No 13 (2020)

Nuestro NOA 13

En el mundo contemporáneo las formas de dominación de las personas y los grupos sociales son cada vez más sutiles y difíciles de resistir.
La biopolítica, el control de los cuerpos y de la formación de las subjetividades, han multiplicado su capacidad de sobredeterminación a través de la tecnología.
La sociedad del conocimiento, que algunos enfatizan como una de las condiciones actuales del capitalismo, al mismo tiempo que amplía la capacidad de desentrañar los secretos de la naturaleza, su manejo y capacidad de predicción y diagnóstico, sesga las miradas y parcializa la superabundancia de "información", oculta.
El conocimiento depende cada vez más de la tecnología, del manejo de infinitos datos, que genera una nueva dependencia, un nuevo concepto del poder, y aumenta la desigualdad entre quienes tienen capacidad de totalizar la información y quienes solo acceden a datos parciales.
Para la gran mayoría de las personas la distinción entre aquello que se acerca a lo verdadero y lo certeramente falso no depende de los conocimientos aceptados por los consensos de la ciencia en un momento determinado, sino de sus propias creencias, muchas de ellas generadas desde las manipulaciones biopolíticas.
La tecnología se convirtió en una segunda naturaleza para los seres humanos sin la cual, se supone, ya no sería posible la vida en este planeta.
Cuando Levi Strauss desarrolló su teoría sobre el origen de los mitos utilizó el concepto de significante flotante, significantes sin significado que deben ser significados por la cultura, para afirmar que los mitos justamente brindan explicaciones –relatos– basadas en el pensamiento por analogía sobre aquellas cuestiones que el conocimiento práctico o científico todavía no pudo explicar.
Supone, entonces, que a medida que se desarrolle la ciencia, los significantes significados por el pensamiento analógico se reducirían. La ciencia, en este sentido, cumpliría un papel liberador para los seres humanos: de la naturaleza por una parte, y de sus propios fantasmas. Sería entonces posible construir un mundo más justo y racional.
Sin embargo, el mundo contemporáneo se ha poblado de innumerables nuevos significantes flotantes: artefactos y acontecimientos que coexisten en nuestra vida cotidiana pero cuyo significado real se escapa a la mayoría de las personas. El desarrollo de la ciencia en lugar de producir un mundo predecible, generó incertidumbres globales y su antípoda, los nacionalismos, racismos, la segmentación social y cultural.
La misma división en campos cada vez más acotados de la ciencia obstaculiza elaborar teorías totalizadoras. El giro lingüístico y el retorno al subjetivismo en las ciencias sociales es una forma de reconocimiento de la inconmensurabilidad de la realidad, de la preeminencia de las condiciones sobre las regularidades nomológicas. Por su parte, el manejo de los big data en las ciencias naturales implica una suerte de retorno a un neoinductivismo, pero ahora con un alto grado de información que contiene sistemas de relaciones preincluidas y preorganizadas por los propietarios informáticos, cuya "ideología" científica o social o cultural tiñe o por lo menos condiciona las alternativas de indagación. Buena parte de la lucha por el control de la "globalización" se desarrolla en este campo y la capacidad por manipularlo, que se verifica en los casos recientes como el Brexit o la injerencia supuesta o real de la inteligencia rusa en la campaña electoral de Trump.
Las aplicaciones instrumentales de los conocimientos disponibles, convertidas en mercancías, son el terreno preferido de las investigaciones, y éstas transforman la vida, mejoran los mecanismos biopolíticos de control, y generan desigualdades insalvables entre quienes viven en las comodidades tecnológicas y aquellos que todavía luchan por un pedazo de pan o son obligados a migrar.
Entonces, ¿de qué tratan los conocimientos emancipatorios?
En el asesinato de Julio César, en los Idus de marzo del año 44 antes de Cristo, se condensan muchos de los dilemas morales y éticos que se plantearon en la Historia política occidentalista de Occidente. La versión más conocida fue la escrita por Plutarco unos cien años después, y popularizada por la tragedia Julio César de Shakespeare a principios del siglo XVII.
Plutarco, posiblemente, tuviera la intención de mostrar los rasgos morales de los diversos hombres cuya vida indaga, resaltando alguna de sus acciones como ejemplos que indican sus virtudes o defectos, dando quizás comienzo al método indiciario; Shakespeare, por su parte, en su trilogía sobre el nacimiento y la caída de Roma, representa las vicisitudes de la conciencia de los individuos cuando es compelida a decidir.
Ambos presentan a un hombre virtuoso –Bruto– en el momento de optar por el deber moral de seguir sus valores (la defensa de la república aristocrática romana, el repudio a la tiranía) a través de un acto deleznable (el asesinato de su protector).
Estas mismas cuestiones las planteó, irónicamente, Francisco de Quevedo en La vida de Marco Bruto escrita también en el siglo XVII, "Para que se vea invención nueva del acierto del desorden en que la muerte y las puñaladas fueron electores del Imperio, escribo en la vida de Marco Bruto y en la muerte de Julio César los premios y los castigos que la liviandad del pueblo dio a un buen tirano y a un mal leal".
Aparece aquí otro actor, el pueblo adjetivado por el término "liviandad" que legitima la existencia del "buen tirano".
¿Es posible el buen tirano?
La acción de Marcus Brutus, considerado por la aristocracia romana como un hombre probo, incluyendo al mismo César, se inscribe en uno de los valores constitutivos de Occidente: el derecho al ejercicio de la libertad y a la subversión del orden, en su defensa, si fuera necesario. Es amplia la bibliografía que traza relaciones entre el desarrollo hegemónico de la sociedad y cultura occidental y el principio de organización social basado en el derecho a la libertad (autonomía por lo menos relativa en la toma de decisiones) y a la rebelión/subversión/revolución.
Algunos como Walzer (1985) lo ubican en el antiguo testamento, en el libro del Éxodo, muchos mitos griegos emergen de la rebelión de los hombres contra las determinaciones del destino o incluso la interpretación freudiana y lacaniana sobre el funcionamiento de la familia occidental tiene como paso necesario el asesinato simbólico de un progenitor en la formación de individuo.
El conocimiento producido en occidente, y su organización como ciencias, está enclavado en esta irreverencia que ubica a los seres humanos en la centralidad de la escena, desafiando a toda determinación y operando sobre el orden natural. Su origen renacentista y el caso emblemático de Galileo así lo pretenden: el conocimiento humano como capaz de desentrañar el orden divino otorgado a la naturaleza y modificarlo.
Cuando en esta Revista usamos el término conocimientos emancipatorios pensamos que los senderos epistemológicos por los cuales debemos transitar se relacionan con la ubicuidad del lugar de enunciación y la capacidad de significar la realidad desde la dignidad de la condición humana que nos otorga el principio de libertad como compromiso radical con la propia conciencia y las prácticas que desarrollamos en nuestras relaciones sociales, y sobre todo responsabilizándonos con las consecuencias de nuestros propios actos.
Además de reivindicar el camino crítico iniciado por la Escuela de Frankfurt en su momento, quizás también haya que repensar el dilema moral y ético de Brutus.



Dr. Ricardo Slavutsky
Vicerrector de la Universidad Nacional de Jujuy

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