgan legitimidad al planteo del medio. Así en 1955 lasdenominadas “fuerzas vivas del país”, entre las cuales cabe señalar la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, es tomadaen la medida que interviene para promover la libre iniciativa privada a la que se vincula necesariamente la libertad política.

Por eso James Kamper, presidente del Consejo Interamericano de Comercio y Producción en 1948 decía “la humanidad debe hacer una elección. Podemos elegir el camino conocido de la democracia y de la libre empresa, o podemos aventurarnos en un mundo ilusorio en que los hombres viven su existencia como esclavos del Estado dictatorial (La Nación, 1955g).

La libertad económica es sinónimo de libertad sin más. Y por ende la contracara sería cualquier forma de totalitarismo que devendría de la limitación de esa libertad económica. Así, con el anuncio de la supresión del IAPI, “organismo este que tuvo una acción nefasta en la economía nacional, se perfila netamente el retorno gradual, pero firme al régimen de la libertad económica que permitirá la pronta recuperación de la prosperidad que le corresponde a la República Argentina por sus condiciones naturales” (La Nación, 1955g). 

La normalización nacional

En el apartado anterior se desarrolló el diagnóstico de la situación del país que el medio construyó en ambas coyunturas. Allí podemos observar la huella profunda que el liberal conservadurismo trazó en las páginas del diario La Nación. La idea del conflicto, del apartamiento del modelo económico agroexportador, el sobredimensionamiento del Estado y el abandono de la libertad como faro fundamental de la vida política y económica son los elementos centrales en la conformación del discurso. Sin embargo, al mismo tiempo que el matutino fue describiendo uno a uno los distintos desafíos que se asomaban en el corto y mediano plazo, aparecen algunos otros de largo plazo y no relacionados con el aspecto económico. En este sentido, tanto 1955 como el 2015 lo caracterizan como una crisis no limitada al plano económico, sino que se extiende a todos los órdenes de la sociedad. La democracia se hallaba en peligro por el crecimiento de la inseguridad, del narcotráfico, una degradación de la educación y el surgimiento de una cultura corrupta como un flagelocontra el ciudadano honesto. En definitiva, la sociedad se encontraba en situación crítica a partir de un gobierno que había atropellado las instituciones de la República.
Semejante diagnóstico se insertaba en el debate que se estaba dando en los medios y dentro del seno del nuevo gobierno. Este tenía como eje el carácter del remedio a emplear para reencauzar y normalizar el país. Así, algunos se mostraban a favor de una opción denominada gradualista que consistía en de a poco ir retrocediendo el lugar del Estado conquistado durante el kirchnerismo, mientras que otros se volcaban a una opción más dura: impulsar rápidamente los cambios socio económicos para restablecer el orden liberal. Dentro de ese debate, La Nación optó por apoyar la salida “dura” puesto que el gradualismo hacía imposible salir de la decadencia.

Ante este panorama, no se reencauzará al país en la senda del progreso y la equidad con una combinación de pragmatismo y gradualismo. Lo que se necesita es un New Deal argentino. Que enfrente con decisión las recetas gatopardistas que nos han traído hasta la decadencia actual. Y es que al igual que en el antecedente de Roosevelt, la suerte del gobierno del presidente Macri en buena parte se jugará en sus primeros cien días de gobierno (Gonzalvo, 2015).

Ese gran acuerdo, distaba deser una receta gradualista, sino más bien lo contrario. Es interesante la argumentación en torno a evitar el gatopardismo de una política de cambios gradual. El gatopardismo fue utilizado como crítica “por izquierda” a los gobiernos nacional populares ante lo que, algunos sectores de la izquierda, entendían como falta de profundización o avance del proceso redistributivo. La apelación al New Deal se construye como momento de quiebre y de surgimiento de un modelo societal completamente distinto al anterior.Así esta nueva política debía recuperar las instituciones republicanas y reinsertar a la Argentina en el mundo, combatir contra el narcotráfico y lograr la unión de los argentinos.En ambas coyunturas hay un llamamiento a un gran cambio cultural, a retomar una senda perdida, que indudablemente percibían como costosa. Se trataba sin dudas de una tarea de proporciones en donde la ciudadanía debía hacer un gran esfuerzo, que implicaba reconocer a la vez la falsedad de las etapas previas.

La recuperación argentina habrá de lograrse con el empeño colectivo y pertinaz de la ciudadanía entera. Para rehabilitar el acervo común, para mejorar las condiciones de vida, para fortalecer en suma a la República es menester, imprescindible y urgente la acción empeñosa de todos y de cada cual (La Nación, 1955h).

El tiempo y la forma de encarar el enorme desafío que presenta la normalización del país son fundamentales para el medio ya que dedicó varios editoriales y notas de opinión al tema. El problema que plantean es que la ciudadanía puede perder rápidamente la confianza en el gobierno a partir de un ajuste que consideran necesario ante la herencia de un “Estado fundido”.
Esta preocupación fue retomada durante las primeras semanas. El gran problema era “el déficit fiscal más alto del último medio siglo, agravado por una presión impositiva impagable que financia un gasto público homérico, producto esencialmente de un empleo público de más de 4.000.000 de personas (casi 30% del total del empleo en el país) con una bajísima productividad” (Espert, 2016). Este aspecto es constitutivo de la argumentación puesto que la ciudadanía debería comprender la necesidad de moderar el crecimiento y el consumo. Así el discurso reconocelas políticas aplicadas por el kirchnerismo que “no sólo le devolvió a la sociedad el nivel de consumo previo a la crisis de 2001, en el ciclo consumista más extenso de nuestra era, sino que repartió en consumo toda la plusvalía de los precios excepcionales de las materias primas” pero realiza una valoración negativa de ello. Justamente, ese proceso se dio de la mano de “la construcción de ese relato perverso y distorsivo donde el salario de los argentinos es algo sacrosanto que no se puede negociar” (Estevez, 2016).          
El gran interrogante que intentan responder es el de cómo desarmar las políticas del ciclo populista sin generar un costo social en amplios sectores de trabajadores. El planteo se basa en abandonar el modelo consumista irreal de la etapa anterior y reemplazarlo por el modelo de ahorro e inversión que impulsaría el nuevo gobierno.

Nuestra producción ha experimentado sensible merma. Por cierto el problema planteado es complejo y comprende múltiples factores, desde la insuficiencia de los equipos industriales hastael ausentismo y el desgano de los trabajadores (La Nación, 1955h).

Los obreros habrán de aumentar su productividad, volviendo por lo menos a lo que era habitual antes, convencidos de que en esta forma mejoran el poder adquisitivo de su salario. No se les pide que se agoten físicamente. Sólo se les señala que si ponen un poco de voluntad y de habilidad aumentarán su rendimiento, y con ello sus ingresos (La Nación, 1955i).

En las citas anteriores se puede observar cómo el ausentismo y el desgano de los trabajadores como producto de las políticas proteccionistas del peronismo es un obstáculo al desarrollo capitalista. Justamente, estas ideas nocivas para la interpretación del medio vienen de la mano del modelo industrial sustitutivo puesto que se habría dejado de lado al verdadero sujeto del desarrollo. En ese marco, destacan que el primer trabajador argentino no es el obrero de la ciudad ni el peón de campo, sujetos ambos reivindicados por el peronismo, sino que construyen la figura del productor agrario, como aquel que condensa como significante al modelo agroexportador y a la libertad económica.

La única conquista social que considera como indispensable para seguir trabajando su jardín es que lo dejen en paz, que la burocracia del Estado no se acuerde de él. Nuestra agricultura a comenzado a sufrir desde que empezó la intervención del Estado en el campo con medidas que afectaban la libre iniciativa de contratar el trabajo asalariado y de vender al mejor postor (La Nación, 1955j).

En el relato se asocia la prosperidad material del país y el bienestar de la población en relación al trabajo y esfuerzo del productor agropecuario y de su posibilidad de vender libremente al exterior para “la abundante provisión de alimentos para sus habitantes”. El productor rural se ve sumamente afectado según esta interpretación cuando los gobiernos quitan esa libertad natural.

Esta riqueza ha tenido su fuente en el heroico optimismo de nuestro hombre de campo, capaz de hacer frente a la adversidad que producen la piedra, las heladas, la sequía y las plagas, con tal de poder conservar entera libertad en la administración de su estancia, chacra o granja. Los conflictos del trabajo en el campo han influido materialmente y moralmente en el encarecimiento de la producción, porque el Estado, reglamentando el trabajo rural, ha disminuido la productividad del peón de campo, sin dar al productor los medios para corregir la situación (La Nación, 1955j).

La contracara de esa cultura del esfuerzo es la del Estado que desalienta constantemente a esos industriosos en el sentido lockeano del término5. Es decir que la voluntad y ansias que motorizan el capitalismo no deben ser bloqueadas o frenadas por el Estado y menos aún para sostener con esos esfuerzos a sectores “improductivos”.

La restauración cultural

El discurso liberal conservador construye la idea de la necesidad de recomponer el estado de situación anterior al peronismo y al kirchnerismo excede la mera idea de reinstaurar el modelo económico, sino más bien se profundiza en una cuestión más amplia que podríamos sintetizar como un problema cultural. Lo que se advierte en las páginas de La Nación es la preocupación por una degradación y una subversión del orden moral y cultural, que es necesario reparar para normalizar la sociedad. Uno de los desafíos del post-kirchnerismo es discutir la idea del “relato”. Este es un de los ejes transversales del medio puesto que desde tiempo atrás a 2015 ya venían publicando editoriales y notas de opinión que discutían ciertos consensos en torno a loshechos de la historia reciente, fundamentalmente la última dictadura (Schuttenberg y Fontana, 2016). Hay una intención de revisar el consenso kirchnerista en torno a la interpretación de estas etapas históricas. El triunfo de Cambiemos repuso en los primeros planos otras interpretaciones sobre la historia que se tomaron con puntos nodales de la construcción de un discurso sobre nuestro pasado contemporáneo. En ese contexto reabren el debate sobre los años 70, el rol de la dictadura y las organizaciones políticas. Allí la revisión del pasado se imprime sobre la antigua interpretación de los dos demonios y sobre la idea de que es hora de construir una memoria completa.

En una sociedad democrática, el Estado debe satisfacer la justa necesidad del pueblo de conocer con veracidad los hechos dolorosos de su pasado. Y esta necesidad se acrecienta cuando se advierte la prácticamente nula actividad del Estado y de no pocas entidades de derechos humanos por conocer la magnitud de la acción terrorista cometida por organizaciones como Montoneros y el ERP contra la población civil y no combatiente (La Nación, 2016b).

Asimismo, otros elementos simbólicos comenzaron a cuestionarse en las páginas del diario. En este aspecto, las notas apuntan a discutir el ideario latinoamericanista que impulsaba la gestión kirchnerista. El eje central de la discusión se basa en la desmitificación de la historia y del relato K. Es decir, reimplantar la clásica interpretación de los procesos históricos en clave liberal conservadora es parte del proceso de normalización cultural que el medio plantea.
En tanto, la preocupación central en 1955 también se basó en la restitución la memoria retórica argumental liberal. De esta forma, el peronismo era percibido como una desviación del curso histórico por lo que “para afirmar la libertad, a falta de la cual traicionaríamos sin defensa el ideario de Mayo” (La Nación, 1955a). Los ideales de mayo condensaban las demandas por libertad pero a su vez por volver a imprimir un sentido conservador al curso de nuestra historia.
En el relato hay una disputa sobre el sujeto pueblo. El peronismo había construido una identidad sobre ese significante y La Nación lo disputa al señalar la existencia de un verdadero Pueblo que no era ya el articulado en torno a los sindicatos y trabajadores sino a los ciudadanos libres.

El pueblo que ayer desfiló en incesante caravana por calles y avenidas y al que no arredró en gran parte ni siquiera el previsor toque de queda, es el auténtico pueblo de la patria, que busca en su trabajo su sustento y sabe avergonzarsede cuanto pueda herir su dignidad u hombría (La Nación, 1955k).

El problema entonces que denuncia el medio es la corrupción de la cultura que el peronismo habría producido. Ese proceso habría horadado de a poco nuestra sociedad dando lugar a una subversión de los valores republicanos. Esa subversión del orden tiene que ver con que se rompe un sistema de jerarquías y lo que “vino en seguida se dio por añadidura a un sistema que sólo buscó la nivelación hacia abajo y vio nacer dirigentes y catedráticos hechos a su imagen y más cuidadosos del haber teóricamente acrecido que de la dignidad disminuida” (La Nación, 1955n). Esa idea de la nivelación hacia abajo es central en el argumento puesto que entronca con la idea que para beneficiar a algunos sectores se debe desincentivar al resto lo que haría retroceder al país en sus capacidades, en cambio, si todos tuvieran la libertad cada cual tendría los resultados merecidos.
El peronismo/kirchnerismo en su faz corruptora se entromete según esta lectura en todos los ámbitos. Así cada espacio público y privado se politiza en el sentido crítico del término, es decir se cuestionan los fundamentos de la sociedad tradicional por ende, habrían buscado corromper la conciencia cívica del país y desnaturalizar el carácter de las instituciones nacionales y el valor de las palabras y la significación de las actitudes.
La subversión del orden era de tal magnitud para el medio que el diario apoyó abiertamente el decreto de proscripción del peronismo con la idea de restauración de la “conciencia cívica” (La Nación, 1955l). Así, el decreto se constituye en una medida de orden estrictamente moral tendiente a restaurar los que denominan como “una gran estafa”. Se trataba de una lucha contra un régimen corruptor y autoritario que estaba al margen de la democracia.
En este sentido, el problema cultural expresa en ambas coyunturas la persistencia de la tradición liberal conservadora que construye al peronismo/kirchnerismo como una patología a superar a partir de la educación cívica en la libertad que eleve la cultura y la moral del pueblo. Esto último expresa con claridad cómo esta retórica liberal construye un ethos democrático quitándole ese carácter a su adversario.

Reflexiones finales

El trabajo se centró en analizar las huellas que del discurso liberal conservador tiene en nuestro pasado reciente a partir de analizar el diario La Nación como referente de esta perspectiva. Estos discursos se condensan reconstruyendo una memoria retórica argumental que se explicita, en los albores de los distintos procesos históricos, es por ello que tomamos los cien primeros días. En ese marco, el medio construirá un diagnóstico de las situaciones y los remedios que proponen para superar al populismo en ambos períodos históricos.El trabajo apuntó además a construir un conocimiento sobre los discursos de “derecha” en la Argentina contemporánea e indagar cómo se resignifica el pasado en los posicionamientos del presente y la forma en que construyen los relatos a partir de la reivindicación de distintos procesos históricos, tradiciones y figuras. Interesa también pensar las persistencias en las tradiciones políticas y cómoestas reactivan en determinadas circunstancias elementos sedimentados de las identidades.
En ambos períodos hemos encontrado en la base argumental del discurso del diario, un conservadurismo económico construido semánticamente como liberalismo y la apelación a un discurso republicano, desde el cual se postula la defensa de la institucionalidad democrática para clausurar el proceso de democratización real de la vida social, política y económica. El concepto de República que aparece en La Nación, es el de un sistema político que clausura la democratización tanto política como económica y tiende a suplantar el conflicto de intereses inherente a la vida democrática tras una idea de orden social y normalización del país.
En la argumentación discursiva del medio, los avances políticos y sociales logrados durante los gobiernos populares, como así también la radicalización de las demandas de transformación del orden social, se presentan como desviaciones de la institucionalidad republicana, instituida por el orden conservador en el período de conformación del Estado-Nación. Esto se construye como una anomalía, como una corrupción moral de la ética ciudadana que es necesario superar. El liberal conservadurismo en ambos períodos se centró en la lucha contra el populismo, el intervencionismo estatal, la protesta social y en demostrar la falsedad del peronismo kirchnerismo como gobiernos redistribucionistas. Creemos que esta aproximación al discurso del medio contribuye a la compresión de las estrategias de legitimación de la derecha en nuestro país y sale de las miradas casuísticas que tienden a pensar el presente como absoluta novedad. El trabajo en ese sentido muestra que lejos de esto último hay un sedimento fuertemente consolidado de visiones conservadoras que se han reactivado en nuestro presente.

Notas

1|   La denominación “liberal-conservador” viene del propio medio. José Escribano manifestó que hacían un diario conservador-liberal en el libro de Ulanovsky (1997). A su vez, podríamos retomar a Eccleshall (1984), quien distingue un conservadurismo libertario caracterizado por la conjunción de la valoración de lo tradicional y de las jerarquías preexistentes en una sociedad, con los ideales del libre mercado y la mínima injerencia del Estado. Según este autor, el liberal conservadurismo, a diferencia del “conservadurismo organicista”, contempla a la sociedad como un conjunto de individuos y quiere cercenar la autoridad del gobierno en lo que toca a los asuntos económicos. La intervención del Estado a través de políticas igualitarias es vista como el germen del totalitarismo, que subvierte el orden “natural” de la sociedad. Asimismo, ubicaremos al “liberal conservadurismo” como una expresión dentro de un paradigma mayor que es el pensamiento de “derecha”.
2|   Este trabajo es parte de mi investigación sobre los discursos de la derecha en la Argentina contemporánea (CONICET) y del proyecto de incentivos Estudios en Historia Cultural de la Política y de la Violencia en Argentina. Siglos XIX-XXI, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, dirigido por el Dr. Guillermo Quinteros.
3|   Sobre el tema existe una profusa bibliografía. Un posible recorrido puede comenzar con Halperín Donghi, (2003) y James, Daniel ( 1990).
4|   De la extensa obra de Laclau nos centramos en (Laclau, 1985a; 1985b; 1994; 1998; 2000;2002 y 2005).
5|   Para un excelente desarrollo véase Várnagy (2000).

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