ARTÍCULO ORIGINAL
El nacionalismo de Ricardo Rojas en tiempos del centenario (1900-1916)
(The nationalism of Ricardo Rojas in centenary times) (1900-1916)
Gabriel Lagos *
* Universidad Nacional Jujuy - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Unidad de Investigación en Historia Regional - Otero 262 – CP 4600 - S.S. de Jujuy – Jujuy – Argentina. Correo Electrónico: gabilagos1@hotmail.com
RESUMEN
Este trabajo analiza las primeras obras del pensamiento nacionalista de Ricardo Rojas (La Restauración Nacionalista, Blasón de Plata y La Argentinidad) en las cuales veremos el surgimiento de un nuevo pensamiento crítico de los postulados “civilizatorio-racistas” propios del pensamiento decimonónico argentino. Rojas creará un concepto histórico-cultural de nación en donde los sujetos identitarios anteriormente brutalizados (el indígena, el criollo y el español) pasarán ahora a formar parte de un concepto de nacionalidad pluricultural y multiétnico, representado por el espíritu de indianismo. El autor planteará la necesidad de difundir estas ideas con la finalidad de sacar a la Argentina del “extravió identitario” en el que se hallaba inserto, fruto de la expansión de las ideologías “cosmopolitas” y “exotistas”. Rojas jugará un rol fundamental dentro del Estado como planificador de las políticas educativas de corte nacionalista, y así también como creador de sus materiales de estudio. Por esto debemos comprender a Rojas como un intelectual hegemónico de gran peso en el diseño de las políticas estatales tendientes a modelar y “nacionalizar” a la multicultural población argentina de comienzos del siglo XX.
Palabras Clave: Argentinidad; Cosmopolitismo; Exotismo; Educación; Historia, Indianismo; Inmigración; Identidad; Multiétnico; Nación; Nacionalismo; Racismo.
ABSTRACT
This paper analyzes the early works of the nationalist thought of Ricardo Rojas (The Nationalist Restoration, Silver Blazon and The Argentinian Heritage) in which we will see the emergence of new critical thinking “civilizing-racist” postulates, a characteristic of the Argentine nineteenth-century thought. Rojas will create a historical-cultural concept of nation where self-defining subjects previously brutalized (indigenous, creole and Spanish) will now be part of a multicultural and multiethnic concept of nationality, represented by the spirit of indianism. The author will pose the need to disseminate these ideas in order to remove Argentina from the “self-defining misplaced” in which it was inserted, resulting from the expansion of “cosmopolitan” and “exotic” ideologies. Rojas will play a fundamental role within the State as a planner of nationalist educational policies, as well as creator of his study materials. This is the reason why we must understand Rojas, as a hegemonic intellectual of great importance in the design state policies that tend to model and “nationalize” the early twentieth century multicultural population of Argentina.
Key Words: Argentinidad; Cosmopolitanism; Exoticism; Education; History; Indianism; Immigration; Identity; Ethnic Nation; Nationalism; Racism.
INTRODUCCIÓN
Toda construcción y reafirmación de una nación ha necesitado de un discurso nacionalista que explique el “por qué” y el “cómo” de la misma. Esta explicación es necesaria sobre todo si tenemos en cuenta que la nación contiene en sí serias tensiones económicas, sociales y culturales que ponen en peligro su unidad. Por esto el nacionalismo forja características en común, factores cohesivos y de unión, construyendo un relato ligado a un pasado compartido, incorporando mitos, tradiciones y símbolos cuya finalidad es dar lógica y credibilidad a la nación como identidad de pertenencia.
El término “nación” hace referencia a una supuesta unidad entre sus habitantes, a una “comunidad nacional”, y esta comunidad está formada, entre otros rasgos, por los lazos de un pasado o historia, una cultura y una lengua en común. Al mismo tiempo, esta “comunidad nacional” se rige por un mismo sistema legal y un mismo gobierno. Si bien resulta difícil comprender la nación en términos de comunidad y homogeneidad cultural e histórica, es innegable que ésta existe dentro del imaginario social, como unidad básica de los sistemas políticos, geográficos y de organización a nivel mundial, mientras que ha generado fuertes parámetros de lealtad y obediencia hacia la misma y, en términos generales, ha sido la forma de organización sociopolítica más exitosa y duradera desde la Revolución Francesa.
Según Benedict Anderson el concepto de “nación” está íntimamente arraigado en el imaginario de las comunidades humanas (Anderson 1993, p. 20). Desde su punto de vista, “la nacionalidad, o la ‘calidad de nación’ -como podríamos preferir decirlo, en vista de las variadas significaciones de la primera palabra -, al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase particular.” (Anderson 1993, p. 21). Por ende la nación, más que una forma de existencia tangible y definible, es una comunidad imaginaria. Según los postulados de este autor, el mundo del lenguaje, y especialmente el de las letras, sería un medio determinante para la formación de un imaginario de nación.
Ernest Gellner interpreta el fenómeno de la nación y el nacionalismo desde una perspectiva política, resaltando el rol del Estado en la conformación de la misma. Desde su punto de vista, la nación, como forma política y cultural, sólo es factible en sociedades donde la existencia de un Estado central hegemónico ha sido totalmente naturalizada. Por esto, “el nacionalismo es un principio político según el cual la semejanza cultural es el vínculo social básico” (Gellner 1997, p. 19). Gellner, además de analizar la dinámica de clases en la formación de la nación, cree que el nacionalismo “es más bien la consecuencia necesaria, o el correlato, de determinadas condiciones sociales, que además son las nuestras y están muy extendidas, son profundas y generalizadas”, por lo cual “el nacionalismo no es accidental: sus raíces son hondas e importantes, fue en realidad nuestro destino y no un tipo contingente de enfermedad que los escritorzuelos de la Ilustración nos transmitieron.” (Gellner, 1997, p. 30).
Eric Hobsbawm ha analizado profundamente las diferentes interpretaciones que intentan definir a la nación bajo un concepto sintético, como la corriente “objetiva” (que subraya la unidad y homogeneidad lingüística, histórica, cultural, etc.) y la subjetiva (en la que se destacan la identidad individual y la capacidad de acuerdo entre los habitantes de la nación). El autor no cree que estos conceptos sean satisfactorios, pues la nación no parece susceptible de definirse como una realidad concreta. En cambio, cree que la cuestión nacional es más abordable desde el discurso nacionalista, pues “el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés.” (Hobsbawm, 1992, p. 18). Para comprender la problemática de la nación y el nacionalismo, debe tenerse en cuenta no sólo el accionar de las elites, sino también una perspectiva formada “desde abajo”, en la interacción entre los formadores del discurso y sus posibles receptores, pues al fin y al cabo es ellos a quienes están destinados estos discursos.
Para el caso particular de Argentina, el nacionalismo en general (y en particular el nacionalismo del Centenario) ha sido ampliamente estudiado por diversos autores. Uno de los mejores aportes desde lo teórico y lo analítico ha sido el de la historiadora española Mónica Quijada, especialista problemas de etnicidad en Argentina. Si bien ella no cree que la nación exista en términos de homogeneidad, considera que la formación de la misma se basa en un proceso de homogeneización, “entiendo por construcción de la homogeneidad u homogeneización la tendencia histórica y procesual de eliminar las diferencias culturales, étnicas, fenotípicas, etc. de un grupo humano, de forma tal que el mismo sea percibido y se autoperciba como partícipe de una unidad etno-cultural y referencial. Ese proceso se vincula a la asimilación ideal de las fronteras de dicho grupo humano con los límites del Estado al que está ligado institucionalmente y cuya soberanía detenta (Quijada et al., 2000, p. 8).
Fernando Devoto ha hecho uno de los aportes más completos con respecto al nacionalismo argentino. En su análisis histórico observa la formación de la nación y el nacionalismo (atendiendo incluso a las variables de raza y cultura), comenzando por la Generación del 37, para finalizar en el nacionalismo de 1930. Para Devoto:
“En un caso como el argentino en el que esos proyectos se realizaban desde la elites políticas que controlaban (o aspiraban a controlar) los instrumentos estatales, ello implicaba, ante todo, la voluntad de imponer ciertas creencias comunes, ciertos relatos sobre los orígenes, ciertos símbolos identitarios y ciertos mitos movilizadores a los habitantes de un territorio independiente. Esas operaciones que buscaban construir a los ciudadanos e integrar a las masas al Estado, haciéndolas copartícipes de las creencias impuestas desde el mismo, podían ser hechas desde instrumentos muy diferentes, como la enseñanza escolar de la historia y la geografía, la ritualidad patriótica, en la escuela o en la milicia, la pedagogía de las estatuas y de los símbolos patrios, la movilización política.” (Devoto, 2005, p. XIV).
NACIONALISMO Y NACIONALISTAS EN LA ARGENTINA DE COMIENZOS DEL SIGLO XX
El Centenario de la Revolución de Mayo y sus festejos suscitaron en la intelectualidad argentina un gran interés por definir ciertas cuestiones relativas al porqué, cómo y cuándo de la nación. Pero a los festejos del Centenario, con toda su importancia histórica y simbólica para la nación, deben sumarse otros factores de índole social y cultural que motivaron de igual manera a la intelectualidad en esta búsqueda. Nos referimos al aluvión inmigratorio y a los cambios que éste trajo para la Argentina de comienzos del siglo XX. Si comparamos los censos de 1895 y 1914 vemos que el país, experimentó un crecimiento poblacional maratónico, duplicando su población de 3,9 a 7,8 millones de habitantes. Este acelerado crecimiento se produciría principalmente por el aporte inmigratorio (entre 1904 y 1910 la población extranjera representó un 58% del crecimiento anual de la población del país), mientras que la proporción de extranjeros en el país con respecto al total de la población, sería de un 30% (Rapoport, 2002). Pero la inmigración traería consigo otros cambios, además de los demográficos. La “cuestión social” en la Argentina de comienzos de siglo se plasmaría en la incipiente organización política de las masas urbanas (y posteriormente las rurales) en partidos políticos y sindicatos opositores al gobierno. El descontento social de este período llevaría a una creciente agitación que derivaría en huelgas generales, boicots y atentados. Los sectores populares reclamaban mejores condiciones laborales, de vivienda, como así también la ampliación del sufragio. Si bien no se trataba de una sindicalización o politización masiva de las clases populares, éstas mostraron que circunstancialmente podían paralizar la comercialización y el transporte, el mercado interno y el agroexportador (como en las huelgas de carreros y portuarios de 1901 y 1902 respectivamente), o detener el sistema productivo (como en el paro rural conocido como “grito de Alcorta” que, en 1912, afectó a Córdoba y Santa Fe, o la huelga general de 1909, conocida como la “Semana roja”, que desató una sangrienta represión) o atentar contra las autoridades (como en el asesinato del jefe de policía Ramón L. Falcón a manos del anarquismo ese mismo año).
Ante esta Argentina en constante mutación social y política, las clases dirigentes experimentaron una sensación de desorientación ante el presente y nostalgia ante el pasado. El temor ante la posibilidad de una “desintegración nacional”, más ficticia que real, se hizo presente. Las elites reaccionaron ante la agitación social arguyendo que se trataba de ideologías anti-nacionales y que no correspondían a mentores argentinos, sino a ideas foráneas propias de los inmigrantes. Pero esta reacción no se limitaría a una respuesta ideológica, sino que, desde el plano legislativo, se crearían las leyes de “Residencia” y “Defensa Social”, aprobadas en 1902 y 1910 respectivamente, que permitían la deportación de aquellos inmigrantes considerados “peligrosos”. A esto puede sumarse la represión policial y los constantes decretos de estado de sitio ante la movilización de los sectores populares.
Pero la activación política de los sectores subalternos no sería la única preocupación de las elites: el ascenso social de las clases medias (tanto argentinas como inmigrantes) llevaría a que la clase dirigente se mantuviera en una posición defensiva, pues el perder su estatus, competir o compartir con nuevos integrantes su posición privilegiada los llenaba de temor. La mayoría de los intelectuales nacionalistas (como Ricardo Rojas, Manuel Gálvez o Leopoldo Lugones) pertenecían a las distintas elites que gobernaban el país, por lo cual la suerte del Estado era también la suya.
Fruto de estas tensiones políticas y sociales de la Argentina de comienzos del siglo XX, surgirían las primeras formulaciones identitarias que pretendían salvaguardar la cultura y la tradición criolla -o en algunos casos, la indígena- como un parámetro identitario de igual valía que el europeo. No queremos con esto decir que hasta los tiempos del Centenario la población que habitaba el país careciera de una identidad propia, o que el imaginario de nación hecho por las elites coincida con el de las masas, o el formulado por la “burguesía” con el del “proletariado”. Lo que vemos en el período del Centenario son los primeros intentos sistemáticos dentro de la elite intelectual por configurar un concepto sintético de nacionalidad e identidad para toda la Argentina. Si bien estos intelectuales y su clase representaban una porción minúscula de la población, su alcance con relación al resto de la población era muy amplio, pues al pertenecer a las clase dirigentes (por nacimiento o por ejercer altos cargos estatales) disponían de los mecanismos institucionales necesarios para difundir sus ideas a nivel masivo en instituciones como la escuela pública o el ejército. No se trata de que los nacionalistas controlaran los hilos del poder dentro del gobierno, sino que sus publicaciones coincidieron con un período en el que el Estado pretendía consolidar su rol como modelador de la nación, generando un imaginario de ciudadanía, nación e identidad, y para esto utilizaría las ideas y el asesoramiento de la intelectualidad hegemónica.
El nacionalismo en la Argentina de comienzos de siglo cobra importancia justamente por este hecho, pues no existía por aquel entonces un partido político nacionalista que tuviera peso en las urnas o que desde la ilegalidad contara con una considerable suma de adeptos o militantes, como, por ejemplo, el anarquismo. Tampoco se trató de un nacionalismo económico orientado a una política proteccionista, o un nacionalismo agresivo destinado a la movilización bélica. Se trató de una política de Estado, surgido en el ceno del mismo, y cuyo objetivo fue crear una conciencia de nación en la población del país. Sin embargo, el nacionalismo cumplió también la función de legitimar a las clases dirigentes (pues el discurso nacionalista es también un manual ético y de disciplinamiento civil, destinado a generar un “sentimiento de unidad” bajo un “orden establecido”) en un momento en el que éstas se creían amenazadas por el surgimiento de nuevos movimientos políticos.
Pero debemos comprender el nacionalismo no sólo en su carácter reactivo ante la inmigración: su finalidad parecía ser, más bien, la “integración” o “nacionalización” de los inmigrantes que llegaban al país, sobre todo de sus sectores más díscolos. Y esta “nacionalización” se dio tanto por la vía de la violencia como por la de la educación. No casualmente buena parte de los nacionalistas de comienzos de siglo trabajaron y dirigieron la rama educacional del gobierno (como Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Joaquín V. González u otros promotores del nacionalismo educativo como José María Ramos Mejía), diseñando los programas educativos e incluso sus manuales. En otros casos, formaron las filas de escuadrones de ultraderecha (como la “Liga patriótica” en la que militaba Lucas Arrayagaray).
El nacionalismo del Centenario se encarnó en diferentes corrientes ideológicas. Dentro del espiritualismo, encontramos lo que se ha denominado “nacionalismo cultural”, cuyos representantes más destacados serian Manuel Gálvez y Ricardo Rojas. Gálvez representaría su ideal de argentinidad desde la novela, como en su obra El Diario de Gabriel Quiroga (Gálvez, 2001). Allí a través de la experiencia de un joven en búsqueda de su identidad, el autor rescata los valores hispánicos, católicos y tradicionales de la Argentina del interior. El joven personaje rescata estos valores luego de un viaje a Europa, la que había encontrado decadente y corrompida por el “mercantilismo” y el “cosmopolitismo”. Desde el positivismo, José Ingenieros publica “La función de la nacionalidad argentina en el continente americano” (Ingenieros, 1956), donde el autor asevera que el país tendría un rol hegemónico en el continente, pues sus excelencias raciales, territoriales y climáticas le permitirían convertirse a una forma más “evolucionada” de nación: la imperialista. Leopoldo Lugones, en una serie de conferencias dadas en el teatro Odeón (1913), y posteriormente compiladas y publicadas bajo el título de El Payador (Lugones, 1979) (1916), encuentra en el Martin Fierro de Hernández y en el Facundo y Recuerdos de provincia de Sarmiento, la esencia del “ser nacional” y la identidad cultural, la cual se hallaba en estrecha relación con la tradición grecolatina. Joaquín V González publica El juicio del siglo (González, 1979), donde distingue a la europea como nuestra “raza materna”, mientras considera que lo distintivo de lo argentino se encuentra en su tradición, en su sentido de unidad y orden (o civilización), como también en el lazo que une a la población con sus orígenes ancestrales. González cree que los orígenes de la nación no se hallan exclusivamente en el 25 de mayo de 1810, sino que se remontan a los tiempos coloniales. Sin agotar, en esta enumeración, toda la producción intelectual del Centenario sobre la nacionalidad, pretendemos apenas mostrar aquí su variedad.
El nacionalismo tampoco derivó necesariamente en un discurso conservador sino que, en algunos casos como el de Joaquín V. González, tendrían un tinte marcadamente liberal, o el nacionalismo de Ingenieros en el cual se combinarían postulados marxistas y positivistas. Lugones, a comienzos de siglo, militaría en el socialismo para luego mutar, durante los años veinte, en un pensamiento fascista, antisemita y golpista. Rojas se afiliaría al radicalismo luego del golpe de Uriburu en 1930, militando contra los golpistas (lo que le valdría una estadía en el Penal de Ushuaia entre 1934 y 1935). Gálvez se uniría a la derecha católica. Por esto, parafraseando a Fernando Devoto, el nacionalismo pertenece a quien quiera atribuírselo, pues no existe una filiación natural entre el nacionalismo y una ideología determinada: podemos encontrarlos tanto en la izquierda, como en la derecha. Sin embargo, existían ciertas características en común en el pensamiento nacionalista del Centenario. María Inés Barbero y Fernando Devoto (Barbero y Devoto, 1983, p. 10) creen que los pensadores nacionalistas de comienzos de siglo.
“…comparten una serie de actitudes y principios: cierta posición crítica y disconformidad hacia el sistema imperante; una revisión no uniforme de los valores históricos aceptados como producto de este cuestionamiento del presente; una manifiesta hostilidad hacia el positivismo, relacionada con una crítica a diversos aspectos del liberalismo; una exaltación de la nacionalidad y por último, una actitud de oposición hacía las filosofías y las organizaciones internacionalistas.” (Barbero y Devoto, 1983, p. 10)
No pretendemos aquí estudiar en profundidad toda la intelectualidad del Centenario, sino analizar la complejidad y las tensiones generadas en la construcción de un concepto de nación e identidad, ateniendo al caso de Ricardo Rojas, uno de los primeros intelectuales (tal vez el primero) que se dedicó a esta tarea de manera sistemática y abarcativa.
Ricardo Rojas nació en Tucumán en 1882, pero pasó toda su infancia y adolescencia en Santiago del Estero. Su familia formaba parte de la elite santiagueña, y su padre, Absalón Rojas, fue gobernador de la provincia. Una vez completados sus estudios secundarios en 1899, Rojas se instaló Buenos Aires para estudiar Derecho en la UBA (carrera que nunca terminaría). En sus primeros años en la capital, y gracias a la promoción de Carlos Pellegrini, escribiría para los diarios El País y La Nación como periodista, mientras que combinaría esta actividad con la docencia en escuelas secundarias. Luego, y por invitación de Joaquín V González, se establecería, como docente, en la Universidad Nacional de La Plata, en la que ejercería como profesor titular de la cátedra de Literatura, cargo que ocuparía entre 1909 y 1920. En 1912 crearía la cátedra de Literatura Argentina en la UBA, universidad de la que posteriormente sería rector.
Rojas conocería en las tertulias intelectuales de Buenos Aires, como en el café “La Brasilera”, a otros intelectuales (Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, Ricardo Olivera y Emilio Becher) con los que luego formarían la revista Ideas, fundada en 1903. Esta generación literaria se vería influenciada por el modernismo y el espiritualismo, como así también por los escritos de Rubén Darío y José Enrique Rodó. Se mostrarían especialmente críticos hacia el positivismo, hacia Buenos Aires en su carácter “mercantilista” y “cosmopolita” y a ciertos postulados propios del liberalismo. Pero no podemos comprender a esta generación tan sólo en sus críticas, sino que sus fundamentos ideólogos serían los de un nacionalismo marcado por un afán revisionista de la historia, y una revalorización estética y cultural de los valores del Interior del país. Dentro de sus postulados nacionalistas encontraremos la influencia de ciertas corrientes del pensamiento europeo como la “Generación del 98” española, como así también del nacionalismo de Maurice Barrés. De la revista Ideas saldrían los intelectuales de la denominada “Generación del Centenario” en la cual podemos encontrar tanto a Rojas como a Gálvez y Lugones.
EL NACIONALISMO DE RICARDO ROJAS
Rojas fue el primero en diseñar un programa integrador y conciliatorio de la historia y de las diferencias étnicas y culturales de nuestro país. Pensó la nación, no como un proyecto racial o culturalmente selectivo, sino como la integración de todas sus partes, como un fenómeno cohesivo en el que se vieron representados los diversos pueblos y culturas que la habitaban. Para que esto fuera posible, Rojas debió recoger distintos elementos históricos y culturales propios de cada región del país para crear un concepto único de nacionalidad.
Este ejercicio será el objetivo principal de su ensayo Balsón de Plata (Rojas, 1910), publicado en 1910 como conmemoración del Centenario patrio. Desde nuestro punto de vista, ésta es una de las obras fundamentales del pensamiento de Rojas. Allí encontramos la formulación de uno de los primeros conceptos histórico-culturales de nación, pues esta es definida como la consecuencia de un desarrollo histórico donde el nexo entre el hombre y la tierra lleva a la creación de un espíritu, de nacionalidad y unión, particular y característico de los argentinos. El objetivo de Rojas en Blasón de Plata, fue el de defender la idea misma de nación como una entidad que nos explica y define. Al mismo tiempo intentó romper con una serie de preconceptos sobre nuestra historia e identidad, que él considera erróneos:
“El pueblo argentino, al cobrar conciencia de sí mismo durante el siglo XIX, ha padecido un doble extravío acerca de sus orígenes: en lo que tenía de americano, creyó necesario el anti hispanismo, y en lo que tenía de español, juzgó menester al anti indianismo. Semejante posición espiritual era resultado de una deficiente información histórica o la deformación del pasado a través de las pasiones políticas o la de que la propia conciencia nacional no ha llegado a la madurez. La nueva posición que ahora buscamos, ha de consistir en el equilibrio de todas las fuerzas progenitoras, dentro de la emoción territorial.” (Rojas, Op.cit, p. 148)
Rojas cree poder remontarse hasta los orígenes de la nación. El propósito de esta búsqueda será sacar al pueblo argentino de su extravío identitario producido por la “deformación del pasado” y las “pasiones políticas”. Esta acusación, más que dirigida al pueblo, parece referirse a los pensadores nacionales decimonónicos. El autor nos propone un ejercicio diferente: el de pensar la nación como “el equilibrio de todas las fuerzas progenitoras” unidas por “la emoción territorial”. Y el primer elemento progenitor que se presenta en Blasón de Plata es el indígena:
…un estudio más completo de la génesis patria comienza a rehabilitar al indígena que el europeísmo proscribiera de la historia, como rehabilitara al español que fue proscripto a su turno por la pasión revolucionaria. (Rojas, Op.cit, p. 148)
Rojas comienza su ensayo con un recorrido por la prehistoria argentina, describiendo pueblos y caciques heroicos, seleccionando y rescatando, a través de leyendas y mitos, algunos elementos culturales que le servirán para formular un primer parámetro de pertenencia e identidad (el “indianismo”), que será reconocible por la formulación de su opuesto (el “exotismo”). Puede entenderse la oposición indianismo/exotismo, en la versión de Rojas, como un binomio identitario marcado por la tensión entre un “nosotros” y “ellos” (argentinos y extranjeros, lo “nuestro” y lo “foráneo”, lo propio y lo exótico), especialmente diseñado para contrarrestar la oposición clásica entre civilización y barbarie, concepto que remite no sólo al pensamiento sarmientino, sino también al anhelo e imaginario de progreso y modernidad de varias generaciones de intelectuales hegemónicos.
El autor nos presenta el indianismo como un fenómeno identitario, y como una fuerza elemental que impulsa la defensa patria ante fuerzas extranjeras o invasoras, por lo cual indianismo y exotismo se trenzan en una batalla de carácter histórico: primero fueron los pueblos indígenas, en su combate contra los conquistadores por la defensa de la tierra natal. Luego, el indianismo se verá representado en la generación de criollos libertarios que lucharon y derrotaron al poder colonial español para lograr la independencia del país. Más tarde encontraremos las fuerzas indianistas encarnadas en la proclama gaucha y federal, batiéndose en montoneras contra el exotismo unitario, porteño y europeizante. “Por consiguiente es en el indianismo donde ha de buscarse el origen y la continuidad de nuestra historia.” (Rojas, Op.cit, p. 220)
La historia fue una de las herramientas argumentativas predilectas de Rojas quien, al igual que su contemporáneo Gálvez, negó el concepto de una nacionalidad utópica sin fundamentos reales y fincada en el futuro, como lo venían haciendo los pensadores hegemónicos decimonónicos, y a comienzos del siglo XX, sus colegas positivistas. Si bien hoy en día resulta natural el hecho de que el pensamiento nacionalista utilice la historia para cimentar sus conceptos de nación, a comienzos del siglo XX éste no era un ejercicio regular, pues por lo general el pasado era interpretado como los restos de un estadío de barbarie y anarquía, cuya invocación generalmente servía como argumento de teorías racialistas y etnocéntricas o de una etapa a superar (como podemos ver en Conflicto y armonías de las razas de América (Sarmiento, 1915) de Domingo Faustino Sarmiento, en Nuestra América (Bunge, 1991)de Carlos Octavio Bunge o en Sociología Argentina (Ingenieros, 1918) de José Ingenieros) En muy pocos casos, como el de Bartolomé Mitre, se había utilizado la historia para crear un ideal de nacionalidad. Rojas utilizó la historia para explicar y definir la nación argentina, y esta nación se pensaba desde el presente y en función de una nación real y existente, la cual era mayoritariamente criolla o mestiza, que contaba con una población inmigrante en constante crecimiento, pero que también conservaba, en muchas de sus provincias, comunidades indígenas.
Esta concepción de nación también rompía con uno de los tópicos del pensamiento decimonónico y positivista en la Argentina: el pensamiento subalterno con respecto a Europa. Nos referimos a una constante en los textos de Alberdi, Sarmiento, Zeballos, Bunge, Ingenieros, etc. en los cuales el horizonte de progreso parece estar atado a una imitación más o menos fiel de los modelos políticos, económicos o sociales de Europa. De igual manera, los pensadores nacionales habían erguido a Europa como el parámetro de lo positivo a nivel intelectual y cultural, desprestigiando no tan sólo a la sociedad indígena sino también a la criolla. Rojas criticó esta forma de pensamiento como “colonial” y “subalterna”, teñida de “prejuicios caucásicos”, advirtiendo sobre la peligrosidad de estos conceptos en una nación multicultural:
“No es que vivamos en solidaridad de intereses creados por la civilización; es que aún estamos sujetos al extranjero, si no por la ley política, por una fatalidad social, que siendo más efectiva, resulta más afligiente. Del extranjero dependemos por abyecto vasallaje de nuestras clases intelectuales y por dolorosa servidumbre de nuestras clases obreras. Somos todavía “colonia” y tenemos, no una metrópoli, desecha en 1816, sino varias: las del capital, las de las industrias, las de la población y las ideas, formadas después de nuestra independencia nominal.” (Rojas. Op.cit, p. 2)
Su programa, tendiente a la definición y creación de una cultura y un ideal de nacionalidad, se basó en el reconocimiento de los distintos elementos étnicos y culturales del país. Esto no significó la negación de la influencia europea en la cultura propia, ni tampoco su subestimación. Al contrario, Rojas destacó la influencia de la cultura ibérica en Argentina, como así también los beneficios que la ciencia occidental podía brindar a la nación argentina y su desarrollo. En este punto, creemos que sus nociones identitarias no deben comprenderse en términos de un nacionalismo etnocéntrico, agresivo a toda manifestación de lo no-argentino, sino como conceptos formulados por el temor que el autor sentía ante una posible pérdida de la identidad y la cultura nacional.
Este temor se verá expresado fundamentalmente en su ensayo La Restauración Nacionalista (Rojas, 1909). La obra fue fruto de un viaje que Rojas emprendió a Europa en 1907 y en el cual visitó Inglaterra, Francia, España e Italia, analizando también el sistema educativo alemán y estadounidense. El motivo del viaje fue estudiar in situ las diferentes estrategias pedagógicas aplicadas en estos países, para dedicar el último capítulo de su libro al caso argentino, haciendo una revisión crítica del modelo educacional enciclopedista y positivista, y proponiendo una nueva pedagogía de corte nacionalista.
Este ensayo no debe leerse simplemente como una propuesta pedagógica o un mero plan educativo: su finalidad es mucho más amplia y compleja. La educación es vista por nuestro autor como uno de los mecanismos fundamentales para generar, en la multicultural población argentina (la cual ha sufrido sustanciales cambios producto de la inmigración masiva), un sentimiento de pertenencia y compromiso hacia el país, como el método principal para una paulatina pedagogización cultural cimentada en los “valores patrios”. Tal objetivo conducirá, necesariamente, a definir los valores que se creen argentinos y a formular un espíritu antagónico: el cosmopolitismo. Por esto, al leer La Restauración Nacionalista no sólo nos encontraremos con una escritura en clave pedagógica, sino también con un ensayo de tono político en el cual se dejan ver los primeros lineamientos del nacionalismo de Rojas en su expresión cultural y política.
¿Por qué es necesaria una restauración nacionalista? En palabras de Rojas, por “...ignorancia y cosmopolitismo de origen en la casa del obrero; ignorancia, vanidad y cosmopolitismo de gustos en casa del burgués: ni una ni otra pueden ser santuarios del civismo […]. El novel asaz bajo de nuestra cultura ambiente, la falta de ideas generales, el realismo tradicional en la enseñanza, el materialismo innoble de nuestro progreso, el individualismo anárquico de nuestra vida mental y económica, son formas de egoísmo y de barbarie que sólo el Estado podrá combatir, mediante un sistema disciplinario de educación. Sólo el Estado porque la Iglesia ha hecho crisis, y la Familia no ha llegado aún a su madurez.” (Rojas, Op.cit, p. 390)
Ante esta realidad, la construcción de “santuarios del civismo” parece hacerse imprescindible, y los constructores de esta obra serán, según Rojas, el Estado y su sistema educativo, pero también aquellos intelectuales que capten la gravedad del problema y puedan formular soluciones que se adapten a la realidad del país, o sea, él mismo. Esta promoción del Estado como la única institución capaz de realizar esta reforma no es casual, en primer lugar porque la obra, y el viaje que la inspiró, habían sido financiados por el gobierno, pero también porque entre Rojas y el Estado se ha generado una estrecha relación, en la cual nuestro autor influye fuertemente en la planificación de las políticas educativas.
Rojas siente que los valores constitutivos de la argentinidad y del espíritu nacional están en peligro. La Argentina como nación, como pueblo y como cultura se ve amenazada en su integridad por el crecimiento de una fuerza extraña, ajena a su identidad y tradición. Este cuerpo extraño será denominado “cosmopolitismo”. Rojas agrupa dentro de este concepto algunos elementos como la inmigración y las ideologías “disolventes” y “antinacionales”: el socialismo, el “materialismo” y el anarquismo. Pero el cosmopolitismo no se define exclusivamente en su carácter foráneo o extranjero, pues éste pude afectar también el corpus de lo “argentino”. El cosmopolitismo también se ve representado en los ideales políticos, educativos y culturales de algunos sectores de la población que adoptan ideologías extranjeras, desechando o pasando por alto las generadas en su propio país. Desde nuestro punto de vista, Rojas interpreta el cosmopolitismo como sinónimo de aculturación, como un fenómeno que reemplaza y desacredita la cultura argentina, por lo que no se trata de un simple rechazo a lo foráneo o extranjero.
A lo largo de la obra de Rojas se despliega un mecanismo conceptual común a muchos de los discursos nacionalistas y que implica definir la identidad nacional a partir de un antagonista, pues el reconocimiento del “nosotros” parece depender, en gran medida, de una clara distinción del “ellos”. Dicho en otras palabras, definir y demarcar lo argentino depende de conceptualizar lo no-argentino. En este aspecto, el diseño de una identidad nacional no depende exclusivamente de la exploración, caracterización y definición del “nosotros-nación”, sino también del conocimiento, comparación y distinción del “ellos”, del resto de las naciones. Si bien este concepto puede ser muy esquemático en su formulación, nos ayuda a comprender la obra de Rojas, sobre todo en la formación de sus binomios nacionalismo/cosmopolitismo, indianismo/exotismo, que creemos están íntimamente asociados al ejercicio de definir el “nosotros” nacional mediante la delimitación y distinción del “ellos”. Sin embargo, en Rojas la cuestión fue más compleja pues la noción y distinción del nosotros/ellos no tuvo que ver necesariamente con las naciones, las etnias o los pueblos, sino que también se podía expresar en mentalidades, ideales políticos y sociales que se generaron en el seno del “nosotros-nación”.
Rojas diseñó conceptos que le permitieron interpretar la historia nacional en base a ciertas líneas de continuidad (él pensaba que se había hecho una división excesivamente tajante de los períodos históricos, pues el período colonial no implicó el fin de los pueblos indígenas, ni la Revolución de Mayo la eliminación de la cultura hispánica). Por ejemplo, en La Restauración Nacionalista propuso un enfoque basado en la “historia interna”, un concepto que le permitía captar la esencia y el continuum a lo largo de la historia nacional, a diferencia de la enmarañada “historia política” que se prestaba a “bruscas soluciones de continuidad”. En Balsón de Plata, puso en práctica este enfoque a través del concepto histórico-cultural de “indianismo” (el espíritu que nace de la relación entre el hombre y la tierra natal), donde el indio, el español y el criollo, con el correr de la historia, se mimetizaron en una forma esencial de identidad y nacionalidad. Sin embargo, para subrayar la integración identitaria, Rojas omitió ciertos aspectos que también forman parte de nuestra historia, como las masacres y la expoliación sufridas por lo pueblos indígenas a manos de los españoles durante la colonia, y por los ejércitos criollos durante el período republicano, la marginación y explotación del criollo con las leyes de vagancia, o las políticas de aculturación aplicadas por las elites, entre otras cosas. De igual manera, Rojas tendió a conciliar ciertos elementos que pueden ser opuestos e irreconciliables (por ejemplo el “liberalismo europeo” y los “instintos aborígenes”). Sin embargo, creemos que esta necesidad apremiante de equilibrar antagonismos se debe, en primer lugar, a la finalidad de su obra: crear un concepto integrador de identidad nacional. Para que esto fuera posible, Rojas debía criticar y desarmar una serie de preconceptos fuertemente arraigados en las clases dirigentes a lo largo de la historia: en los discursos de los intelectuales hegemónicos decimonónicos, las figuras del español o “godo” (durante las guerras de independencia), la del gaucho (durante el proceso de organización del Estado-nación) y la del indio (a lo largo de todas las guerras de frontera) fueron interpretadas claramente como el “otro”, el “ellos”, como figuras antagónicas a sus proyectos de nación e identidad. Pero no sólo se trató de ideas plasmadas en ensayos sino también en políticas sociales. Rojas debió romper con estos preconceptos y revalorizar a aquellos sujetos marginados para integrarlos al corpus del nosotros-nación. Dentro de este ejercicio, el autor criticaría y pondría en duda ciertos postulados de la política inmigratoria, como los supuestos beneficios civilizatorios y culturales de la misma. Si bien Rojas no bestializó al inmigrante, ni planteó la necesidad de prohibir la inmigración, sí advirtió sobre los “peligros” que una política inmigratoria descontrolada podía traer a la Argentina. Su temor residía en el supuesto de que la creciente ola inmigratoria terminaría por aculturar o des-argentinizar a la nación. Se trataba de una amenaza cultural, no racial o social. Rojas no hizo un juicio sobre la cultura de los inmigrantes, categorizándola como buena o mala; su objetivo fue proteger y promover las tradiciones, la cultura y la lengua argentinas. También debemos recordar que el problema con la inmigración venía de la mano de la movilización y tensión política de comienzos del siglo XX, y la reacción ante nuevos partidos políticos que se oponían y atentaban contra los intereses de las elites dirigentes, a la cual Rojas pertenecía.
Las ideas Rojas también irían a contrapelo de otro de los conceptos en boga a comienzos de siglo XX. Nos referimos a la idea de la inminente (o ya consumada) muerte de la cultura gaucha e indígena a manos del “progreso”. El autor creyó que las costumbres gauchas e indígenas todavía se mantenían vivas en muchas provincias del interior, y que el progreso no debía eliminarlas. De igual manera, rescataría estas culturas no sólo con un interés arqueológico o museológico, sino para diseñar una cultura y un espíritu que sirviera de guía para el fututo.
Rojas también utilizó la historia para buscar mitos y símbolos identitarios, batallas y héroes, tradiciones y folklore popular, entre otras cosas, con la finalidad de generar factores cohesivos y de unión para crear, en el pueblo argentino, un sentimiento armónico e integrador de nación y nacionalidad. Por ello, no se trató de una historia en la cual sólo se destacasen los actores de la elite, sino de un proceso de construcción donde las masas, el pueblo, jugaran un rol esencial y heroico en la construcción de la nación. Esto se ve claramente en La Argentinidad (Rojas, 1916) y en Blasón de Plata. Pero también debemos recordar que, en esta última obra, se deja en claro que las masas necesitan de la dirección de la “burguesía criolla”, pues no están capacitadas para ejercer el poder y dirigir al resto de la nación. Y es aquí donde aparece la figura del héroe, como guía de las masas, pero también como personaje en donde se consensan las cualidades del indianismo y la argentinidad. No creemos que el hecho de erigir a la elite criolla como dirigencia “natural” del país responda a un “bestialización” de las masas, sino más bien a una defensa histórica de la clase dirigente criolla, a la que él mismo pertenece.
Otra característica que hemos encontrado, a lo largo de la obra de Rojas, es un conflicto siempre latente con Buenos Aires (lo cual resulta, en algún punto, paradójico, pues él vivió gran parte de su vida en aquella ciudad). En La Restauración Nacionalista, la ciudad portuaria fue vista como la capital del cosmopolitismo en Argentina, mientras que en La Argentinidad la oligarquía porteña representó una fuerza exótica y despótica con respecto a los ideales federativos y democráticos de la revolución del interior. Esto no significó que Rojas haya separado a Buenos Aires del resto del país, o que no la aceptase como parte de la argentinidad. El problema pareciera estar motivado por el viejo conflicto entre el interior y Buenos Aires y sus derivaciones: federalismo/unitarismo, indianismo/exotismo.
Para Rojas, los fundamentos de la nacionalidad y la identidad se hallaban en el interior del país, fundamentalmente en el norte, pues allí se conservaba buena parte de las tradiciones criollas, indígenas e hispánicas, y porque aquellas regiones eran las que menos se habían visto modificadas, en su composición cultural y poblacional, por el aluvión inmigratorio. Rojas haría una apasionada defensa de los valores del interior, guiado no sólo por su por un sentir de pertenencia, sino también porque esto se condecía, en varios puntos, con su proyecto de restauración nacionalista.
Aunque Rojas no se afilió a ningún partido político hasta los años 30, las obras que hemos analizado cuentan con un claro objetivo político. No se trata de un apoyo explícito o implícito a un determinado partido político (como sucedería más tarde en su apoyo abierto al radicalismo), sino más bien de la defensa de ciertos ideales. En La Argentinidad encontramos una clara defensa del federalismo y la independencia como valores propios de la argentinidad, en Blasón de Plata;los ideales democráticos serán vistos como una de las más altas expresiones del espíritu indianista; en La Restauración nacionalista, el autor nos advierte sobre la peligrosidad de ciertas expresiones políticas del cosmopolitismo como el anarquismo, el “mercantilismo” y el “afán de lucro”. En esta última obra también encontramos un fuerte apoyo al Estado como el principal artífice de sus proyectos educativos. Pero no podemos aseverar que el autor apoyara al gobierno conservador en el resto de sus políticas. Sabemos que Rojas gozó de la promoción y el apoyo de los gobiernos conservadores y radicales, pero se declaró abiertamente opositor al gobierno de facto y autoritario de Uriburu, por lo cual no creemos que se trate de un pensador que se acomodó y fue funcional a cualquier gobierno, sino que su accionar estuvo marcado por su apoyo al Estado constitucional y democrático.
Para Rojas, como así también para muchos pensadores nacionales, el motor del cambio, necesario para la concreción de sus proyectos, se hallaba en la educación, más precisamente en la educación pública, laica y gratuita. Si bien Rojas nunca se mostró partidario de las políticas represivas, xenófobas, o de la expulsión de los inmigrantes, sí lo hizo a favor del monopolio de la educación estatal y de la erradicación de otros proyectos educativos y culturales diseñados dentro de las comunidades inmigrantes. El autor vio en estos proyectos educativos alternativos una especie de amenaza nacional. Incluso llegó a plantear la necesidad de prohibir la educación por fuera del Estado. Rojas creyó que mediante una educación basada en su programa de nacionalismo cultural podía sacar a la nación de su extravío y su pérdida de identidad. Las ideas expuestas en Blasón de Plata y La Argentinidad, servirían al pueblo como fuente del acervo nacional, para reconocer sus orígenes y su historia, para formar lazos de solidaridad y unión, y como una brújula, como una guía para el futuro.
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