ARTÍCULO ORIGINAL
Verdad y ficcion en la historia: El debate entre Hayden White y Roger Chartier
(Truth and fiction in history: The debate between Hayden White and Roger Chartier)
Carolina Inés Araujo - Marisa Alejandra Alvarez - Celia Georgina Medina *
* Universidad Nacional de Tucumán - Av. Benjamín Araoz 800 – CP 4000 – Tucumán - Argentina. Correo Electrónico: crabnebula@hotmail.com
RESUMEN
Hay ciertos acontecimientos que por su gran impacto e influencia en el presente son objeto de numerosos relatos históricos y nuevas reescrituras que demuestran nuevos aspectos o nuevas relaciones antes no desarrolladas. Por ejemplo, así sucede con la Revolución Francesa. Sin embargo, como señala Adam Schaff (1971), aunque todos los historiadores están de acuerdo en la importancia de tal acontecimiento, cada uno de ellos presenta la Revolución a su manera; difieren muchas veces en la selección y descripción de los elementos que se incluyen pero, fundamentalmente, difieren en la forma en que son explicados e interpretados.
Esta variedad de lecturas plantea el problema de si existe la posibilidad de que alguno de estos relatos se instaure como relato verdadero del suceso que explica, y si ese fuera el caso, qué es lo que determina que uno sea verdadero y otro falso. Particularmente el problema aparece renovado en las filosofías de la historia que relacionan el relato histórico con el relato literario.
A partir de Paul Veyne y de Hayden White, las fronteras entre la narrativa histórica y la ficcional se tornan inciertas y no está claro el criterio que permite distinguir entre el relato histórico y el ficcional.
En el presente trabajo analizaremos estos interrogantes tomando en cuenta la distinción lógica entre verdad y validez, clave para iluminar la discusión entre Hayden White y Roger Chartier sobre la pretensión de verdad. Teniendo en cuenta la interpretación que desarrolló Verónica Tozzi de la obra whiteana.
Palabras Clave: Roger Chartier; Relato Histórico; Hayden White.
ABSTRACT
There are certain events that for his great impact and influence in the present are object of different historical stories and new rewritings that show new aspects or new relations. For example, this happens with the French Revolution. Nevertheless, as Adam Schaff (1971) indicates, though all the historians agree in its importance, each of them presents the Revolution according with his own view. Historians differ often in the selection and description of the elements involved but, fundamentally, they differ in the form in that are explained and interpreted.
This variety of readings raises the problem of the possibility that someone of these stories is restored as true about the event that explains, and if this is the case, what determines which one is true and which one is false. Particularly the problem turns out to be renewed in the philosophies of history that relate the historical text to the literary text.
From Paul Veyne and Hayden White, the borders between ficcional and historical narrative become uncertain and there is not clear the criterion that it allows to distinguish between the historical narrative and the ficcional.
In this work we will analyze these questions bearing in mind the logical distinction between truth and validity, to illuminate the discussion between Hayden White and Roger Chartier about historical true. Taking into account the construal that Verónica Tozzi makes of the White’s work.
Key Words: Historical Narrative; Roger Chartier; Hayden White.
A partir de los años 70, el problema de los límites difusos entre historia y literatura ocupa el centro de las discusiones historiográficas y aparecen numerosas obras señalando la importancia del análisis de los elementos poéticos del discurso histórico. Este énfasis en la construcción narrativa de la historia nos ubica frente al problema de determinar cuáles son las condiciones de verdad de un relato histórico, si comienza a analizarse desde su trama narrativa, cómo discernir entre lo ficcional y lo verdadero (en un sentido correspondentista), y cómo comparar valorativamente los relatos históricos si contienen los mismos elementos explicativos o parten incluso de la mismas evidencias históricas.
En el presente trabajo nos enfocaremos en la cuestión sobre la verdad y la ficción en la historia a partir de uno de los autores destacados en Epistemología de la Historia, Hayden White, y la discusión acerca de la ficción del relato histórico con Roger Chartier. En ellos mostraremos que la discusión puede enriquecerse y aclararse si se comprenden los diversos sentidos de la verdad, como correspondencia y como coherencia. Nuestro propósito es mostrar que el abandono de una concepción correspondentista de la verdad en la historia no significa renunciar a cualquier pretensión de verdad, en tanto puede plantearse en términos de coherencia y validez.
En Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX de Hayden White pone en relación la narrativa literaria con la historiografía e identifica los elementos específicamente poéticos de los relatos históricos.
El interés de White en esta relación reside en la poca atención que había recibido hasta el momento el análisis lingüístico del discurso historiográfico puesto que, aunque se ubica la historia entre la ciencia y el arte, los estudios tradicionales de la ciencia histórica se enfocaron en sus elementos científicos descuidando las estructuras artísticas que soportan el relato histórico. Por ello, el propósito de Metahistoria es rescatar y mostrar la naturaleza poética predominante de la obra histórica, (White, 1973).
El análisis formal de White sobre el discurso historiográfico cuestiona las corrientes que sostienen que los acontecimientos pasados “hablan por sí mismos” y que la tarea del historiador sólo consiste en narrarlos de la manera más exacta y precisa posible y, en la medida en que este relato se parece a los acontecimientos “reales”, puede considerarse verdadero. Así, el producto de la tarea del historiador no depende de su talento o de su capacidad de narración, sino de una correcta aplicación del “método histórico”. Según esta visión y otras semejantes, la forma, la estructura narrativa, no añade nada a la veracidad del relato, si éste los presenta “tal como sucedieron”. La narrativa opera sólo para ofrecer una imitación, un símil de la realidad pasada que puede ser verdadera si la refleja fielmente, (White, 1987).
En contraposición, el autor defiende la idea de que la tarea del historiador es esencialmente poética, en referencia a la estructura narrativa y a la naturaleza del campo histórico. No sólo es lingüística la forma en la que se narran los acontecimientos, sino también el modo “en el cual [el historiador] prefigura el campo histórico y lo constituye como un dominio sobre el cual aplicar las teorías específicas que utilizará para explicar ‘lo que en realidad estaba sucediendo’ en él” (White, 1973). De modo que los acontecimientos históricos son constituidos en gran parte por el lenguaje.
White señala que las “áreas de experiencia” de las que se ocupa la física, por ejemplo, se distinguen de las de la historia porque en éstas últimas no hay un consenso acerca de la naturaleza del objeto de estudio. En la historiografía, tanto las palabras que se refieren al objeto como al pensamiento del objeto refieren a los usos de un discurso figurativo. La diferencia, entonces, consiste en que en la ciencia histórica el campo disciplinar es constituido a partir de ciertas prefiguraciones, que son caracterizaciones de los objetos en distintos tipos de discurso.
Así, White distingue, por un lado, entre los hechos y los acontecimientos históricos que constituyen el referente primario de la narrativa histórica, y, por otro, las prefiguraciones que elabora el historiador para dotar de significación a los acontecimientos, que no “hablan ni deberían hablar por sí mismos”. Estas prefiguraciones constituyen el referente secundario del discurso histórico.
Para explicar la operación de dotar de significado a los acontecimientos, el autor apela a elementos de la teoría literaria e indica que estas prefiguraciones se rigen por ciertos tropos, esto es, los recursos mediante los cuales el historiador configura los acontecimientos en un lenguaje figurativo para luego analizarlos y explicarlos en la narración. Estos tropos son la metáfora, la metonimia, la sinécdoque y la ironía. La metáfora permite configurar los “hechos brutos” a partir de la relación objeto-objeto, la metonimia en términos de parte-parte, la sinécdoque en términos de parte-totalidad y la ironía en términos de la negación de lo afirmado literalmente. Los tres primeros tropos son “ingenuos” en tanto sólo preparan el campo disciplinar a fin de tornarlo analizable y explicable, en cambio la ironía proporciona una manera de prefiguración radicalmente autocrítica en referencia a la caracterización del área de experiencia, pero también con respecto a la pretensión de captar en el lenguaje la verdad de las cosas, (White, 1973).
El análisis formal de White sobre el discurso histórico nos da la pauta de que para este autor la pretensión de verdad en la historia no es la que busca la historiografía del siglo XIX, para cual la verdad se comprueba por la representación fiel de los acontecimientos “tal y como sucedieron”. Según White, lo que hace más o menos verdadero un relato no son los datos que se incluyen en la trama narrativa, pues es evidente que en la narración histórica hay datos que se toman en cuenta y otros que se dejan de lado en virtud de una elección teórica del propio historiador. Esto no significa que cualquier dato incluido en el relato es considerado como real, pues White señala que “para poder ser considerado histórico, un hecho debe ser susceptible de, al menos, dos narraciones que registren su existencia”, (White, 1992).Si no pueden reconocerse o imaginarse al menos dos posibles narraciones sobre el mismo hecho, no se puede sostener la verdad de ningún relato que reclame para sí la exclusividad sobre un hecho.
Es decir, White no rechaza los criterios por los cuales se aceptan ciertos acontecimientos como reales, ni la coherencia lógica del discurso narrativo.(1) Lo que sostiene es que, en primer lugar, no habría una correspondencia —entendida en el sentido tradicional— en tanto lo que se presenta como contraparte de la relación de adecuación no es una realidad dada sin más, sino que es, como en Kant, una constitución, una prefiguración del campo histórico por la cual el historiador va constituyendo a partir del archivo y del registro documental el dominio sobre el cual aplicar las teorías y proponer nuevas narrativas.
En segundo lugar, como lo señala en El contenido de la forma, (White, 1992) no se puede apelar a una noción correspondentista de la verdad cuando se trata de la narrativa porque ella se expresa en un lenguaje figurativo que presenta alegóricamente los acontecimientos. A diferencia de un relato literal de los hechos históricos, como ocurre en la crónica, en la narrativa el valor de verdad escapa a la correspondencia de cada uno de sus enunciados singulares existenciales con sus referentes primarios. La verdad de una alegoría es de un orden diferente al de la mera contrastación empírica o a la de la coherencia lógica interna.
Podemos advertir esta tesis a partir de un análisis del mismo White sobre la explicación de Marx del 18 brumario de Luis Bonaparte (White, 1992). Lo que Marx cuestiona no está en el orden de la existencia real o ficticia de los acontecimientos ni de la coherencia lógica de los relatos narrativos del suceso. Lo que Marx hace es modificar, volver a prefigurar y tramar el acontecimiento desde una lógica distinta, desde una mirada irónica y crítica. Esta configuración no se reduce a la consideración de la realidad o coherencia de los elementos del discurso, tiene que ver con un entramado diferente que no puede validarse por correspondencia, pues aunque se trata de los mismos acontecimientos difieren en la manera en la que fueron prefigurados.
En Metahistoria el autor aclara que, en todo caso, la plausibilidad de los modos de representar estos acontecimientos pasados no depende directamente de la naturaleza de los datos que se incorporan en la estructura narrativa, sino más bien de la consistencia y la coherencia de la misma, (White, 1998). En esta obra, en la que White analiza las obras tanto de historiadores como de filósofos de la historia, hay una marcada preferencia por una noción de verdad entendida como coherencia, propia de los campos científicos donde la relación de adecuación no escapa al plano del lenguaje. En este sentido lo que se evita es que en el universo del discurso, o en el sistema de creencias que soporta determinado relato no haya contradicciones que lo tornen inconsistente.
Sin embargo, la noción coherentista de la verdad da a lugar a otro problema: si los datos no son los que instituyen a un discurso narrativo como relato histórico verdadero, nada hay que lo distinga de las narraciones ficcionales. Un relato ficcional puede ser tan coherente como uno histórico y, entonces, la tarea de construcción, de invención del historiador sería semejante a la del escritor creando múltiples realidades ficticias.
Justamente esta es la objeción presentada por Roger Chartier, para quien White abandona toda pretensión de verdad porque anula la distinción entre historia y literatura, y así el saber histórico no aporta más al conocimiento que una novela (Chartier, 1998). Para Chartier, “… es obvio que, aunque el historiador escriba dentro de una forma ‘literaria’, no hace literatura”, (Chartier, 1998) porque guarda una dependencia con el archivo, por un lado, y con los criterios científicos propios de la disciplina, por otro.
Para Chartier, defender una postura en la que historia no se distingue de la literatura es olvidar las operaciones propias de la disciplina sobre las que se construye el relato histórico, a saber, la formulación de hipótesis, la verificación de los resultados, las confirmaciones de la adecuación entre el discurso y su objeto.
Esto no significa que Chartier desconozca la importancia del análisis de la historia en relación con la literatura, pero pensamos que hoy los historiadores parecen haber renunciado a conquistar más “territorios” para dedicarse sólo a problemas de orden teórico. Y, en esa renuncia, se dejó de lado el afán de preservar una forma de conocimiento del pasado verificable, aceptable y compartida. Apunta además que, aunque “la historia no es —ni puede ser— la restitución del pasado, del acontecimiento en sí, sino tan sólo una de sus representaciones”,(Chartier, 1996) esa representación es siempre de un orden específico que no es reductible al de la ficción.
En este sentido, Chartier rescata las posturas que, oponiéndose a esta tendencia del giro lingüístico a unificar literatura e historia, defienden la idea de que todavía es posible encontrar un relato sino verdadero, al menos que escape a la falsedad, como proponen Anthony Grafton y Julio Caro Baroja (Chartier, 1996), quienes reconocen la capacidad de la ciencia histórica de discernir los falsos y, al mismo tiempo, aunque por vía negativa, afirman también la aspiración legítima de alcanzar un saber verdadero. Aquí Chartier adhiere a un falsacionismo como el de Popper, porque si bien no podemos conocer lo verdadero, al menos podemos denunciar lo falso.
La crítica a White no implica que Chartier adhiera a la postura tradicionalista que defiende que la historia se ubica en el orden de lo verdadero y de lo que él mismo, parafraseando a Carlo Ginzburg, ha llamado “paradigma galileano” en el que la correspondencia de los enunciados históricos con la realidad se daría tal cual se da en el ámbito de las física. No se califica ni adepto a posturas como las de White ni a las del “paradigma galileano”, pero denuncia que “abandonar este propósito de verdad -con toda seguridad desmesurado pero definitivamente fundador- sería dejar el campo libre a todas las falsificaciones y a todos los falsarios que, traicionando el conocimiento, hieren a la memoria. Corresponde a los historiadores, cumpliendo con su oficio, permanecer vigilantes”.(Chartier, 1996)
Soslayemos el hecho de que Chartier acusa de “enemigo de la memoria” a las posturas de tipo whiteana, para aclarar esta disputa sobre la pretensión de verdad de la historia a partir de la distinción lógica fundamental entre verdad y validez. Desde un punto de vista lógico, la noción de verdad se asocia con la correspondencia o la relación de adecuación de un enunciado (p) con el hecho o conjunto de hechos que designa, así “la nieve es blanca” es verdadero si efectivamente la nieve es blanca. Mientras que validez refiere más bien a la noción de coherencia de un enunciado con el sistema de referencia del mismo, así por ejemplo el enunciado “e=mc2” será sólo verdadero dentro de un sistema de referencia físico y no otro. El enunciado es válido si no presenta contradicción con otros enunciados del mismo sistema.
Chartier pasa por alto el hecho de que negar la verdad como correspondencia y adherir a un método formalista no implica renunciar a todo criterio de veracidad. Consideremos además, que negar la posibilidad de determinar absolutamente la verdad de un enunciado o de un conjunto de enunciados, no implica afirmar sin más que cualquier relato ha de considerarse válido -y aquí es fundamental la distinción-.
La noción de validez, vinculada más bien a la estructura formal de un sistema de enunciados, nos permite explicar por qué cuando no se sostiene una noción correspondentista de la verdad hay todavía relatos que se consideran de carácter histórico y otros de carácter ficcional. El conjunto de enunciados de un relato histórico que aspira a la consistencia formal, esto es, a la ausencia de contradicción, puede incluir entre sus elementos las prefiguraciones que elabora el historiador a partir del archivo, evitando la contradicción entre el relato que propone y los documentos.
Cuando White sostiene que la tarea del historiador es una invención, no quiere decir con esto que no se respeten ciertas reglas, intereses y prácticas de la comunidad científica. De los relatos narrativos históricos se espera al menos que no sean contradictorios con los archivos ni entre sí dentro del texto.
Este criterio de consistencia de los relatos históricos con el sistema de enunciados documentales admite que coexistan distintos relatos válidos, si no contradicen el archivo; así pues, la validez de una no excluye la validez de la otra. Como lo mostraremos más adelante, la preferencia por uno u otro relato no es sólo una cuestión epistemológica, sino que tiene que ver con otros criterios que entran en juego.
Aunque hay autores, como Adam Schaff, para quienes no se debería abandonar la verdad como correspondencia porque toda otra concepción es sólo un criterio más que se superpone con ella (Schaff, 1971); podemos defender la idea de que a la imposibilidad de encontrar una verdad absoluta, no necesariamente le sigue la equiparación de ficción y realidad. De hecho, podemos encontrar otros criterios como el de la consistencia de la narración histórica con los archivos o, como lo propone en su artículo Chartier, un falsacionismo de tipo popperiano.
Por su parte, Verónica Tozzi señala que a menudo se malinterpreta la obra de White como una identificación de todo acontecimiento histórico con la ficción. Pero, según la autora, “cuando White afirma que los hechos históricos son inventados sólo quiere advertirnos que asumamos seriamente… que los hechos no nos son “dados” ni están ya almacenados como “hechos” en el registro documental” (Tozzi, 2009). Las formas en las que se ordenan, clasifican y explican los acontecimientos no están determinadas por la evidencia, sino que son prefiguradas por el historiador. En esta observación se advierte que la pretensión de White no es la de sostener una “historia de ficciones”, sino hacer notar que la “realidad” con la que opera el investigador no es la de la física, ni la del hecho bruto y que, en esta radical diferencia, reside la pluralidad de versiones históricas sobre un mismo hecho.
Para Tozzi la posición de White es de un realismo figural, esto es, lo real entendido como la representación de los acontecimientos pasados prefigurados por el historiador y sobre el cual desarrollará sus teorías. Estas teorías se presentan como más o menos veraces en virtud de la manera en que traman los sucesos a los que se refieren y no por una correspondencia con los sucesos del pasado. No es la omisión ni la inclusión de “hechos brutos” lo que diferencia a las teorías rivales sobre un mismo acontecimiento, ni siquiera sus concepciones epistemológicas, ideológicas o literarias. Lo que distingue a las teorías es este acto de prefiguración tropológica, que no se identifica sin más con los “hechos brutos” y por ello no es posible determinar una única y verdadera forma de tramar el pasado, porque cada historiador prefigura con distintos recursos —o tropos— el campo histórico.
Sin embargo, esta falta de clausura del relato histórico no es paralizante de la búsqueda de la veracidad, pues cada nueva reescritura revela aspectos que no habían sido advertidos antes y así deja incumplida su promesa de una representación fiel del pasado y al tiempo la renueva. Si bien las nuevas reescrituras no nos proporcionan una “mejor” representación del pasado, sí renueva la promesa de cómo lograr mejores representaciones.
“Una lectura pragmatista del realismo figural explica a mi juicio, por qué no puede, ni debería haber una visión privilegiada para representar los acontecimientos históricos, por el contrario, nos obliga a ser críticos y a estar alertas frente a todo intento de donar privilegios epistémicos a víctimas de a opresión, del mismo modo que no se lo otorgamos a tiranos y vencedores”. (Tozzi, 2009)
No importa, desde un punto de vista pragmático, lograr una versión concluyente y acabada, pues cada nueva escritura nos interpela a seguir indagando, a seguir investigando y, en este sentido, el valor heurístico de las nuevas versiones es lo que les confiere su significación y verdad.
Esta interpretación le da un giro a la discusión, en tanto la pretensión de verdad aquí se entiende como eficacia, como aquello que permite y moviliza a continuar reescribiendo la historia. Para la autora, el desafío es no pretender buscar una verdad plena del pasado desde una perspectiva correspondentista, sino apreciar el valor heurístico de las nuevas escrituras que son las que prometen nuevos horizontes.
CONCLUSIÓN
En conclusión pensamos que es preciso destacar la importancia de las consideraciones literarias y lingüísticas sobre la tarea del historiador, pues, en definitiva, el historiador trabaja sobre y con el lenguaje. Sin embargo, reducir lo histórico a lo literario es perder la complejidad del fenómeno que se pretende explicar. No se trata de reducir la ciencia histórica a pura narratividad, aunque se destaque su centralidad en la disciplina, sino de matizar este aspecto con otras reglas y operaciones específicas del campo científico que le compete al historiador.
En este sentido, no consideramos que White promueva un reduccionismo de este tipo. Lo que en realidad pretende, creemos, es mostrar que hasta el momento había una concepción ingenua de la “realidad” histórica y de su verdad como correspondencia. Nos muestra que los relatos históricos no son sólo la estructura “ornamental” que soporta una determinada cantidad de información, único aspecto valioso, que determina la verdad del discurso. La prefiguración, es decir, la forma en la que constituimos el acontecimiento histórico a partir de ciertos tropos y la figuración con la que lo entramamos el relato, son algo más que puro “ornamento” y hacen difícil pensar que su verdad dependa sólo de su adecuación con lo real.
Por tanto, consideramos erróneas las objeciones de Chartier a White que, al equiparar la ficción y el acontecimiento histórico, pasan por alto el propósito central de la obra whiteana. Sin embargo, Chartier acierta al discutir que la reducción de lo histórico a lo literario es peligrosa porque cede el campo a los falsarios.
Por otra parte, es importante destacar en estas discusiones que no siempre la negación de la concepción correspondentista de la verdad implica un abandono de la búsqueda de todo tipo de verdad. Así, puede pretenderse la validez de las teorías y relatos históricos a partir de su consistencia con el archivo y el registro documental. Sin embargo, este criterio no satisface completamente la pretensión de que los relatos aspiren a una mejor representación del pasado, porque pierde su conexión con la “realidad”. Así pues, se encuentran otras alternativas como las que señala Chartier, en las que, a pesar de la dificultad de captar lo verdadero, se afirma la posibilidad de reconocer lo falso, para impedir dejar el terreno en manos de falsarios.
La interpretación pragmatista de Tozzi acierta en otro aspecto que también es soslayado cuando nos enfrentamos al problema de la verdad, esto es, el aspecto práctico, en tanto propone que la falta de clausura del relato histórico sirve como permanente incentivo de la investigación. Sin embargo, esta lectura no va más allá del aspecto epistemológico del problema.
Destacamos la importancia de una concepción pragmatista de la verdad porque, a diferencia de las teorías correspondentista y coherentista, nos permite explicar no tanto el aspecto especulativo y epistemológico del problema de la verdad como su aspecto práctico también en referencia al contexto del historiador y su comunidad científica. Si entendemos la ciencia como una práctica social, es evidente que se guía tanto por criterios epistemológicos como por otros de orden político, social, económico, tecnológicos… Así, esta consideración nos permite salir de la interpretación ingenua de que el problema de la verdad es sólo un problema especulativo, y asumir seriamente los condicionamientos sociales y políticos que determinan también la investigación científica y su “búsqueda de la verdad”.
NOTAS
1) Cabe destacar que, desde una perspectiva gnoseológica, existen diversas teorías acerca de la Verdad, de las cuales la más afín al sentido común, la llamada definición clásica, es la teoría de la correspondencia según la cual la relación de verdad se da entre un enunciado y un hecho o un conjunto de hechos. Esta relación consiste en la adecuación del enunciado con el hecho (o conjunto de hechos) al que se refiere, por tanto el enunciado será verdadero en la medida en que refleje el acontecimiento tal cual se presenta.
Sin embargo, existen otras teorías, como la de la coherencia y la de la eficacia que no relacionan los mismos elementos. En el caso de la teoría coherentista, la relación se da entre dos enunciados; se trata de un criterio interno de un sistema de proposiciones que será verdadero si no se encuentran en dicha relación contradicciones que vuelvan inconsistente el sistema. Por su parte, la teoría de la eficacia sostiene que la relación se da entre una creencia y un acontecimiento futuro, así se entiende la verdad como lo útil o conveniente (expedient), en tanto la creencia de que una proposición es verdadera nos reditúa un beneficio futuro.
Cfr. Ferrarter Mora (1994): “Verdad” en Diccionario de Filosofía, Ed. Ariel, Barcelona,2004; Pap, A.: “Theories of Truth” (Cap. 14) en: Elements of Analytic Philosophy, The MacMillan Co, New York, 1949; Goldman, A.: “Chapter II: Truth” en Knowledge in Social World, Oxford University Press, New York, 1999; Schaff, A. (1971): Op. Cit.
1 CHARTIER, R (1994) L´Histoire entre récit et connaissance, en Au bord de la falaise. L´histoire entre certitudes et inquiétudes. Paris, Éditions Albin Michel, 1998.
2 CHARTIER, R (1996) El malestar en la historia, Fractal n° 3, octubre-diciembre, año 1, volumen I, pp. 153-175. URL: http://www.mxfractal.org/F3malest
3 FERRARTER MORA, J (1994) Verdad, en Diccionario de Filosofía, Barcelona, Ed. Ariel, 2004.
4 GOLDMAN, A (1999) Knowledge in Social World, Nueva York, Oxford University Press.
5 PAP, A (1949) Theories of Truth. En Elements of Analytic Philosophy, New York, The MacMillan Co.
6 SCHAFF, A (1971) Historia y Verdad, Barcelona, Ed. Planeta, 1994.
7 TOZZI, V (2009) La historia según la nueva filosofía de la historia, Bs. As., Prometeo, 2009.
8 WHITE, H (1973) El contenido de la forma, Barcelona, Paidós, 1992.
9 WHITE, H (1987) Metahistoria. La representación histórica en el siglo decinueve, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 1998.
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