ARTICULO
Intervenir el cuerpo social e individual. Metáforas de una sociedad higienizada en los periódicos El Mercurio, La Tercera y la Revista Ercilla durante la dictadura cívico militar chilena, 1973-1975
(Intervening the social and individual body. Metaphors of a sanitized society in the newspapers El Mercurio, La Tercera and the magazine Ercilla during the Chilean civil-military dictatorship, 1973-1975)
Dalila Muñoz Lira*
* Universidad Libre de Berlín - Rüdesheimer Str. 54 - 14197 - Berlín - Alemania. Correo Electrónico: dmunozlira@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3349-9210
Recibido el 25/03/22
Aceptado el 19/08/22
Resumen
En septiembre de 1973 un Golpe de Estado en Chile instauró un nuevo orden. La interrupción de un gobierno democrático se explicó a través de las metáforas de la enfermedad: el país estaba enfermo, un cáncer corroía a la nación. Para sanarlo había que extirpar el mal de raíz, pues sólo así se alcanzaría la restauración y “reconstrucción nacional”.
El lenguaje se propagó de explicaciones médicas que subrayaban la necesidad de intervenir el cuerpo individual y social. Junto a estas metáforas aparecieron las “operaciones limpieza” que apelaron no sólo a la desaparición del marxismo en su dimensión simbólica, sino también en su aspecto material, cuyo efecto más trágico fue la desaparición de miles de personas. A través de estas operaciones se intentó instaurar una nueva estética de la sociedad y sus espacios vitales, significadas desde un ordenamiento de mundo pulcro, disciplinado y ordenado, donde los elementos “contaminantes” debían ser erradicados. La democracia representativa constituía el sistema que había permitido la diseminación de la enfermedad. Por ello, había que reemplazarla.
Este trabajo muestra como la prensa adoptó estos discursos que transitan entre la enfermedad del cuerpo, la rehabilitación y la difusión de las medidas preventivas en clave higiénica. La revisión se enfoca en los periódicos El Mercurio, La Tercera y la Revista Ercilla. Con todo, para comprender el uso de estas metáforas durante la dictadura, se pone atención al lugar que había tenido el cuerpo en el proyecto de la Unidad Popular, en adelante UP.
Para el análisis se incorpora una aproximación a los imaginarios de la enfermedad (Sontag, 2013; Arendt 2006; Delich 1983 e Iazzeta 2013), el rol de la producción simbólica en la política (Balandier, 1994; Eco, 2015; Errázuriz y Leiva, 2013), y el vínculo entre cuerpo y juventud revolucionaria/disciplinada.
Palabras Clave: Dictadura; Cuerpo social; Imaginario; Enfermedad; Higienismo.
Abstract
In September 1973, a coup d’état in Chile established a new order. The interruption of a democratic government was explained through the metaphors of disease: the country was sick; a cancer was corroding the nation. To cure it, it was necessary to extirpate the evil at its roots, for only in this way would restoration and “national reconstruction” be achieved.
The language spread with medical explanations that stressed the need to intervene in the individual and social body. Alongside these medical explanations appeared the “cleansing operations”, whichappealed not only to the disappearance of Marxism in its symbolic dimension, but also in its material aspect, whose most tragic effect was the disappearance of thousands of people. Through these operations an attempt was made to establish an aesthetic for the new society and its living spaces, signified by a neat, disciplined and ordered world order, where the “contaminating” elements had to be eradicated. Representative democracy was the system that had allowed the spread of the disease. Therefore, it had to be replaced.
This paper shows how the press adopted these discourses that moved between the disease of the body, rehabilitation, and the dissemination of preventive measures in a hygienic key. For this purpose, the newspapers El Mercurio, La Tercera and Ercilla Magazine will be reviewed. However, in order to understand the use of these metaphors during the dictatorship, attention must be paid to the place that the body had in the Popular Unity project.
The analysis incorporates studies on the imaginaries of illness (Sontag, 2013; Arendt 2006; Delich 2013 and Iazzeta 2013), the role of symbolic production in politics (Balandier, 1994; Eco, 2015) and the link between body and revolutionary or disciplined youth.
Keywords: Dictatorship; Social body; Imaginary; Disease; Hygienism.
Introducción
El uso de la imaginería patológica en la retórica política es de larga data y ha servido para manifestar preocupación por el orden social (Sontag, 2013, 87-101). En Chile, el mismo 11 de septiembre en la primera declaración televisada de la Junta Militar, Gustavo Leigh Guzmán, jefe de la Fuerza Aérea defendió la idea de extirpar el “cáncer marxista” hasta las últimas consecuencias. La declaración transmitida también por radio y multiplicada por la prensa los días posteriores, expresaba no sólo un diagnóstico, sino que apelaba a la urgencia de emprender una labor rehabilitadora donde los militares fungían como los terapeutas que venían a subsanar la enfermedad.
La referencia al marxismo como el elemento contaminante del cuerpo social no era nueva. En 1948, en el contexto de la Ley de Defensa de la Democracia, se habían esgrimido similares argumentos para dejar fuera de ley al Partido Comunista chileno, –en adelante PC–. La revista Estanquero opinaba que “El comunismo, al infiltrarse hasta la médula en el cuerpo social de nuestra patria, ha deformado y desviado su proceso evolutivo normal. No es ya el nuestro un organismo colectivo sano. El cáncer soviético está destruyendo paulatinamente todos los tejidos de nuestra estructura política, social, económica y moral [...] si no es contenido y extirpado cuando todavía es tiempo de hacerlo, se hará ineluctable y conducirá al país a la completa desintegración” (Citado en Casals, 2016, 166). En esa misma dirección uno de los debates parlamentarios esgrimía que dejar al PC fuera de ley constituía un “tratamiento de profilaxia social como el de la mosca: mate a la mosca antes que la mosca lo mate a Ud.” (Citado en Donoso, 2019, 115).
También Roger Trinquier, ideólogo de la Doctrina de Seguridad Nacional –que entendía a la nación como un organismo vivo amenazado por el marxismo–, estableció algunas metáforas sobre cuerpo y enfermedad, apelando a la instauración de medidas higiénicas preventivas: “La subversión se implanta y desarrolla en un país como los microbios en un cuerpo debilitado [...] Un cuerpo sano y vigoroso podría arrojarlos fuera de sí o destruirlos con una simple reacción natural, pero un cuerpo débil difícilmente encontraría en sí mismo la energía necesaria para resistir. Deberá recibir ayuda de fuera: medidas de higiene preventiva o, una vez declarado el mal, la aplicación de un tratamiento general” (Citado en Chateau, 1983, 13).
Pero la filiación biologicista, como la define Subercaseaux, había estado presente en Chile desde inicios del s. XX en los discursos del presidente Alessandri. Con ella se oponía a la revolución, pues concebía que el organismo debía ser transformado, pero sin trastornos que significaran “la disgregación de las células, la muerte del país” (Subercaseaux, 2008, 27- 28).
Es en la convergencia de marxismo y revolución, que el campo semántico asociado al cuerpo y a la terminología médica adquiere relevancia en las dictaduras del cono sur, entendiendo que ambos significantes, tanto en sus aspectos ideológicos como prácticos habían enfermado al país y la nación –cuerpo geográfico y cuerpo social–. Por tanto, había que rehabilitar a la ciudadanía al mismo tiempo que el espacio público era intervenido afín a los valores y estéticas autoritarias. Disciplinamiento y depuración del cuerpo individual y social que, en caso de disidencia, desobediencia o subversión, debían ser castigados.
Se acusó que la democracia representativa había sido el sistema que había permitido la diseminación de la enfermedad. Por ello, el Golpe militar chileno, con el consecuente cierre de parlamento, disolución de los partidos políticos y la suspensión de las libertades fueron explicadas como medidas necesarias para purgar los elementos contaminantes que propiciaran la rehabilitación. Como expresara una revista de la época que retomaba el diagnóstico de los militares: “Se estima en la Junta que el cáncer que carcomió el cuerpo de Chile fue la politiquería que se tradujo en el abandono absoluto de la solidaridad. Extirpado ese tumor, se piensa, el enfermo se recuperará”, de allí que el bombardeo de La Moneda fuera explicado como una acción depurativa: “La primera etapa tuvo que ser una guerra relámpago y con todo el poder del fuego simbolizado en las destrucciones de La Moneda y Tomás Moro [...] Había que quemar sus raíces (de la UP) con el mínimo de vidas humanas y el máximo de vigor sicológico” (Ercilla, 1973a).
Este trabajo abordará, por una parte, las metáforas de la enfermedad esgrimidas por la dictadura cívico-militar chilena para explicar la imposición de un estado de excepción que justifica la represión a fin de “iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la patria del yugo marxista, y la restauración del orden y de la institucionalidad” (Bando 1, en Muñoz Lira, 2013). Por otra, menciona cómo los “operativos limpieza” (Errázuriz y Leiva 2013) tuvieron un rol propagandístico que ponía en escena tanto la intervención y depuración del cuerpo individual y social, como la del espacio público, presentándolo como un tratamiento terapéutico y beneficioso para el país y la ciudadanía. El análisis se centrará en las noticias y editoriales de los periódicos El Mercurio, La Tercera y la revista Ercilla, así como en sus fotografías, en tanto aportan con imágenes mentales y materiales a la configuración de un imaginario sobre el enemigo político. Esto en atención, como sostiene Balandier, a que “el gran actor político define lo real por medio de lo imaginario” (1994, 17). En efecto, el poder, no puede sostenerse únicamente a través de la represión, sino que busca “la dominación a través de signos y símbolos. Incluso la misma violencia tiende a manifestarse en forma cada vez más acentuada como violencia simbólica” (Pross, citado en Errázuriz y Leiva, 2013). La fotografía interesa en tanto imagen simbólica del proyecto refundacional del “nuevo Chile”, que a su vez es presentada como imagen objetiva de la realidad y prueba de las acusaciones que se le imputaban a la coalición allendista. No obstante, a juicio de Tagg lo real en la fotografía “no sólo es el elemento material, sino también el sistema discursivo del que también forma parte la imagen que contiene” (2005, 11).
El foco estará puesto en las estrategias comunicativas y de persuasión que buscaron darle legitimidad al proyecto dictatorial desde aquellos discursos biologicistas que funcionaron como propaganda y que apelaron a la deshumanización de las y los militantes de izquierda.
Se referirá a la juventud, en tanto principal destinatario de las políticas depurativas, pues era vista como el grupo más susceptible de ser “contaminado” con las ideas revolucionarias. Por ello se señalará brevemente el lugar del cuerpo y la juventud en el período de la UP, puesto que retomando el planteamiento de Porter (1996), se aborda el cuerpo desde sistemas culturales concretos. En ese sentido se entiende que tanto el proyecto de la UP como la dictadura, imprimen aspectos ideológicos en el soporte cuerpo –individual y colectivo–, inscribiéndoles la racionalización del poder en su relación biopolítica (Campos, 2015).
El cuerpo en vías de la revolución en Chile
Con el advenimiento de la década de los sesenta distintos proyectos en su vertiente revolucionaria fueron abrazados con entusiasmo por nuevos movimientos políticos copados principalmente por jóvenes que se distanciaban del adultocentrismo de otros partidos, así como de su vertiente “etapista” y “electoralista” (González, 2010). Este sector aparece en escena no sólo desde una identificación etaria, sino como nuevo actor social, cultural y político, enmarcado en el contexto de la Guerra Fría, la revolución cubana y los procesos de lucha anticolonial. Como sostuviera el propio Allende en su visita a la Universidad de Guadalajara, apelando a una ética juvenil-revolucionaria, “ser joven y no ser revolucionario e[ra] una contradicción hasta biológica”. Con todo, la frase fue enunciada en clave crítica, exponiendo más bien el lugar común de la díada juventud-revolución, explicitando que el desafío radicaba en ser revolucionario toda la vida (Moraga, 2006).
La nueva cultura juvenil irrumpe de la mano de la emergencia de nuevas estéticas visuales y acústicas, la exploración de nuevas sustancias, el uso de la píldora anticonceptiva y la liberación sexual cuyos efectos marcaron y definieron sus subjetividades y cuerpos. Si bien en el Chile de los sesenta y setenta hubo distintos modos de vivenciar la juventud y plegarse a la atmósfera revolucionaria y cultura de compromiso (Flores, 1973; Abarca y Forch, 1972), así como de relacionarse con el cuerpo, éste se instala como centro y objeto de experiencias, donde tanto el cuerpo individual como social se encuentra en vías de transformación. Por ello, aparece como objeto de debate antes desdeñado por la vieja tradición que supeditaba el estudio del cuerpo por el de las ideas (Porter, 1996).
En el Chile de la UP, como sostiene Illanes, “el cuerpo del pueblo se constituyó en una clave articuladora y hegemónica de la sociedad” (2005, 127). Por ello, la política económica, social y cultural se enfocó en brindar la subsistencia básica al cuerpo del pueblo, que se constituye en sujeto, a la vez que expresión y materialidad de una utopía emancipatoria, impregnada de sentido y moral colectiva (Ibíd. 2005, 128). Mientras el cuerpo social se hacía presente para reivindicar el derecho a la vivienda (Garcés 2011), la defensa del pan, la constitución del “poder popular” y la administración y organización de sus trabajos (Cofré, 2018; Winn, 2013), el cuerpo individual pugnaba por su lugar de enunciación desafiando los mandatos sexo-genéricos de la militancia, la subversión y la sexualidad (Vidaurrazaga 2012 y 2015; Vilches, 2021).
La emergencia de este cuerpo colectivo respondía a la voluntad transformadora de la vía chilena del socialismo –como fue denominado el proyecto por su carácter democrático, experiencia inédita en el mundo– para forjar la construcción del “hombre nuevo” (Álvarez, 2014). Vía chilena que abogaba por eliminar la dicotomía entre cuerpos explotados y explotadores, propiciando el trabajo mancomunado motivado por los deseos de justicia social y solidaridad (Pinto, 2005) que ensayaban nuevas formas de forjar tejido social. Este proyecto de cuerpo colectivo, politizado, reivindicativo, consciente de su potencial transformador queda desactivado violentamente con el Golpe de Estado.
La dictadura cívico militar que comenzó el 11 de septiembre con un horizonte refundador tuvo por objeto disgregar, fragmentar, disolver el cuerpo social, apelando a la individualización de los sujetos, castigando, reprimiendo y recluyendo los cuerpos, proponiendo su disciplinamiento y rehabilitación. Y cuando no, aplicando políticas de eliminación y desaparición. Para ello, apeló a las metáforas de la enfermedad y a la urgencia del saneamiento moral y social.
El cuerpo enfermo
Como sostiene Sontag, respecto a las metáforas de la enfermedad, “Decir de un fenómeno que es como un cáncer es incitar a la violencia”. Su simbolización está unida a una terminología de guerra, donde el tratamiento sabe a ejército. Las células cancerígenas invaden el cuerpo que, a su vez, es bombardeado por la quimioterapia y rayos tóxicos. Por ello, aunque “nunca es inocente el concepto de enfermedad [...] cuando se trata de cáncer se podría sostener que en sus metáforas va implícito todo un genocidio” (2013, 78 y 98).
Siguiendo a Sontag (2013) y Arendt (2006, 102-103), se sostiene que el uso deliberado y sistemático de las metáforas de la enfermedad usado por las dictaduras del cono sur, apelaban a la deshumanización de la otredad política. En efecto, su uso estuvo lejos de limitarse a la dictadura cívico-militar chilena. Un diagnóstico similar difundió la dictadura argentina. Al respecto Delich (1983) sostiene que, si el diagnóstico hubiese sido diferente, quizás también hubiesen sido distintas las soluciones. Para Iazzetta (2013) éste resultaba un relato didáctico para ofrecer a la ciudadanía, donde los centros de detención oficiaban como el pabellón quirúrgico en el que se aplicaría el tratamiento médico. Lo cierto es que existe un correlato entre el uso de las metáforas de la enfermedad y las políticas de desaparición.
En el caso de Chile, no es casual que el período de mayor represión política constituya a su vez el momento de mayor propaganda. La mención del militante y simpatizante de izquierda es realizada en términos de pura negatividad donde se le animaliza o refiere como el factor sucio y contaminante (Torres, 2008; Pardo, 2000; Munizaga, 1988). Respecto a su representación, las únicas imágenes disponibles son las fotografías de las armas que, por una parte, justifican la violencia de los operativos militares; y por otra, desacreditan el carácter legalista y constitucionalista de la vía chilena, argumentando con pruebas materiales la difundida idea del autogolpe de la UP –el Plan Z, que acabaría con las FF.AA., y los sectores “democráticos”– (Salinas, 2007; Stern, 2013; Muñoz Lira, 2013 y 2022). La propaganda tiene sus efectos en un contexto donde la prensa permitida es la oficialista. En efecto, paralela a la difusión del Plan Z y las metáforas de la enfermedad, se detiene, tortura, fusila y hace desaparecer a las personas señaladas como supuestas ejecutoras, artífices o cómplices.
El diagnóstico de Leigh sobre la necesidad de extirpar el cáncer marxista fue ampliamente difundido y retomado por otras autoridades. A pocos días Pinochet usaría la metáfora para explicar: “Cuando la patria se recupere, cuando salgamos del tumor maligno del marxismo y la gente vuelva a tener confianza en sí, este país recuperará todas sus libertades” (El Mercurio, 1973a). Pero también sectores de la sociedad civil, como el gremio de la construcción, adhirieron a este diagnóstico, anunciando su apoyo a “la patriótica acción de las FF.AA. y Carabineros de Chile, para extirpar definitivamente el cáncer marxista” (El Mercurio, 1973b).
Aunque resulta innegable el apoyo de un sector de la ciudadanía, de la derecha y de un mayoritario sector del Partido Demócrata Cristiano a los militares, los golpistas fueron interpelados sobre el tiempo de permanencia en el poder. La ocasión resultaba propicia para que Pinochet acudiera a la metáfora de la enfermedad, advirtiendo una permanencia de plazo indefinido, explicando que “cuando a un enfermo se le amputa el brazo, nunca es posible precisar el tiempo que se necesita para lograr la total mejoría” (El Mercurio, 1973c). O como posteriormente justificara, anunciando con ello un tratamiento de largo aliento, y equiparando la labor de los militares con la labor médica: “No podemos limitarnos a darle al paciente una inyección y después abandonarlo nuevamente. El resultado sería una recaída [...] La libertad de Chile será devuelta cuando este país esté completamente recuperado y el tumor maligno del marxismo sea removido” (El Mercurio, 1973d). La óptica de la actividad militar como los sanadores y responsables del tratamiento médico también fue ofrecida por el general Oscar Bonilla: “Nosotros estamos haciendo las veces de médico que se esfuerza por sanar al paciente, aunque ello resulte a veces poco agradable, y no para dejarlo permanentemente en cama” (La Tercera, 1973a). Una semana antes la frase de Bonilla “O nos destruían o los destruíamos” (La Tercera, 1973b) le había dado título a la portada del periódico. Palabras que fueron potenciadas con la prueba fotográfica de las armas. Fotografías problemáticas en un régimen de visibilización e invisibilización a la medida de la dictadura.
También los medios de comunicación hicieron símiles análisis. Como sostuviera una editorial: “Nunca ha sido agradable soportar el bisturí quirúrgico, pero todo el mundo se somete a él cuando quiere realmente sanar de un mal grave y profundo. Algo así tiene lugar entre nosotros en estos tiempos” (El Mercurio, 1973e). Un año más tarde se insiste en las metáforas de la enfermedad y la rehabilitación, argumentando que su aplicación era posible tanto a individuos como naciones: “Así como el cirujano abre, opera y amputa cuando un cáncer está matando al organismo y lo hace justamente para salvar al enfermo, así también procede actuar con los pueblos. Hay que intervenir drásticamente, so pena de ser culpables contemplativos de la agonía” (El Mercurio, 1974). La televisión fue aún más lejos, y comparando los dolores –o costos– a los que sería sometido el cuerpo social bajo el reordenamiento autoritario versus los experimentados durante el gobierno de la UP, comparó el dolor asociado a la UP con un dolor de muelas, la muela se podía extraer, pero el problema persistía. Por el contrario, el dolor asociado a las acciones de la dictadura cívico-militar era similar al dolor de un parto, igualmente doloroso, sin embargo, “la diferencia está en que de ese parto nacería un niño muy hermoso que es una patria nueva” (en Heynoswky et al, 1976).
Imagen 1. La Tercera, 15 de septiembre de 1973.Fuente: Biblioteca Nacional de Chile.
El diagnóstico de un organismo enfermo cuyo cuerpo debía ser intervenido, operado, amputado a fin de salvaguardar su vida, o de manera más precisa, sanarlo para que diera vida a algo nuevo: un nuevo país, una nueva patria, refleja los afanes refundacionales de la dictadura. En ese sentido la propaganda apuntó no sólo a normalizar la erradicación de “los elementos contaminantes” del espacio público y privado a través de los allanamientos, sino también a la difusión de nuevos (y saludables) sentidos y orientaciones que debían operar en el ámbito de lo privado. Con ello, se busca orientar el comportamiento, pero no únicamente a través de amenazas y sanciones, sino en su acepción productiva. Como señalara un documento oficial, se buscaba “una política cultural que tienda, en primer término y en su órbita de competencia, a extirpar de raíz y para siempre los focos de infección que se desarrollaron y puedan desarrollarse sobre el cuerpo moral de nuestra patria y en seguida, que sea efectiva como medio de eliminar los vicios de nuestra mentalidad y comportamiento (Junta de Gobierno, 1975, 37-38). La tarea propuesta apelaba a extirpar “el cáncer marxista” de las mentalidades.
El tratamiento
Siguiendo la tradición que relaciona lo feo y bello con categorías que exceden lo estético y que atienden más bien a criterios políticos y sociales (Eco, 2015), los militares vieron en la UP, no sólo un proyecto fracasado, sino también un gobierno sucio, donde sus obras constituían un legado que se alejaba de la belleza (Errázuriz y Leiva, 2013). En efecto, la Política Cultural denunciaba que “el marxismo [...] mediante su influencia en la literatura y el arte [había desvirtuado] los cánones clásicos e [impuesto] formas abstrusas contrarias al sentido de la belleza de la naturaleza humana” (Junta de Gobierno, 1975, 30).
Así como el lenguaje se propagó de la metáfora de la enfermedad, en vínculo con ella, apareció una terminología asociada a la limpieza, “remoción”, “depuración”, “higiene”, “medidas preventivas”, etc. De esta manera se ponían en escena acciones que tenían por objeto promover la rehabilitación, reconstrucción y restauración nacional con miras a embellecer, sanear, y moralizar. A tres días del Golpe, Hermam Brady, jefe de la Zona del Estado de Sitio, comunica una nueva disposición mandatada en el Bando N°6: “Con el fin de dar una mejor presentación a la ciudad y particularmente a los diferentes edificios de la administración pública, tanto en su aspecto estético externo, como interno y que vuelvan a ser reflejo de la manifestación tradicional de la cultura cívica del pueblo, [...] las autoridades respectivas y la ciudadanía [deberán] colabor[ar] para retirar todo tipo de propaganda política, tales como telones, lienzos, carteles, afiches, etc., y [así] devolverle a la ciudad y sus edificios y oficinas la sobriedad, prestancia y limpieza que deben presentar a la faz de la ciudadanía” (La Tercera, 1973c). Del bando se infieren tres cosas, por una parte, la labor de limpieza en los inmuebles respondía a la necesidad de rehabilitar en el plano estético-simbólico la ciudad. Como establecía el comunicado, había una pérdida que restaurar. Por otra parte, el espacio-ciudad donde habitaba y transitaba la ciudadanía debía ser un espacio modelo para ser constituido por una ciudadanía modélica. Por último, a través de este tipo de disposiciones se ensalzan valores como la pulcritud y limpieza, enunciados como símbolos de la restauración del orden y la moral que traían los militares.
Posterior a la difusión del bando una editorial de El Mercurio elogiaba la idea de mejorar “la imagen de limpieza y orden que en el pasado h[abía] t[enido] la capital de la República” responsabilizando a la UP de la “fealdad deprimente que aquejaba a la metrópoli por obra de negligencia e incapacidad” afirmando que “Ahora prevalecerá el buen criterio” (1973f). Este tipo de noticias en las que se menciona el desaseo generalizado, la suciedad y la fealdad como símbolos de la UP se vuelven un lugar común. Una suciedad que no sólo refiere al plano material, sino sobre todo al plano ético de sus gobernantes y que, por lo tanto, justificaba una rehabilitación de largo aliento. Por ello la noticia agregaba: “La tarea rehabilitadora [...] será larga y onerosa. Pero es preciso llevarla a cabo tanto por el prestigio de Santiago, como urbe civilizada, sino también por la elemental prevención sanitaria. La experiencia mundial certifica que al predominar el abandono y el desaseo encuentran terreno propicio para florecer diversos tipos de enfermedades” (1973f). Es decir, las medidas preventivas constituirían una labor higiénica que alejaría tanto las enfermedades del cuerpo individual como social.
Los operativos limpieza
En una primera lectura la operación limpieza es posible de rastrearla desde sus aspectos materiales: intervención del espacio público, borrado de consignas políticas, murales y panfletos, quema de libros; desmantelamiento del aparato cultural estatal y otras expresiones afines a la UP; despido y exoneración de trabajadores, e intervención del espacio privado para suprimir y reprimir toda reminiscencia estética/cultural del proyecto derrocado. No obstante, su presencia mediatizada se enfoca en determinados aspectos, siendo comunicada como una acción beneficiosa para la ciudadanía, a la que se le invita a participar en el remozamiento de muros y en las actividades propias del proyecto restaurador. Una de ellas comunicaba: “Como si los chilenos quisieran dejar atrás una época de deterioro moral material, grupos de entusiastas jóvenes han salido a las calles armados de pinturas y brochas” (El Mercurio, 1973g).
Una segunda lectura, y en vínculo con los allanamientos, muestra su funcionamiento como una operación que devela el verdadero rostro del gobierno derrocado, informando sobre los objetos encontrados en estos operativos: armas, mobiliario de lujo, alimentos e insumos que debido al desabastecimiento eran escasos. Como acusaba La Tercera, informando del robo de dinero: “lo emplearon para hacerse ricos [...] pagar sumas cuantiosas a terroristas y extremistas [...] se gastaban los dineros de todo el país en acciones políticas, terroristas, privadas y de orgías [...] sabían llevar una vida faraónica. Para sus momentos de recreación disponían de casi 100 mujeres que estaban contratadas como secretarias” (1973d). El objetivo es desacreditar el proyecto de la UP, a Allende y a los militantes de izquierda de dentro y fuera de la coalición. Corporalidades rebeldes en lo sexual y político.
No obstante, estos operativos también tienen una tercera acepción, menos explícita o sistemática, pero difundida con persistencia en distintas noticias en la que se promueve y normaliza la erradicación del supuesto enemigo. El 13 de septiembre, en la primera publicación autorizada por la oficina de censura, El Mercurio, refiriéndose a los acontecimientos del 11 describió: “Posteriormente a la caída de La Moneda, las Fuerzas Armadas mantuvieron tiroteos con francotiradores apostados en el sector céntrico, fábricas y suburbios. Las operaciones de limpieza proseguían hasta ayer en la tarde” (1973g). Un mes más tarde el mismo medio afirmaba que en Valparaíso la opinión pública adhería a la idea de que “las autoridades militares debían estar al frente de la nación por un largo tiempo, hasta limpiar este país de extremistas y marxistas” (Ibíd. 1973h). En ese sentido hay un vínculo entre la difusión del Plan Z –el plan del supuesto autogolpe– y los operativos limpieza que legitiman los allanamientos y la violencia empleada en ellos, pues los primeros meses se satura con las fotografías de armas, presentadas como documento objetivo y no mediado. El epígrafe explicativo se encarga de garantizar una lectura unívoca que deshumaniza al opositor político significándolo como el “terrorista” o “asesino”. De allí que los allanamientos y estos operativos fueran descritos como un “aporte para la limpieza de la zona, de elementos que se preparaban para la siembra del odio, caos y muerte” (El Mercurio, 1973i).
Imagen 2. El Mercurio, 21 de septiembre de 1973.
Fuente: Biblioteca Nacional de Chile.
Las noticias propagandísticas que visibilizan y representan lo “positivo” de las labores reconstructivas, ofrecen a su vez elementos que enuncian la supuesta masacre interrumpida por las FF.AA. reforzando el mito de la salvación. Una página de El Mercurio que resulta ejemplificadora en este sentido incluyó la fotografía de unos sujetos limpiando muros. Con ella se sostiene la idea de una ciudadanía que, por miedo, por instinto de supervivencia o por real adhesión se sumaba al proyecto de reconstrucción, donde los discursos de orden y moralidad comienzan a ser transferidos del poder a la ciudadanía, teniendo un impacto en sus estéticas individuales y la de sus ciudades. Se informa que la acción se desarrolla en Punta Arenas, enfatizando que estos operativos se realizan en todo el país. Precisando quiénes participan en la acción, se comunicaba “Tanto los propios vecinos de esta ciudad como los obreros municipales han proseguido una minuciosa limpieza de muros y aceras, convertidas hasta hace poco en pizarrones para la propaganda extremista. Hay satisfacción en toda la zona por el retorno a la normalidad, al aseo y la moralidad en las funciones públicas” (El Mercurio, 1973j). Pero para magnificar la potencia de la labor “reconstructora” la noticia recordó la casi destrucción total. Junto a la fotografía de las personas que limpiaban los muros, las noticias aledañas recordaban, o bien, las armas encontradas: “Nuevo arsenal bélico descubren en Temuco”, o el fin para el que éstas hubiesen sido utilizadas: “Plan marxista debía arrasar con Biobío”.
El cuerpo disciplinado
En la conmemoración del primer mes de la así llamada “liberación nacional” Pinochet recordó que “el sentido del deber y una mística en torno al trabajo de cada cual deben convertirse en normas esenciales de la reconstrucción espiritual en el país. El orden, la limpieza material de nuestras ciudades y la disciplina de nuestros actos serán el reflejo de la depuración moral de la patria” (Pinochet, 1974). De las palabras se desprende la idea de un sentido de deber que se expande a los quehaceres públicos y privados, pues la mística del trabajo excede el ámbito de lo laboral. Se debe ser un buen trabajador/trabajadora, estudiante, madre y esposa; en suma, parte de una ciudadanía comprometida con la patria y la reconstrucción nacional. El orden y la limpieza de las ciudades, como había manifestado Pinochet, serían una suerte de espejo de una ciudadanía ordenada, disciplinada, sana y limpia, obteniendo por efecto un Chile depurado de la anarquía, improductividad, vicio o suciedad.
Siguiendo las palabras de Pinochet, a pocos meses del Golpe en la prensa se percibe un ánimo optimista y celebratorio, producto de un cambio de mentalidad y hábitos. La Tercera escribía: “el ausentismo laboral ha desaparecido. La disciplina laboral que ya no existía, ha aparecido fortalecida y con nuevos bríos”. (La Tercera, 1974). No sólo en la ciudad estaban ocurriendo estas transformaciones, también en el campo se percibía “una laboriosidad desconocida antes –producto de la clara conciencia de sus responsabilidades– [como] se advierte hoy entre los trabajadores de Neltume. A partir del 11 una mentalidad reina en esta localidad” (El Mercurio, 1973k). Lo mismo ocurre con espacios antes politizados, como las poblaciones marginalizadas, de las que se sostenía que “el sectarismo fue reemplazado por el trabajo” (La Tercera, 1973e). Pero la disciplina también se había instalado en otros ámbitos de la vida, resaltando mejorías en seguridad, salubridad y bienestar. Como describía una noticia: “La merma, aunque no la desaparición del hampa es una de las tareas más positivas de nuestras autoridades” (La Tercera, 1973f).
Contrastando el pasado de la UP y el presente dictatorial, un libro propagandístico se encargó de mostrar lo beneficioso del paisaje desmarxistizado usando fotografías que mostraban dicotómicamente un Chile de caos versus un presente de orden y pulcritud. Se acusaba que durante la UP los estudiantes y trabajadores se habían politizado, dejando de lado sus responsabilidades en la producción de conocimiento y la economía; en el presente dictatorial, en cambio, estaban abocados a las actividades que les eran propias. Por ello el texto explicativo resumía que en el “Ayer. Los “trabajadores” trabajaban en las manifestaciones. Hoy. Los trabajadores trabajan para vivir dignamente y reconstruir Chile.” Otro ejemplo referido al alumnado sostenía: “Ayer. Los estudiantes no estudiaban eran “vagos” portadores de banderas y gritos de politiqueros que los azuzaban. Hoy. Los estudiantes estudian” (Chile Ayer Hoy, 1975).
Imagen 3. Chile Ayer Hoy, 1975.
Fuente: Biblioteca Nacional de Chile.
Retomando la idea de una ciudad higienizada, en tanto modelo de ciudadanos rehabilitados, se promoverá una estética individual acorde a la sociedad disciplinada, donde los valores del mundo militar se sitúan como ejemplares. Las normativas respecto a la estética escolar abarcaron no sólo el uso de uniforme, sino que se extendieron a otros aspectos. Coherentes con una homogeneización del cuerpo y su apariencia se definen los peinados posibles, se prohíbe el uso de determinados accesorios y se delimita el largo de faldas. Cuando se difunde la regulación sobre el largo del uniforme para las alumnas, la noticia incluye una fotografía de tres estudiantes donde se señala que sólo una de ellas “se aproximaría a lo que quieren los personeros educacionales”. De modo que el periódico también se convierte en una suerte de vigilante: no sólo difunde las normativas, sino que denuncia a quienes no cumplen con ellas. Lo mismo ocurre con la disposición que indica “un rostro limpio de maquillaje [...], nada de adornos colgando al cuello y la prohibición de usar zuecos” (El Mercurio, 1973l). La fotografía de la nota acusaba que “Según las normas de presentación personal impartidas por la Dirección de Educación Secundaria, todas las alumnas que aparecen en el grabado (con excepción de la que porta un bolso de cuero) han incurrido en la falta de usar bolsas tejidas a mano o de artesanía”.
También ocurren intentos por disciplinar las estéticas asociadas a la esfera laboral. Una revista describía que se estaba viviendo “La era de la corbata”. Las causas: nuevas disposiciones en instituciones públicas la incluían en la “tenida obligatoria” (Ercilla, 1973b).
Otra noticia relataba los cambios en la “moda” juvenil, como si fuese una tendencia natural y no producto del contexto dictatorial represivo que sospechaba de aquellas estéticas asociadas a la juventud revolucionaria, hippie, o disidente de la militar. Ella describía: “Estudiantes y jóvenes trabajadores han acudido como de común acuerdo a cortar sus cabelleras demasiado frondosas, en Magallanes. Una nueva “onda” se impone rápidamente entre la juventud: el pelo corto y bien aseado. Las peluquerías locales deben enfrentar largas colas para atender a quienes quieren ser los primeros en exteriorizar, en sus propias personas, el espíritu viril y renovador que recorre la República” (En Errázuriz y Leiva, 2013, 24). No obstante, esta nueva moda, de acuerdo a otra noticia, parecía responder a razones distintas que a las nuevas tendencias, pues advertía: “Más de cien alumnos del Colegio Integrado Central de Talca fueron enviados a sus casas por concurrir a clases con el pelo excesivamente largo” (El Mercurio, 1973m). En efecto, agregaba La Tercera (1973g), constituía parte de la operación limpieza en la que los militares estaban imponiendo el pelo corto y patillas: “De la medida que ha sido acatada por miles de jóvenes se desprende un objetivo inmediato: extender la “operación limpieza” a los excesos capilares de un sector y evitar que el pelo largo y los pantalones “unisex” faciliten el desplazamiento de extremistas confundidos entre muchachos estudiantes. Ello ha llevado también a iniciar una campaña pública para que las damas se abstengan temporalmente de usar pantalones. [...] Los soldados de patrullaje, ante la presencia del primer pelucón lo obligan a identificarse y sólo entregan el carnet de identidad, si el requerido se corta el pelo y las patillas”.
Pese a que al día siguiente el periódico salió a desmentir que las jóvenes no podrían usar pantalón, sosteniendo que “mal podía haber resoluciones sobre materias tan baladíes, que no tienen ninguna relación con el trascendente trabajo que el nuevo gobierno realiza para beneficio del país”, volvió a definir el corte de pelo como parte de los operativos limpieza y un gesto de colaboración ciudadana: “Cientos de muchachos cooperando con la disciplina militar, según indicaron con un poco de nostalgia, decidieron desprenderse del pelo que los acompañó durante mucho tiempo [...] Las primeras en desaparecer fueron las barbas, aunque el toque de queda impidió ver la operación limpieza realizada en algunos rostros que permanecieron ocultos por años; el fenómeno ya se hace notar en las calles. Los barbudos se cuentan con los dedos de la mano, sobreviviendo sólo algunos porfiados bigotes. Aunque oficialmente según afirmaron las autoridades militares, no se ha emitido un bando al respecto, “el señor rumor” tan activo en estos días corrió la voz de que por orden del Gobierno debían cortarse todas las largas cabelleras masculinas” (La Tercera 1973h).
Conclusiones
Siguiendo a González-Stephan (1999) se adhiere a la premisa que “La historia inscribe sus marcas en el cuerpo de los hombres y las mujeres; donde el acontecer materializa en él la historia social”. El cuerpo de los sesenta y setenta era un cuerpo en vías de transformación, exploración, y en muchos casos, de liberación. Cuerpo individual asociado a la atmósfera revolucionaria, o al menos a una cultura contestaria que cuestionaba la autoridad y los mandatos sexo genéricos. Cuerpo colectivo que creía en la potencia transformadora del trabajo mancomunado y reivindicativo. El proyecto autoritario tradujo la emergencia de ese cuerpo individual y colectivo, como una deriva del sistema demoliberal. De allí el diagnóstico de la enfermedad y la urgencia de una rehabilitación.
La metáfora de la enfermedad fue usada a la medida de la política propagandística que buscaba a través de las noticias que “el gobierno militar [...] volv[iese] a emerger ante las mentes ciudadanas como única solución ante el problema llamado marxismo (JUNTA MILITAR = FACTOR TERAPÉUTICO = BIENESTAR = SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS = PATRIA)” (Secretaría General de Gobierno, 1973). Resultó crucial y de fácil comprensión, por una parte, porque establecía la diferencia entre un cuerpo patológico y uno sano; un cuerpo débil que no podía combatir por sí solo la enfermedad, sino que requería una intervención para su propia supervivencia y bienestar. De allí que los militares fungieran como los médicos, y el cuerpo social e individual, como el organismo enfermo a intervenir. Uno como agente activo, encargado de diseñar el tratamiento y la fórmula, y el otro desde su rol pasivo-paciente, sometido a la rehabilitación.
Como en una enfermedad, los “elementos contaminantes” fueron expulsados del centro urbano y recluidos a espacios periféricos o inhabitables, como Isla Dawson, Pisagua y Chacarillas. Algunos fueron fusilados, otros desaparecidos. Pero lo que informó la prensa sistemáticamente fue de la transformación estético-simbólica de la ciudad, sus espacios vitales y la ciudadanía. Un tránsito que fue significado desde lo feo/vicioso/sucio a lo depurado/higienizado/restaurador. En el caso de la ciudad se tradujo en muros blanqueados y fachadas remozadas; en las estéticas corporales se hace visible desde una concepción conservadora sobre lo masculino/femenino, y para el caso de los varones, una estética de inspiración militar. Ello impactando principalmente a la juventud, en tanto imagen simbólica del proyecto refundacional y renovador (Muñoz, 2013).
Si bien el lenguaje fue crucial, también lo fueron las representaciones visuales y en particular los efectos que la fotografía produjo desde su discurso de “verdad”. Pues auxiliada por los epígrafes explicativos, denominó a la otredad política como el enemigo y asesino, el traidor de la patria. En ese sentido las operaciones limpieza, con la narrativa de suciedad para señalar el período allendista v/s la narrativa de orden, pulcritud y disciplina para denominar y representar el período dictatorial traduce a través de visualidades concretas en el paisaje urbano, cuerpo individual y social las marcas del nuevo orden y su proyecto autoritario, argumentando y mostrando a la Junta Militar como el factor terapéutico que venía a subsanar el problema del marxismo, entendido como la raíz de la enfermedad.
Agradecimientos
Este trabajo es fruto de las reflexiones de mi tesis doctoral “Fotografía y propaganda en la dictadura cívico-militar chilena 1973-1980. Estrategias visuales para reorientar la memoria”. Agradezco a Conicyt-DAAD por el soporte económico para la realización de mis estudios y a Stefan Rinke por haber guiado el trabajo.
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