ARTÍCULO ORIGINAL
Las teorías de las emociones y su relación con la cognición: Un análisis desde la filosofía de la mente
(Emotion theories and its relation with cognition: An analysis from philosphy of mind)
Andrea F. Melamed*
* Universidad de Buenos Aires - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Avda. Santa Fe 3146 - CP 1425 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina. Correo Electrónico: afmelamed@gmail.com
RESUMEN
Este trabajo aborda la discusión en torno a la caracterización de las emociones que mantienen las denominadas “corriente cognitiva” y “corriente perceptiva”. Éstas han sido canónicamente concebidas como modos incompatibles de dar cuenta del mismo fenómeno: las emociones básicas. En este trabajo me propongo examinar el desacuerdo que mantienen estos enfoques antagónicos, buscando precisar el alcance de ese desacuerdo, y elucidar los conceptos claves sobre los que se erige la discusión. El artículo reviste la estrucura que se detalla a continuación. Se presentan en primer lugar cada una de las posiciones en cuestión. Para ello son consideradas propuestas provenientes tanto de la filosofía como de la psicología: las de R. Solomon y R. Lazarus (perspectiva cognitiva) y las de W. James y R. Zajonc (perspectiva perceptiva). En esta sección (Los enfoques en disputa) se buscará ofrecer una reconstrucción conceptual de cada una de las posiciones, estableciendo las tesis fundamentales de cada una de ellas, para ser examinadas en profundidad en la sección siguiente (Cognición y percepción) con objeto de mostrar que el desacuerdo mismo y las dificultades que de él emergen para brindar una adecuada caracterización del fenómeno, pueden ser superados o al menos, deben ser reconceptualizados. En ese sentido, brindaré dos modos en que esta reconceptualización puede darse: en un sentido disolutorio, al mostrar que la discrepancia entre las dos perspectivas queda fundada sobre falsas dicotomías, convirtiendo la discusión en un desacuerdo de corte terminológico. En segundo lugar, esbozaré un modo de resolución en sentido propio de la mano de la consideración de los enfoques duales (El significado de “emoción”: ¿hay emociones inconscientes?).
Palabras Clave: Cognición; Emoción; Filosofía de la mente; Sensación; Teoría de las emociones; Valoración.
ABSTRACT
This work deals with the discussion about the characterization of the emotions that maintain the so called "cognitive current" and "perceptive current". These have been canonically conceived as incompatible ways of accounting for the same phenomenon: the basic emotions. In this paper I intend to examine the disagreement between these opposing approaches, seeking to clarify the scope of this disagreement, and to elucidate the key concepts on this discussion. The article reviews the structure that is detailed below. Each of the positions in question is presented first. To this end, both philosophy and psychology have been considered: R. Solomon and R. Lazarus (cognitive perspective) and W. James and R. Zajonc (perceptive perspective). In this section (The approaches in dispute) I will try to offer a conceptual reconstruction of each of the positions, establishing the fundamental theses of each of them, to be examined in depth in the next section (Cognition and perception) in order to show that the disagreement itself and the difficulties that emerge from it, to provide an adequate characterization of the phenomenon, that can be overcome or at least, must be reconceptualized. In this sense, I will offer two ways in which this reconceptualization can be given: in a dissolute sense, by showing that the discrepancy between the two perspectives are based on false dichotomies, turning the discussion into a terminological disagreement. Second, I will outline a mode of resolution in the proper sense along with consideration. (The meaning of "emotion": are there unconscious emotions?)
Key Words: Appraisal; Cognition; Emotion; Emotion Theory; Feeling; Philosophy of mind.
INTRODUCCIÓN
En los últimos 30 años, mucho se ha escrito en torno a las emociones, a su naturaleza, su función, su historia filogenética. Entre ellas, la cuestión de la relación de las emociones con la cognición ha dominado gran parte del debate, dando lugar a dos versiones del fenómeno. Como resultado, la escena actual exhibe dos grandes enfoques o modos de aproximación al fenómeno, que presentándose como incompatibles buscan ambos dar cuenta de qué son y cómo funcionan las emociones. Por ejemplo, Morris (2002) recoge el debate en términos de teorías cognitivas y aproximaciones periféricas, mientras que Charland (1997) la presenta en términos de teorías cognitivas y teorías perceptivas, e Izard (1986) lo hace en términos de teorías cognitivas y teorías dinámicas. Esta disputa incluye tanto una tipificación de modos de abordaje de las preguntas acerca de las emociones, como la defensa explícita de alguno de estos modos por parte de los autores que pretenden brindar caracterizaciones de las emociones. De este modo, en la literatura filosófica y psicológica sobre emociones encontramos presentaciones que toman como un hecho la existencia de estos dos enfoques que, siendo incompatibles, buscan dar cuenta del mismo fenómeno.
El trabajo se articula en dos partes, la primera de ellas apunta a revisar el status del desacuerdo que presuntamente mantienen los enfoques cognitivo y perceptivo, y con ello a esclarecer el sentido real de tal división entre dos enfoques. El examen de las posiciones (tanto cognitivas como perceptivas) inevitablemente obliga a efectuar cierto recorte, pues una revisión completa de todos los autores que han ofrecido aportes resulta imposible, más aun a los efectos de este trabajo. No obstante, puesto que la elección de ciertos autores (de los cuales sí ofreceré un análisis pormenorizado) en definitiva persigue fines más bien ejemplares, nos será igualmente posible presentar lo que considero serían las tesis fundamentales de la corriente. En particular, la selección resultante obedeció a la intención de ofrecer una presentación de cada perspectiva que fuera variada, pero a la vez no resultara redundante. De modo que a efectos de caracterizar la ‘corriente perceptiva’ presentaré en primer lugar la posición de William James, famosa tanto por el carácter fundacional a la vez que revolucionario de su propuesta como por su audacia teórica. Además, expondré brevemente la posición de Robert Zajonc, está guiada por descubrimientos provenientes de la experimentación en psicología empírica. Con respecto a la ‘corriente cognitiva’, también presentaré dos aproximaciones, una proveniente del ámbito de la filosofía, en la cual Robert C. Solomon reflexiona sobre la tradición que relegó a las emociones al terreno de la pasividad, procurando restituir con su análisis, el carácter racional que las emociones nunca debieron perder; la otra, proveniente del campo de la psicología, la propuesta de Richard Lazarus.
En la segunda parte del trabajo ("Cognición y Percepción" y "El significado de “emoción”: ¿hay emociones inconscientes?") consideraré los enfoques en su conjunto, buscando ofrecer una caracterización más precisa de los aspectos sobre los cuales se erige el desacuerdo. Para ello, revisaré una serie de dicotomías como alternativas sobre base de las cuales esta discrepancia haya surgido y pueda ser reconstruida. Así, mostraré que, en primer lugar, los conceptos que se postulan para caracterizar cada uno de los enfoques tienen aplicaciones muy heterogéneas, que dan lugar a nociones extremadamente amplias e imprecisas. De este modo, siendo que para cada concepto clave (percepción, cognición, valoración etc.) existe un sentido que satisface los requerimientos de ambos enfoques, hay un sentido en el cual el desacuerdo quedaría salvado ("Cognición y Percepción"). Reservo para el último apartado (El significado de “emoción”: ¿hay emociones inconscientes?) la consideración de un modo alternativo de abordaje del conflicto, aquella que supone la distinción entre dos tipos o clases de procesamiento emocional, distinción que permite dar cuenta de las especificidades de cada enfoque, satisfaciendo las demandas concretas de cada uno de ellos, salvaguardando su distinción, y manteniendo el carácter unitario del fenómeno.
LOS ENFOQUES EN DISPUTA
LA CORRIENTE PERCEPTIVA
La teoría de la sensación (1): la audacia de William James
Como tantos otros casos de codescubrimiento científico, la denominada “teoría de la sensación” fue propuesta por dos pensadores de modo independiente: William James (1884) y Carl G. Lange (1885). La propuesta atrajo especial atención en el ámbito científico y académico, puesto que sugería que era erróneo el modo habitual en que las emociones eran concebidas en ese momento (2). Este modo tradicional o estándar concebía a la emoción como el resultado de una percepción, y la causa de la expresión física. Es decir, de acuerdo con ésta, la percepción de un objeto o evento despertaba un estado emocional, que a su vez, generaba una manifestación a través de cambios corporales. La estructura de las emociones, de acuerdo con la comprensión común de la época, puede ser representada por el siguiente esquema:
James se propone argumentar contra este modo de concebir las emociones, y afirma:
“Mi tesis es que los cambios corporales siguen directamente la percepción del hecho, y que nuestra sensación [feeling] de esos mismos cambios mientras ocurren ES la emoción” (James, 1884, p. 189-190; énfasis del autor).
Es decir, el sentido común dicta que, si enfrentamos un peligro, entonces tenemos miedo y (luego o por ello) huimos. La sugerencia de James apunta a invertir la secuencia anterior, sin dejar fuera a ninguna de las variables que intervenían. Según ésta: “un estado mental no es inducido inmediatamente por el otro, las manifestaciones corporales deben interponerse”. De modo que lo correcto sería decir que, ante la amenaza de peligro, los cambios corporales surgen de modo inmediato, y es la percepción de tales cambios fisiológicos y conductuales la razón por la que sentimos miedo: “… nos sentimos tristes porque lloramos, furiosos porque golpeamos, o asustados porque temblamos; no es que lloremos, golpeemos o temblemos porque estemos tristes, furiosos o asustados, como cabría esperar” (1884, p. 190). La modificación que realiza sobre la concepción clásica o estándar queda representada en la Figura 2.
Figura 2.
De esta concepción de las emociones como sensación, merecen ser destacadas dos cuestiones que serán centrales para la discusión que sigue.
i) La centralidad de la sensación: El rol que la sensaciónrecibe en este esquema es clave, al extremo de que la emoción es ni más ni menos que esa sensación, causada directamente por la respuesta fisiológica desencadenada luego de la percepción del objeto. Ahora bien, ésta es una sensaciónde algo: de los cambios corporales. De modo que el núcleo de una emoción está compuesto de un conjunto exclusivo (único) de cambios corporales, que son a su vez “sentidos” [felt] o de los que tenemos una sensación. Lo que resulta doblemente importante, en primer lugar, porque esa univocidad en la conjunción de cambios corporales será lo que explique la variedad de tipos emocionales, i.e. a cada conjunto de cambios corporales, seguidos de la sensación, le corresponde (produce) un tipo emocional distintivo. En segundo lugar porque como dijera James “sin los cambios corporales que siguen a la percepción [del objeto], la última sería puramente cognitiva en forma, pálida, sosa, desprovista de la calidez emocional”. En efecto, James mantiene que tales cambios corporales son siempre sentidos [felt] en el momento en que tienen lugar: “las emociones disociadas de la sensacióncorporal son inconcebibles” (James, 1890, p. 745). Todo lo expuesto queda exquisitamente resumido en el siguiente párrafo:
“Si imaginamos una fuerte emoción, y luego tratamos de abstraer de nuestra conciencia de ella todos las sensaciones[feelings] de sus síntomas corporales característicos, hallaremos que no nos quedó nada, ninguna «substancia mental» de la cual pueda ser constituida la emoción; todo lo que nos queda es un estado frío y neutro de percepción intelectual” (James, 1884, p. 193).
Es decir, sin los cambios corporales que siguen la percepción de un evento, si tuviéramos un encuentro peligroso, podríamos juzgar que lo mejor es huir, pero en rigor, no sentiríamos miedo.
ii) La inmediatez de la emoción: Las emociones, definidas como la sensación de los cambios corporales, no están constreñidas por ningún tipo de mediador o disparador de corte cognitivo. Esta equiparación entre emoción y sensaciónvisceral ha motivado la exigencia de un subconjunto de cambios corporales marcadamente distinto para cada emoción distinguible, exigencia que, como veremos a continuación, se convirtió en una sólida réplica a la teoría.
Las preferencias no necesitan inferencias: R. B. Zajonc
Un siglo más tarde, Zajonc (1980) pone en tela de juicio la aproximación dominante de su época que sostiene que todas las reacciones afectivas son consecuencia de un proceso cognitivo previo (3). Como consecuencia, consigue socavar una implicancia directa de esa concepción: la idea de que conocer (categorizar) un objeto sea condición de posibilidad para poder ser afectado por él.
El recorrido que realiza para arribar a la conclusión de que existen (como mínimo, algunas) emociones independientes de la cognición, surge del examen de un tipo particular de emoción: el implicado en las preferencias. Es decir, es a partir del estudio pormenorizado de las preferencias, que sostiene “que es enteramente posible que el primer estadio de la reacción de un sujeto ante un estímulo sea afectivo” (Zajonc, 1980, p. 154). Su defensa se articula a partir de la presentación de un conjunto de experimentos destinados a mostrar que las preferencias no se producen como consecuencia de la categorización de los objetos (sino, dirá él, todo lo contrario). En particular, el fenómeno denominado “efecto de mera exposición” muestra cómo los sujetos que han sido expuestos a determinadas figuras, como ser ideogramas chinos, tienden a preferir los previamente expuestos sobre los nuevos, mostrando que la mera exposición es suficiente para crear preferencias. Estos resultados son reforzados con una segunda serie de experimentos, donde la exposición a los estímulos es subliminal. En la última, a pesar de que los sujetos no eran capaces de reportar cuáles objetos habían sido previamente observados, el efecto de mera exposición se mantuvo (4).
Es a partir de estos resultados, que Zajonc considera refutada la tesis general de que debemos conocer un objeto para poder establecer si nos agrada o no: “es posible que algo nos pueda agradar, o que le podamos temer a algo, antes de que conozcamos con precisión qué es y quizás incluso sin conocer qué es” (1980, p. 154). En pocas palabras, según la perspectiva afectiva que defiende Zajonc:
“Compramos los autos que nos “gustan”, elegimos los empleos y las casas que encontramos “atractivas”, y luego justificamos esas elecciones por varias razones que parezcan convincentes a otros, que nos preguntarán “¿Por qué ese auto?” o “¿Por qué esa casa”?. Nosotros no necesitamos convencernos. Nosotros sabemos qué queremos”. (Zajonc, 1980, p. 155, énfasis del autor.)
La caracterización de las reacciones afectivas (en oposición a las cogniciones frías) se completa con los siguientes rasgos: son ineludibles (no pueden ser controladas voluntariamente por procesos atencionales), irrevocables (una vez formadas, no cesan), inmediatas, imprecisas, difíciles de verbalizar, no obstante fáciles de comunicar y comprender.
En síntesis, podemos decir que, al menos respecto a este conjunto de emociones, las reacciones afectivas (específicamente las implicadas en las preferencias) tienen primacía y son independientes de la cognición, es decir, pueden existir antes e inclusive sin cognición mediante. Este punto es fundamental y merece ser destacado: Zajonc no pretende con esto dar por demostrado que todos los tipos de emociones sean de esta clase. Por el contrario, procura que las emociones (en particular las reacciones afectivas) se vean salvadas del error análogo que cometen los teóricos cognitivos, que del hecho de que la cognición pueda dar lugar por sí misma a estados emocionales, pretenden concluir que el componente cognitivo es un componente necesario para toda clase de emoción. En particular, Zajonc destaca que si por definición se pretende que las afecciones tengan una evaluación cognitiva como precondición necesaria, es menester descubrir de qué modo entraría la cognición para cada uno de estos fenómenos. Si uno se empeña en postular precursores cognitivos para todas las emociones “uno está forzado a admitir la reducción de la cognición a procesos tan mínimos como los disparos de las células retinales. Por tanto, si aceptamos la posición [cognitiva] de Lazarus, todas las distinciones entre percepción, cognición y sensación, desaparecen” (1984, p. 121)
El balance de la propuesta de Zajonc es haber encontrado un resquicio donde situar a las emociones que carecen de elementos cognitivos que funcionen como mediadores o les den forma. Al tiempo que reconoce que lo anterior es absolutamente compatible con la tesis de que existen otros tipos de emociones que son alcanzadas sólo a través de juicios evaluativos.
Presentación general del enfoque perceptivo
Podemos concluir que la perspectiva perceptiva se caracteriza por defender la siguiente tesis fundamental, ilustrada en el diagrama de la Figura 3.
Tesis fundamental del enfoque perceptivo:
Las emociones son sensacionesde cambios corporales que se siguen a partir del contacto con ciertos tipos de estímulos.
Figura 3. Representación de la tesis fundamental del enfoque perceptivo. La línea punteada simboliza la relación no necesaria entre el estado emocional y la conciencia reflexiva de aquel (o en términos de Prinz (2005), entre la percepción –que puede ser inconsciente– de la emoción y la sensación [feeling] –consciente por definición– de la emoción).
LA CORRIENTE COGNITIVA
Resulta notable el vínculo que guarda este modo específico de concebir las emociones con el surgimiento de la tradición cognitiva en psicología, fundamentalmente guiada por la reacción contra la ortodoxia conductista (Bearison & Zimiles 1986, Cap. 1). Asimismo, Solomon (2003a, prefacio) subraya su interés por combatir el ‘antiguo prejuicio’ de que las emociones simplemente nos suceden, y de que está absolutamente fuera de nuestro alcance controlarlas, dando por tierra la tradicional rivalidad entre la racionalidad y las emociones. Siendo éstas algunas de las motivaciones, pasemos a considerar cómo se ven plasmadas en las versiones cognitivistas de las emociones del filósofo R. Solomon y el psicólogo R. Lazarus.
La racionalidad de las emociones: Robert C. Solomon
La tesis más fuerte de Solomon es que las emociones son juicios normativos y frecuentemente morales. Estar enfadada con Juan porque tomó mi auto, implica que yo creo que de algún modo Juan me ha ofendido, lo cual es independiente del hecho de que Juan efectivamente me haya ofendido, o incluso de que haya tomado mi auto.
“El juicio (moral) involucrado por mi cólera no es un juicio acerca de mi cólera (aunque alguien más pueda juzgar si mi enojo es justificado o injustificado, racional, prudente, tonto, indulgente, terapéutico, beneficioso, desafortunado, patológico o gracioso). Mi cólera es ese juicio” (Solomon, 1973, p. 8. Énfasis del autor).
En otras palabras, tener una emoción es realizar un juicio normativo acerca de la situación presente, pero el objeto de una emoción no puede ser simplemente un hecho: el objeto emocional únicamente puede ser caracterizado de modo completo como objeto de mi ira. Esto quiere decir que un evento o la mera percepción de un evento no es suficiente para producir una emoción: ésta involucra necesariamente una evaluación personal de la significación del incidente (Solomon, 1976, p. 187). En breve, “mi cólera-con-Juan-por-robar-mi-auto es inseparable de mi juicio de que Juan me ofendió, mientras que es claro que el hecho de que Juan robó mi auto es muy distinto de mi cólera o mi juicio” (Solomon, 1973, p. 8) (5).
De su posición se sigue que ante un cambio en el juicio, concomitantemente se produzca una variación en la emoción (6), de modo que bajo esta descripción “soy responsable de mis emociones como lo soy de los juicios que realizo” (Solomon, 1973, p. 10). Esta afirmación, aunque polémica, resulta comprensible a la luz del espíritu de su propuesta. Su perspectiva cognitiva representa un desafío a la división tajante entre emociones y racionalidad, rechazando la concepción ampliamente aceptada de que las emociones son involuntarias e irracionales (Solomon, 2003a, p. 178). En particular, afirma que somos responsables de nuestras emociones, impugnando fundamentalmente la alternativa que utiliza a las emociones como excusas, como fenómenos que sufrimos, que simplemente nos suceden, que atravesamos con completa pasividad, haciendo imposible la atribución de responsabilidad. Es en este último sentido que debe entenderse su defensa de la elegibilidad de las emociones: las emociones son juicios, juicios que hacemos. Eso no quiere decir que simplemente podamos optar por juzgar una situación como ventajosa (o peligrosa), es decir, no significa que podamos elegir en sentido fuerte qué emoción tendremos en cada momento. Por el contrario, significa que juzgar es algo que hacemos activamente, no algo que padecemos.
Pero, si las emociones son juicios ¿tiene sentido conservar la distinción entre emociones y juicios? ¿Debe abandonarse la distinción intuitiva, proveniente del sentido común, entre juicios y emociones, que nos lleva a pensar que pertenecen a ámbitos distintos, como si nombraran realidades mentales diversas? Anticipando esta posible objeción, Solomon traza una distinción en el seno de los juicios, mostrando que las emociones conformarían un subtipo dentro de los juicios: las emociones deben ser equiparadas a juicios, pero deben ser distinguidas de los “juicios fríos” [“cool” judgments] y la acción normal, racional y deliberada (7), en tanto las respuestas emocionales son producidas con urgencia o rapidez, pero principalmente en tanto carecen de “frialdad”. Según esta idea, las emociones son respuestas apremiantes a situaciones inesperadas, para las cuales uno no se encuentra preparado, es decir, para las cuales uno no dispone de patrones habituales de conducta. Una vez más, aquello a lo que le cabe el mote de irracional, es a la situación, no a la emoción (8).
Por último cabe destacar que su concepción de las emociones como juicios no debe ser confundida con otras propuestas, también de índole cognitivas, que parecen articular la noción de emoción a partir del concepto de creencia. Es decir, aunque su afirmación “las emociones son juicios” pueda parecer meramente un slogan, la elección de sus términos no es casual. Según sus propias palabras ‘las creencias parecen ser demasiado articuladas para la reacción no reflexiva que caracteriza a la mayoría de las emociones’ (Solomon, 1993, p.1) (9). Puesto que “el juicio parece tener el alcance y flexibilidad para aplicarse a cualquier cosa desde la emoción animal e infantil hasta las emociones humanas más complejas y sofisticadas como los celos o la indignación moral” (Solomon, 2003b, p.10) (10).
Richard Lazarus: Las relaciones entre las emociones y la cognición
La concepción de Lazarus puede sintetizarse bajo la idea de que cierto tipo de pensamiento o cognición es una precondición necesaria para toda emoción. En particular, Lazarus (1982) postula que son las valoraciones cognitivas las que vinculan y median entre los sujetos y el ambiente, provocando emociones particulares como resultado de las evaluaciones específicas que realiza el sujeto, de su relación con ambiente en virtud de su bienestar (11). La tesis general que guía su posición, es que “cognición y emoción están usualmente fusionadas en la naturaleza” (Lazarus, 1982, p. 1019) (12).
En su argumentación, se vale del punto de vista de Zajonc para discutir contra la posibilidad de que existan episodios emocionales propiamente dichos que prescindan de todo elemento cognitivo entre sus disparadores. El ataque puntual a la perspectiva afectiva de Zajonc le servirá como dispositivo para argumentar a favor de su propia concepción cognitiva, esto es, la que sostiene que cierta actividad cognitiva es condición necesaria y suficiente para toda emoción (Lazarus, 1982, p. 1019). Aplicando la máxima de que la mejor estrategia de defensa es un buen ataque, busca socavar la perspectiva afectiva atribuyéndole una incorrecta comprensión de la cognición. Según Lazarus, el responsable del desacuerdo, es el modo inadecuado en que Zajonc concibe a la cognición, según el cual:
“Si uno acepta el principio de que el significado se encuentra al final de un proceso cognitivo seriado, entonces, acomodar el hecho de que podemos reaccionar emotivamente de modo instantáneo, nos fuerza a abandonar la idea de que la emoción y la cognición están necesariamente conectadas causalmente” (Lazarus, 1982, p. 1021).
No obstante, arguye Lazarus, la cognición debe separarse conceptualmente de la racionalidad y la deliberación: como resultado de la herencia neural y su experiencia, un sujeto tiene esquemas cognitivos que ante un sonido brusco significan peligro instantáneamente. A pesar de que los esquemas requeridos en asuntos humanos pueden ser más complejos, la valoración del miedo no debe ser necesariamente deliberada (Lazarus, 1982, p. 1022). Asimismo, las evaluaciones cognitivas no deben implicar necesariamente conciencia de los factores sobre los que descansa. Afirma:
“Estaría de acuerdo con que una persona no necesita ser consciente de sus evaluaciones cognitivas y puede utilizar una lógica primitiva, pero argumentaría en contra de la idea de que algunas evaluaciones (Zajonc se refiere a las preferencias) no son cognitivas” (Lazarus, 1982, p. 1022).
La cuestión clave, entonces descansa en cómo caracterizar ese prerrequisito cognitivo, que como anteriormente fue señalado, no implicaría percatación ni deliberación. Lazarus se pregunta más puntualmente ¿qué podría transformar estados sensoriales en emociones? (13) (1984, p. 126). Mostrando cierta coincidencia con la fórmula de Zajonc, Lazarus distingue dos modos de valorar: uno automático (14), no-reflexivo e inconsciente o preconsciente; el otro, consciente y deliberado. Y destaca que “no es posible decir con seguridad qué proporción de valoraciones y emociones están basadas en cada modo de actividad cognitiva, y quizás la mayoría de las valoraciones de los adultos involucra una mezcla de ambas” (Lazarus, 1991, p. 155). Su respuesta será que aquella transformación necesaria para producir una emoción a partir de estados sensoriales “es una valoración de aquellos estados como favorables o dañinos para nuestro bienestar” (Lazarus, 1984, p. 126). De modo que, habiendo desechado la posibilidad de que una emoción ocurra en ausencia de algún participante cognitivo, es decir, habiendo respondido negativamente a la pregunta que se hacía Zajonc acerca de la posibilidad de que inputs puramente sensoriales, no transformados, generen directamente emociones (1984, p. 122), Lazarus propone un reemplazo del interrogante. La verdadera incógnita para él es cómo la cognición moldea las emociones, es decir, qué tipo/s de cognición es/son capaces de despertar emociones de diferentes intensidades y clases, tal como el miedo, la cólera, la culpa, la felicidad, etc.
Debe advertirse que la disputa que Lazarus mantiene con la perspectiva perceptiva en general, y con Zajonc en particular, comprende también la interpretación de la evidencia experimental disponible. De acuerdo con Lazarus, Zajonc no logra realmente eliminar la posibilidad de que alguna actividad cognitiva se halle involucrada y afirma:
“La esencia de mi posición es, de hecho, que en esta etapa de la teoría, el conocimiento y el método, Zajonc no puede probar que una cognición no esté presente en una emoción, menos aún antes de que ocurra, tanto como yo no puedo probar que esté presente” (Lazarus, 1984, p. 126).
Sin embargo, agrega:
“Si la cuestión central fuera ¿las evaluaciones cognitivas afectan a las emociones?, en lugar de ¿las emociones requieren evaluaciones cognitivas? habría abundante evidencia a favor” (Lazarus, 1984, p. 127).
Presentación general del enfoque cognitivo
Lo primero que debe notarse es que el vínculo que une a los autores mencionados bajo el ala de la corriente cognitiva, es más bien un parecido de familia. No obstante, a pesar de sus diferencias, y en virtud de que tienen cierto espíritu en común, se han conformado como distintas versiones de una misma corriente de investigación. Técnicamente, todas ellas pueden verse como resultado de distintas especificaciones de una misma tesis fundamental, que exige como condición necesaria para la emoción, la participación de un elemento de corte cognitivo (comúnmente algún tipo de valoración).
Tesis fundamental del enfoque cognitivo:
Las emociones son estados que se siguen a partir del contacto con ciertos tipos de estímulos, y que involucran constitutivamente operaciones mentales valorativas.
Figura 4. Representación de la tesis fundamental del enfoque cognitivo.
COGNICIÓN Y PERCEPCIÓN
De acuerdo con sus tesis fundamentales, podríamos decir que la discrepancia entre el enfoque perceptivo y el cognitivo se asienta sobre la oposición entre sensación o percepción y cognición (valoración en forma de juicio, creencia, etc.), esto es, entre diferentes clases de procesos psicológicos. Mientras el enfoque perceptivo defiende que las emociones deben ser caracterizadas como sensaciones (de cambios corporales, o estados internos en general), el enfoque cognitivo hace hincapié en el componente valorativo (y activo) de las emociones.
De manera que, conforme a los propósitos de este trabajo, resulta indispensable examinar con mayor profundidad cuál es el alcance de cada uno de esos conceptos y qué tipo de operaciones mentales describen. Desde mi perspectiva, existen (al menos) dos alternativas en principio plausibles: la dicotomía percepción/cognición podría apoyarse en la distinción entre procesos activos (los cognitivos) versus los pasivos (la percepción de inputs sensoriales) (El significado de “percepción”); o bien en el carácter complejo del procesamiento implicado en la cognición versus la simplicidad de la percepción (El significado de “cognición” y El significado de “valoración”). Por último, examinaré la relación entre los conceptos de emoción y conciencia (percatación) (El significado de “emoción”: ¿hay emociones inconscientes?)
EL SIGNIFICADO DE “PERCEPCIÓN”
Tradicionalmente la percepción y los sistemas sensoriales que la componen han sido concebidos como sistemas de entrada que procesan inputs. Como tales, son concebidos como procesos en los que el sujeto es pasivo; es decir, recibe pasivamente información del entorno. Si esa información ha de ser transformada, será eventualmente por la intervención de otros procesos, en los que el sujeto se encuentra activo (como ser, distintos procesos de índole cognitivos)(15). En tal sentido y por mucho tiempo, la percepción, como estado bruto que representa en la mente lo que hay en el mundo de modo transparente, fue canónicamente opuesta a la interpretación, valoración, etc. (actividades paradigmáticamente cognitivas). Esta distinción, a su vez, encontró eco en la filosofía de la ciencia de comienzos del siglo XX, que se apropió de ella (no sin polemizar) y la utilizó como criterio de demarcación del ámbito científico: la ciencia debe versar sobre hechos observables.
Sin embargo, entre otras cuestiones que se le han objetado a los filósofos de la ciencia clásicos, encontramos el cuestionamiento de la imparcialidad de la observación. Hanson (1971) planteó el asunto a partir del caso específico de la visión (16). Si bien hay un sentido en el que puede decirse que dos personas que miran una misma cosa “ven lo mismo”, puesto que puede describirse el mismo proceso fisiológico por el cual se forma la misma imagen en sus retinas; también hay un sentido en el que puede afirmarse que esas mismas dos personas “no ven lo mismo”, puesto que ven escorzos diferentes del mismo objeto. Pero existe un tercer sentido, distinto a los dos últimos y por demás interesante, en que dos personas pueden no ver lo mismo frente al mismo objeto, a pesar de que la recepción del input en los globos oculares sea idéntica. El ejemplo que utiliza Hanson para impulsar su reflexión es la forma en que Tycho Brahe y Kepler ven una misma puesta de Sol. Al afirmar que estos dos científicos pueden ver cosas distintas frente al mismo atardecer, Hanson no se refiere a la idea de que interpretan de manera distinta las mismas observaciones, debido a que bajo tal perspectiva se encerraría una duplicación de componentes (uno óptico y otro interpretativo). Hanson, basándose en las figuras reversibles con las que los psicólogos de la Gestalt apuntaban que la observación no era un fenómeno pasivo, intenta mostrar cómo científicos que fueron sometidos a distintos entrenamientos y educación, y que en consecuencia conciben el mundo a partir de teorías distintas, pueden en ocasiones dar lugar a distintas organizaciones en la percepción. “¿Qué puede cambiar? Nada óptico o sensorial se ha modificado, y, sin embargo, uno ve cosas diferentes. Cambia la organización de lo que uno ve” (Hanson, 1971, p. 89).
La relevancia de lo antedicho para los propósitos de este trabajo radica en que puesto que lo mismo podría decirse de todos los sentidos, la percepción en su totalidad deberá ser redefinida, perdiendo la transparencia y objetividad antes características. Se sigue de esto que concebir las emociones como sensaciones o percepciones de cambios corporales, no implica de ninguna manera la pasividad del sujeto. La crítica de la carga teórica de la observación, hace colapsar en ese sentido la distinción entre lo perceptivo y lo cognitivo: la percepción es un fenómeno intrínsecamente cognitivo. Por supuesto, la filosofía crítica kantiana ya había señalado cómo factores cognitivos y perceptuales estaban amalgamados en la percepción. La posición de Hanson (y luego la de Kuhn) retoma esta idea de Kant, relativizando lo a priori del objeto a categorías, ya no de la naturaleza humana, sino propias de las teorías con las que los científicos encaran el mundo.
A su vez, cabe destacar que esta reconceptualización del fenómeno perceptivo permite responder a una de las objeciones más importantes que ha recibido el enfoque perceptivo: ya no es necesario que cada emoción tenga una fenomenología distintiva, puesto que es el proceso mismo de la percepción el que puede dar lugar a experiencias emocionales distintas (sin vernos obligados a tomar compromisos con procesos cognitivos de orden superior).
En suma, la distinción entre la percepción y la cognición no se explica a partir de la distinción entre el carácter pasivo y el activo de los procesos, respectivamente.
EL SIGNIFICADO DE “COGNICIÓN”
En primer lugar, es menester distinguir dos sentidos o connotaciones del término “cognición” que, aunque a menudo se superpongan, no son equivalentes. Si bien el término es profundamente vago e impreciso, puede decirse que en términos generales, es algunas veces entendido como percatación consciente, mientras que otras, como procesamiento complejo de información (Frijda, 1994). Creo que está claro que la disputa no versa en torno al sentido de cognición como percatación consciente, en tanto, como hemos visto, los autores acuerdan que la conciencia y la deliberación (premeditación o intención) no son características propias de (todos) los estados emocionales, ni de sus condiciones de posibilidad (17).
Desafortunadamente, los autores tampoco brindan grandes precisiones, y se limitan a referirse a la cognición de modo figurado o alegórico. Por ejemplo, para Zajonc implica determinada “transformación de un input sensorial” en una forma que podría estar subjetivamente disponible. Esta operación que aunque se define por no ser necesariamente intencionada, racional o consciente, sí debe implicar un “mínimo de trabajo mental”:
“La cuestión no es cuánta información del entorno requiere el organismo sino cuán poco trabajo debe hacer sobre esta información para producir una reacción emocional” (Zajonc, 1984, p. 122).
Más allá del aparente carácter nimio del procesamiento cognitivo involucrado, Zajonc también resulta poco exigente con respecto al contenido de ese procesamiento. Me refiero a que, dado el carácter patentemente fragmentario de ese procesamiento, éste da lugar a representaciones incompletas y muchas veces erróneas. Al respecto, dice:
“La sensibilidad afectiva es universal entre las especies animales. El conejo confrontado por una serpiente no tiene tiempo de considerar todos los atributos perceptibles de la serpiente con la esperanza de poder inferir de ellos la probabilidad, temporalidad o dirección del ataque. El conejo no puede detenerse a contemplar la longitud de los colmillos de la serpiente o la geometría de sus manchas. Para que el conejo escape, la acción debe ser emprendida mucho antes de que se complete el proceso cognitivo (…) La decisión de escapar debe ser tomada sobre la base de un compromiso cognitivo mínimo” (Zajonc, 1980, p. 156).
Nótese la curiosa coincidencia con la siguiente afirmación de Lazarus:
“No debemos tener la información completa para reaccionar emotivamente al significado. Podemos reaccionar ante la información incompleta, cosa que de hecho hacemos en la mayoría de las transacciones ordinarias. El significado derivado de información incompleta puede, por supuesto, ser vaga; necesitamos dejar margen para este tipo de significado así como también para el significado claramente articulado y completamente procesado” (Lazarus, 1982, p. 1021).
Pero, tal como he dicho, Lazarus se refiere a la cognición –en su relación con las emociones–, o más precisamente, a la valoración cognitiva, formulando que la manera bajo la cual un sujeto interpreta una situación particular es crucial para la respuesta emocional (Lazarus, 1982, p. 1019). Pero ¿cuál sería la complejidad cognitiva mínima implicada en una evaluación tal? ¿O la complejidad es tal que algunos animales no humanos quedarían excluidos? Al respecto, nos dice:
“Probablemente todos los mamíferos cumplen los requisitos cognitivos mínimos, si uno permite que el concepto de valoración incluya el tipo de procesos descriptos por los etólogos, en los que una respuesta incorporada y rígida a estímulos diferencia peligro de no-peligro. Una percepción evaluativa, y por consiguiente una valoración, puede operar en todos los niveles de complejidad, desde el más primitivo e innato al más simbólico y adquirido. Si esto es razonable, entonces es también posible decir que una valoración cognitiva está siempre implicada en una emoción, incluso en criaturas filogenéticamente más primitivas que los humanos” (Lazarus, 1982, p. 1023).
En suma, pretendo haber mostrado que hay una connotación de “cognitivo”, en el sentido de trabajo mental mínimo, en que los autores acordarán que las emociones son cognitivas. Por supuesto que una respuesta de esta índole, convierte a la cuestión en terminológica y carece totalmente de relevancia filosófica.
Sin embargo, difícilmente los autores subsumidos bajo el enfoque cognitivo se vean complacidos con la inclusión o el reconocimiento de un procesamiento incompleto o primitivo. Al punto de que muchos de ellos, con la intención de proveer una caracterización única de “el” fenómeno emocional, se han visto tentados a expulsar a las afecciones del ámbito emocional, reservando el título de “emoción” para las emociones “acabadas” (18).
Es decir, un abordaje completo de las emociones debería también dar cuenta de esas emociones que sí parecen depender de la manipulación de “significados articulados”, involucrados en procesos cognitivos sofisticados (y como tales no incluidos en las operaciones de trabajo mental mínimo acordado por Lazarus y Zajonc). En tal sentido, una distinción entre distintos tipos de procesamiento emocional, resulta de vital importancia (volveré sobre esto en el apartado 4).
EL SIGNIFICADO DE “VALORACIÓN”
A pesar de las limitaciones recién examinadas que dificultan la caracterización precisa del núcleo en el que yace la diferencia entre las posturas en tensión, en este apartado me propongo evaluar la posibilidad de que sea la noción cognitiva más específica de “valoración” la que dé cuenta de la diferencia. Es decir, en el fondo, podría tratarse de un desacuerdo con respecto a la naturaleza de esas valoraciones, que la perspectiva cognitiva concibe como elemento necesario.
Retomemos, entonces, la caracterización que hace Lazarus de las valoraciones implicadas en los procesos emocionales. Tal como vimos, Lazarus distingue dos modos de valorar: uno, automático y no-consciente, aunque no por ello rudimentario, puesto que puede incluir significados complejos, sintetizados por la experiencia; el otro, consciente y deliberado. Remarcando además, que no está claro el grado de participación de cada una de ellas en cada actividad cognitiva y que “quizás la mayoría de las valoraciones de los adultos involucra una mezcla de ambas” (Lazarus, 1991, p. 155). Pero desafortunadamente, de esta caracterización se siguen los mismos inconvenientes que surgieron en los parágrafos precedentes. La admisión de procesos valorativos. La admisión de procesos valorativos automáticos (como especie del género cognitivo) tomada conjuntamente con la inclusión de procesos “interpretativos” (por llamarlos de algún modo) en la percepción, conlleva indefectiblemente la desaparición de la distinción entre, por una parte una valoración cognitiva y, por otra parte la percepción desprejuiciada, de un hecho.
Es en esa misma dirección que Prinz, manifiesto defensor de la corriente perceptiva, parece concederle un punto a las teorías valorativas, cuando afirma que “las emociones son estados que valoran registrando cambios corporales” (Prinz, 2004b, p. 78, énfasis mío). Un examen más profundo de su iniciativa muestra que su teoría valorativa encarnada, tal como él la ha denominado, aun concediendo el punto anterior, resigna poco terreno frente al teórico cognitivo. Su concepción define a las valoraciones, ya no exclusivamente como juicios evaluativos, sino como “cualquier representación de la relación organismo-ambiente relevante para su bienestar” (Prinz, 2004a, p. 57), retomando directamente la noción de tema relacional central (en adelante TRC) de Lazarus, pero imprimiéndole algunas modificaciones. Su perspectiva tolera que los juicios evaluativos sirvan como valoraciones, pero añade que también pueden hacerlo otros estados no judicativos, como ser por ejemplo, ciertas percepciones corporales. Así, afirma que “en términos generales, las palpitaciones [del corazón] sirven como evaluaciones” (Prinz, 2004b, p. 78) simbolizando el núcleo de su tesis: los cambios en nuestro cuerpo expresan cómo nos va en el mundo, de modo tal que nuestras percepciones del cuerpo (o feelings en general) al tiempo que nos describen el estado de nuestros órganos, portan información acerca de nuestra situación en el mundo. En síntesis, la innovadora propuesta de Prinz sugiere que al registrar los cambios corporales, las emociones representan las relaciones del organismo-ambiente. Se sigue de sostener que los cambios corporales son [confiablemente] causados por determinada relación del organismo con su entorno, (relaciones que quedan abreviadas en los TRC), que estos cambios corporales representan esa relación (i.e. como aquello que confiablemente los causó). Volviendo una vez más sobre el ejemplo, dado un encuentro inesperado con una serpiente, la percepción del reptil desencadenará una serie de cambios en la fisiología del sujeto (ritmo cardíaco, presión arterial, musculatura, etc.) como respuesta o preparación ante el posible peligro (TRC). El miedo es la percepción de esos cambios corporales, a partir de que registra esos cambios corporales. Pues al hacerlo, representa peligro, el TRC y objeto formal del miedo.
En suma, de acuerdo a Lazarus y a Prinz (valiéndose incluso de nociones del primero), el concepto de “valoración” tampoco suministra un punto de apoyo para trazar firmemente la distinción entre las posturas perceptiva y cognitiva. Más aun, Prinz explícitamente rechaza la tradición que presume que las teorías que conciben a las emociones como valoraciones están en las antípodas de las teorías que identifican a las emociones con cambios en la fisiología, erigiéndose como un genuino teórico de la perspectiva valorativa corporeizada.
EL SIGNIFICADO DE “EMOCION”: ¿HAY EMOCIONES INCONSCIENTES?
Esta pregunta ha causado cierta conmoción en el ámbito teórico y experimental que busca dar cuenta de la naturaleza de las emociones. Aunque algunos pregonan la existencia no problemática de emociones inconscientes (Prinz, 2005), para otros autores la disputa ha sido mal concebida. De acuerdo con los últimos, a fin de entenderla correctamente, primeramente es preciso distinguir lo que serían las emociones inconscientes propiamente dichas de los procesos que dan lugar a las emociones.
Una emoción inconsciente es para algunos autores como un círculo cuadrado, es decir, algo conceptualmente imposible (Clore, 1994). Pero esto es absolutamente independiente de cómo esos episodios emocionales llegaron a tener lugar. Es decir, los procesos que disparan o subyacen a los episodios emocionales, son procesos que sí podrían ser inconscientes. En ese mismo sentido, y en profunda consonancia con lo presentado en el apartado anterior, respecto al carácter “cognitivo” de las valoraciones presuntamente involucradas en los procesos emocionales, LeDoux afirma:
“De modo interesante, y usualmente no reconocido, la mayoría de las ideas sobre el origen de la experiencia emocional asumen implícitamente un mecanismo evaluativo (valorativo) inconsciente (…) Estas teorías están mayormente preocupadas por las causas próximas de la experiencia consciente y tienden a partir del supuesto de que el organismo está emocionalmente activado sin preguntarse qué da lugar a esa activación, en primer término. El cerebro debe primero evaluar el estímulo y determinar qué es emocionalmente significativo antes de producir las múltiples manifestaciones de la excitación emocional que luego conduce a la experiencia emocional consciente del estímulo. Dado que la evaluación emocional conduce a la experiencia emocional, la evaluación, parece, debe ser un proceso preconsciente o inconsciente (…) Esta perspectiva es ampliamente compatible con las teorías cognitivas que enfatizan el procesamiento inconsciente como punto de ingreso a la experiencia emocional consciente. Para mí, el procesamiento inconsciente es la regla y el procesamiento consciente es lo que necesita ser probado” (LeDoux, 1994b, p. 292).
Estas ideas son asimismo compatibles con las provenientes de la perspectiva evolutiva (Darwin, 1859, 1872). En virtud de que muchos de los sistemas emocionales tienen sus raíces en la evolución de los mamíferos, es plausible que estos hayan estado funcionando inconscientemente por millones de años, es decir, mucho antes de que la evolución insertara habilidades conscientes. Pero lo que es más interesante, es que a pesar del hecho de que en los seres humanos se hayan desarrollado sistemas cerebrales para acceder conscientemente a la información perceptiva y emocional, las características operativas del sistema del miedo no han cambiado (Öhman, 1999).
Esto tiene al menos dos consecuencias importantes. Por un lado, permite explicar la impenetrabilidad cognitiva (19) de emociones como el miedo: puesto que el sistema que evalúa o computa el significado de los estímulos es anterior e independiente de la conciencia (LeDoux, 1989), el pensamiento racional tiene poca influencia sobre los miedos (Öhman, 1999). Por otro lado, nos conduce a distinguir esa vía instantánea de procesamiento del miedo, anclada por astucia de la evolución, de otros circuitos emocionales presentes en el cerebro. En palabras de Öhman: “los estímulos que activan miedo automáticamente terminan estando en el centro de la atención voluntaria, esto es, para los humanos, en la conciencia” (Öhman, 1999, p. 342).
Nótese cómo lo último no sólo es conceptualmente plausible, sino que hay evidencia empírica que apoya la distinción entre dos vías de reacción o producción emocional: una inmediata, producto de la reacción directa ante un estímulo; y otra mediada por algún tipo de transformación cognitiva compleja o sofisticada. De acuerdo con la perspectiva de LeDoux, por ejemplo, existen dos modos en los cuales se procesa la información que llega al cerebro (en particular a la amígdala, que tiene como función principal el procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales). Para ilustrar el funcionamiento en conjunto de estas dos vías de procesamiento, LeDoux propone:
“…imaginar un excursionista que pasea por el bosque y que, de repente ve una serpiente en el suelo. El estímulo viaja directamente de sus ojos al tálamo, que obtiene una imagen aproximada de la serpiente. Pero sin más información la amígdala no puede saber si se trata de una serpiente o algo que se le parece, como una rama de árbol. La imagen precisa de la serpiente sólo le llegará después de que el estímulo haya sido procesado por la corteza cerebral” (LeDoux, 2002, p. 117).
La idea que defiende LeDoux (1994a, 1996) es que la información del mundo externo (el estímulo emocional) que llega a la amígdala, lo hace por dos vías distintas:
Una vía baja que une directamente el tálamo con la amígdala. Esta vía es más corta, lo que la convierte en una ruta rápida de transmisión de información (más rápida que la vía alta). Sin embargo, debido a que esta ruta directa elude el córtex, es incapaz de beneficiarse el procesamiento cortical (más sofisticado), proveyendo a la amígdala de una representación apenas rudimentaria del estímulo.
Una vía alta que une el tálamo con la corteza sensorial y luego alcanza la amígdala. En la corteza sensorial, que en esta ruta está mediando entre el tálamo y la amígdala, tiene lugar el procesamiento del estímulo perceptivo, que con más sofisticación y más tiempo determina de qué se trata ese input (es decir, siguiendo el ejemplo anterior, determina si se trata de una serpiente o una rama). Esa información es retransmitida a la amígdala. Si el córtex determinara que el objeto es inocuo (la rama de un árbol), el mensaje que envía a la amígdala disipará la respuesta emocional de temor.
La unión directa entre tálamo y amígdala dada por la vía baja, habilita al sujeto a responder emotivamente a estímulos potencialmente peligrosos antes de tener un conocimiento completo del estímulo, reflejando así la intuición compartida por Zajonc y Lazarus, y sus ejemplos coincidentes.
Si alguien objetara que esta duplicidad de caminos involucra una multiplicación innecesaria, y apelando al principio de economía exigiera su reconsideración, cabrá recordarle que cada una de ellas contribuye a una causa distinta. Me refiero a que la vía baja, a pesar de basarse en representaciones imperfectas, le confiere al sujeto una ventaja adaptativa más que notable: el tiempo de procesamiento involucrado. Aun cuando debido a esa rapidez, arroja representaciones difusas o inacabadas, generando a veces reacciones emocionales inadecuadas para determinados estímulos (por ejemplo, una respuesta de miedo ante una rama de un árbol en el suelo) lo que debe notarse es el costo de un falso positivo (i.e. en una rama, que genera una señal de alerta) es ínfimo en comparación con el beneficio que implica, en lo que respecta a su supervivencia. Por su parte, la vía alta, al precio de tomarse un tiempo más prolongado, es la que le proporciona al sujeto las representaciones más definidas o detalladas, también sumamente necesarias, para que el sujeto sea capaz de descartar la información irrelevante y estar listo para atender a lo que sí concierne a su bienestar (20).
Análogamente, Power y Dalgleish (2008) proponen un sistema según el cual hay dos rutas generadoras de emociones: la primera, denominada “ruta valorativa” consiste en el procesamiento esforzado y la interpretación de un evento como relevante para la meta (que también puede ocurrir inconscientemente); la segunda ruta es descripta como un acceso directo o ruta automática, que tempranamente en el desarrollo expresa programas proto-emocionales innatos precableados, mientras que durante el desarrollo tardío incluye también reacciones emocionales automáticas que ya no requieren procesamiento forzado (21).
CONCLUSIONES
El objetivo principal de este trabajo ha sido contribuir a la comprensión de la naturaleza de las emociones. En particular, mi análisis se centró en una de las dicotomías que ha marcado el camino de la investigación sobre las emociones, me refiero a la distinción entre teorías cognitivas y perceptivas. Para ello, sugerí dos modos de entender la disputa entre los dos enfoques. Por una parte, una vía disolutoria que mostró que la discrepancia entre las dos perspectivas se erigía sobre falsas dicotomías, tratándose como mucho de un desacuerdo de corte terminológico, puesto que: la percepción es un proceso en el que el sujeto se encuentra indudablemente activo; la cognición incluye tipos de procesamiento de información automáticos e inaccesibles al control voluntario; entre las valoraciones que caracterizan a las emociones podemos encontrar tanto modos automáticos y corporeizados, como modos conscientes, deliberado y fríos; las emociones incluyen procesamientos inconscientes. Aunque de esta manera queden satisfechos los requerimientos de ambos enfoques, la deflación del significado de “cognición” para que incluya al procesamiento inconsciente y la ampliación del significado del concepto de “percepción” de tal modo que dé cuenta de su componente activo (similar a las habilidades interpretativas), nos conducen irremediablemente a renunciar a la posibilidad de establecer límites precisos entre las nociones de percepción y cognición.
Sin embargo, aunque por lo anterior concluyamos que los términos en los que el debate se encuentra planteado no sean los adecuados, esto no quiere decir que no exista una distinción interesante por realizar. Es en ese sentido que, los enfoques duales propuestos por LeDoux o Power y Dalgleish, abren otro camino para plantear la disputa entre los enfoques cognitivo y perceptivo, conformándose como una vía de resolución en sentido propio. Me refiero a que cada una de las vías reserva un lugar propicio para dar cumplimiento a los desiderata de cada uno de los dos enfoques, honrando sus diferencias: la vía subcortical (vía baja) expresaría las exigencias del enfoque perceptivo (el procesamiento es inmediato, directo); la vía cortical (vía alta) respetaría los constreñimientos propios de la perspectiva cognitiva.
NOTAS
1) El término inglés utilizado por James es “feeling”. Una traducción habitual de “feeling” es “sensación”, si bien esta traducción no es enteramente satisfactoria, puesto que como señala Hacker (2009) las sensaciones son sólo un subtipo o especie del género “feeling”, que también incluye percepciones, afecciones y apetitos como otras subclases, lamentablemente no disponemos de una mejor traducción al español. Algunos han optado por traducirlo como “sentimiento” (por ejemplo, la traducción española de Kandel, Schwartz y Jessell (1997), elección que encuentro aún menos adecuada. En el presente trabajo opté por traducirlo por “sensación”, en la medida en que es la percatación sensible del conjunto de cambios corporales aquello que James busca señalar con el término “feeling”.
2) Cabe aclarar que para James, el dominio de aplicación de la teoría que presenta es el de las comúnmente denominadas “emociones básicas”. Es sobre este subconjunto de emociones que versa la discusión.
3) Nótese la estructura ‘dialéctica’ que se ha establecido en la historia del presente debate: la defensa no-cognitiva de Zajonc se alza contra la posición cognitiva predominante en la época; que, a su vez, había sido diseñada en respuesta al descrédito que habían recibido las emociones por parte de otras posiciones no cognitivas que dominaran en su momento (por ejemplo, por parte del conductismo).
4) Véase Zajonc (2001) para una versión más reciente del fenómeno de la mera exposición. Otros resultados experimentales que refuerzan la hipótesis de la primacía de la afección son (Murphy & Zajonc 1993; Winkielman et al., 1997). También Adolphs et al (2005) presentan evidencia en favor de la posibilidad de discriminación (y preferencia) entre estímulos que no son conscientemente percibidos (o recordados), sugiriendo una disociación fuerte entre la preferencia y el reconocimiento. Según ellos mismos, esta disociación sería además compatible con la distinción entre, por una parte, una vía gustativa ventral límbica (que incluye a la amígdala, al hipotálamo y regiones del ganglio basal) que parece ser suficiente para una discriminación conductual básica del gusto y, por otra parte, de una vía cortical dorsal que sería necesaria para un procesamiento y aprendizaje gustativo complejo (Pfaffmann et al., 1977).
5) Sin embargo, no todos los juicios evaluativos son emociones. Las emociones recortan, sobre el dominio de los juicios que ofrecen valoraciones de los sucesos del entorno, aquellos que son “acerca de uno mismo y relativamente intensos” (Solomon, 1976, p. 188).
6) Nótese la diferencia con la perspectiva perceptiva, donde es manifiesta la irrevocabilidad de la emoción, es decir, la inmutabilidad de la emoción ante la modificación en el conjunto de creencias.
7) Como veremos, comparte este punto con Lazarus, quien situándose también en el enfoque cognitivo concibe el carácter cognitivo como algo distinto de la actividad mental consciente y deliberada.
8) En consonancia con James (1884) quien se refería al resultado de la abstracción de todos las sensaciones de los cambios corporales característicos de una emoción, como “un estado de percepción intelectual frío y neutral”. También Zajonc (1980) equipara la distinción entre juicio (o cognición) fría/caliente a la de cognitivo/afectivo, respectivamente.
9) También Gordon (1987) toma distancia del enfoque según el cual el miedo siempre involucra la creencia de que uno está en una situación de peligro, o la creencia de que algo es peligroso. Gordon rescata de esta perspectiva solamente la idea de que las emociones guardan una similitud funcional con las creencias: aunque uno piense que es altamente improbable que aquello que uno teme que suceda, realmente ocurra, uno actúa como si uno creyera o supiera que lo hace (Gordon, 1987, p. 84).
10) No obstante, y muy a pesar de sus esfuerzos por subrayar la distinción entre lo que él llama “juicios” y las creencias, la distinción no queda trazada de modo categórico. Encontramos entre sus afirmaciones que “nuestras emociones son altamente dependientes de nuestras opiniones y creencias”, que un cambio en mis creencias implica modificaciones en mi emoción y que “no puedo estar enojado si no creo que alguien me ha ofendido” (Solomon, 1976, p. 187).
11) Sigue explícitamente y extiende la perspectiva de Arnold (1960). En Lazarus et al (1970) afirma que cada reacción emocional (al margen de su contenido) es una “función de un tipo particular de cognición o valoración” (p. 218, cursivas de los autores). De igual modo Lyons dice: “tu emoción es causada por aquello que conoces acerca de la situación y su relevancia para ti, y no por lo que algún observador objetivo especula o sabe de la situación” (Lyons, 1999, p. 39)
12) Más adelante le añadirá un tercer elemento, la motivación, dando lugar a su famosa tesis de la conjunción e interdependencia de emoción, cognición y motivación (Lazarus, 1999, p. 13).
13) Nótese que esta formulación incluye una serie de presupuestos, de modo que en la mera presentación del problema se desliza una respuesta preliminar. Por un lado, establece que las emociones son estados distintos de los estados sensoriales, estados que, por otro lado, precisan de una ulterior elaboración (o transformación) para dar lugar al estado emocional. Además, se postula a la cognición (o componente cognitivo) como el operador responsable de aquella transformación –necesaria por definición– de los inputs sensoriales, que da por resultado a los estados emocionales.
14) Advierte Lazarus que tal carácter automático no debe ser confundido con una condición primitiva, puesto que el procesamiento automático admite “significados complejos, abstractos y simbólicos, que a través de la experiencia pueden ser condensados en significado instantáneo” (Lazarus, 1991, p. 155).
15) Recuérdese la principal motivación de Solomon, i.e. hacer de las emociones fenómenos en los que el sujeto participa activamente.
16) El tratamiento que realiza Hanson remite siempre a las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein (1988) y los diversos trabajos de psicólogos de la Gestalt (por ejemplo, Köhler, 1940, 1947).
17) La independencia de las emociones con respecto a la conciencia ha sido reforzada por evidencia experimental: estudios en neuroimágenes han revelado que presentaciones de estímulos emociones enmascarados (i.e. inaccesibles a la percatación consciente del sujeto) activan la amígdala –responsable de las respuestas emocionales (Killgore & Yurgelun-Todd, 2004; Morris et al., 1998; Whalenet al., 1998).
18) Por ejemplo, Lazarus mismo descarta que los sustos sean emociones, y los relega al ámbito de los actos reflejos.
19) En términos de Goldie (2000) algo es cognitivamente penetrable si puede ser afectado por las creencias relevantes del sujeto.
20) También Panksepp (2003) considera que las experiencias afectivas reflejan un modo de conciencia primitiva (compartida por todos los mamíferos) a partir de la cual, probablemente, hayan surgido las formas más sofisticadas Es decir, todos estos procesos coexisten en la mente/cerebro (adulta y “normal”).
21) Véase Evans (2006) para un análisis general de los sistemas duales en cognición.
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